Independientemente del final que tenga la cuestionada gestión de José Barroso Chávez al frente de la Cruz Roja, al empresario ya le tocó ser puesto en una situación que su autoritaria personalidad rehúye con todas sus fuerzas: la de tener que explicar, rendir cuentas a otros y otras de sus actividades públicas. El, acostumbrado a enjuiciar y lanzar invectivas a diestra y siniestra contra quienes considera enemigos de los valores tradicionales de la familia mexicana, ahora tiene que convencer a una opinión pública crítica de la manera en que dirige a la Cruz Roja. Cuestión difícil de asimilar para un hombre, que como él mismo reconoce, es arrogante.
En un libro de próxima aparición (La sexualidad prohibida: intolerancia, sexismo y represión), Edgar González Ruiz ofrece información muy rica acerca de las redes personales e institucionales del conservadurismo mexicano. La matriz que unifica a prácticamente la totalidad de esas redes y organismos es un catolicismo intolerante y de espíritu de cruzada medieval. En su investigación el autor ofrece datos sobre Barroso que nos ayudan a entender su irritabilidad cuando los reporteros le preguntan sobre la presunta desviación de fondos en la Cruz Roja. Además de ser presidente de esta última conocida institución, Barroso lo es del Centro Cívico de Solidaridad (Cecisol), organismo fundado en 1985 para ayudar a los damnificados por los sismos de ese año. Bajo el argumento de que la asistencia gubernamental era insuficiente y la corrupción la mermaba, el Cecisol convocó a un grupo de empresarios con el objetivo de asistir a las víctimas de los terremotos de una manera honesta y transparente, como se supone es el modus operandi de la iniciativa privada mexicana. Este centro, autoconcebido guardián de la moralidad, participó en 1988 con particular enjundia en la campaña contra la exposición de Rolando de la Rosa en el Museo de Arte Moderno. Acusaron al artista de ofender a los mexicanos por usar la imagen de la Virgen de Guadalupe de manera diferente a como establece la tradición católica. En 1993 el centro de Barroso Chávez trató por todos los medios a su alcance de que el gobierno del Distrito Federal prohibiera las presentaciones de la cantante Madonna.
A su vez que muchas organizaciones ultraconservadoras forman parte del Cecisol, éste, en reciprocidad, participa en asociaciones paraguas de la misma tendencia ideológica. Tal es el caso del Consejo Nacional Prodifusión de los Valores Eticos y Sociales (Prodival), que ve propaganda erótica por todos lados y lucha porque sea erradicada de los medios masivos de comunicación. Además de sus ímpetus erotofóbicos, Prodival, señala Edgar González, ha pugnado por la ``cancelación de programas de opinión pública de opinión abierta que promueven elementos disolventes y destructivos para la familia''. El muy activo don José es prominente integrante de Orden de los Caballeros de Malta y hasta fines de noviembre de 1994 formó parte del salinista Consejo Consultivo del Programa Nacional de Solidaridad. Es menester recordar las características de la orden que se estableció originalmente en Jerusalén en 1048 y que subsisten en la actualidad: la protección de la fe católica (tutela fidei), la defensa del cristianismo (defensio christiani nominis) y la lucha contra los infieles (propugnatio infidelium). La orden existe en México desde 1952 y Barroso ha sido presidente de ella.
Uno de los grupos que particularmente cuenta con su simpatía es Provida, forma parte del consejo de este organismo cuyo presidente, Jorge Serrano Limón, se ha destacado por etiquetar a todos(as) los que no coinciden con sus ideas acerca de la reproducción humana como homicidas y abortistas. Me parece que los datos citados contribuyen a tener un perfil sobre las filias y las fobias de Barroso Chávez. El es un personaje destacado del entramado conservador católico que aspira a regresar la rueda del tiempo a épocas en que la Iglesia era la regidora de la vida social. Es un cruzado medieval al final del siglo XX. Su idea del principio de autoridad es clara y sin ambigüedades: los mexicanos deben ceñirse a las enseñanzas católico-romanas o atenerse a las consecuencias maléficas del ejercicio de la libertad de conciencia. Por eso muestra una fuerte reacción cuando en las circunstancias actuales desde el interior de la Cruz Roja se pone en tela de juicio su liderazgo. Su idea del principio de autoridad, jerárquica y excluyente de quienes considera subalternos, choca con una que se va abriendo paso cotidianamente en nuestra sociedad, la de una autoridad moral que se gana en el ejercicio democrático del poder. A Barroso le está tocando carga una cruz que no le gusta, la de tener que explicar y persuadir a sus críticos de que tiene la razón y puede comprobarlo. Preferiría que le creyeran nada más porque él lo dice.