Tienen razón quienes afirman que el Movimiento Estudiantil y Popular de 1968 no se limita a la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco: si el horror de la acción genocida ha borrado la importancia de la gran rebelión juvenil en el ánimo de la mayoría de la gente, y sobre todo de los muchachos actuales que no lo vivieron, la controversia sigue viva y seguirá mientras no se conozcan los expedientes que se le niegan a la opinión pública. Pero de todos modos, la masacre de Tlatelolco es emblemática de un estado represivo que sigue matando a personas inocentes, no ya en el centro, y a estudiantes, sino a pueblos indígenas y que igual tortura y encarcela a defensores de las luchas populares. Ha cambiado la máscara y ahora podemos escribir y publicar lo que entonces estaba prohibido, pero el rostero detrás de la máscara sigue sembrando el horror en toda la extensión de nuestro país.
Fue, sin duda, un gran empujón hacia muchas conquistas y ojalá los jóvenes actuales dieran otros parecidos. En esos años en que ser adulto parecía el peor de los pecados ante los muchachos y muchos intentaban asemejarse a la chaviza -con lo que no lograban más que un ridículo espantoso- los profesores los acompañamos en una coalición cuyo consejo, al que pertenecí, sesionaba en la Facultad de Ciencias, en un lugar que los representantes del CNH y sus bases llamaron, por supuesto, ``el callejón de la momiza''. Era una absoluta exageración, porque en el consejo se encontraban profesores muy jóvenes -sobre todo quienes ahora son distinguidísimos científicos- con gran influencia de los movimientos de Berkeley, en donde habían hecho sus posgrados. Junto a ellos, maestros con diversas posturas y militancias, algunos sin ellas, pero todos dentro de un amplio espectro de la izquierda.
A lo mejor por ello muchos de los represores de entonces siguen afirmando que los maestros soliviantaron a los estudiantes, como si los jóvenes hubieran sido tontos borreguitos a los que pastorearan las siniestras fuerzas ocultas del comunismo internacional. Entonces tuve la impresión, que conservo hasta ahora, que fueron los muchachos quienes tomaron la iniciativa y que los maestros, aún los de más abierta militancia e influencia, no hicimos más que apoyarlos y seguirlos.
El teatro no pudo escapar de retratar muchos de esos momentos, así se hayan limitado los textos dramáticos, casi en su mayoría, a hablar de la matanza. Por cierto que entre las especies que recorren la participación de los teatristas -y de los estudiantes y maestros de teatro que participaron decididamente- se halla la muy infundada de unas brigadas callejeras escenificando obras que tratan de la masacre de Tlatelolco... antes de que ésta ocurriera. Un fenómeno muy significativo es que la cantidad de obras teatrales que tocan el 68 ha ido creciendo conforme van pasando los años. En 1992, en un ensayo que publiqué en la revista Tramoya, conté -con las más que posibles omisiones- 22 textos acerca del movimiento. En la actualidad, se estrenan nuevas obras y La Antología del Movimiento del 68, recopilada por Jorge Galván, conjunta las ya muy conocidas con otras que no habían tenido difusión.
Aunque la mayoría de los dramas acerca del 68 tratan el tema de manera favorable al movimiento y condenan la masacre, existen por lo menos dos que no escapan a la idea de la conjura. En ¡Buenos días señor presidente! que Rodolfo Usiglo dedica a Luis Echeverría, se parafrasea La vida es sueño de Calderón de la Barca y, con malicia y aparentando simpatizar con los estudiantes ingenuos y nobles, se culpa a los malos y conjurados de provocar la matanza. Es lamentable la actitud asumida por Usigli, como lo fueron las declaraciones de Salvador Novo, aunque no disminuyan del todo la importancia de los dos maestros. Menos conocido que el texto de Rodolfo Usigli, sigue la misma vertiente Urías en Tlatelolco, de Jorge Eugenio Ortiz, quien condena la matanza sin dejar de hablar de las conjuras comunistas infiltradas en el movimiento, a las que también culpa de una nefasta provocación.
Politécnico y UNAM, que entonces se olvidaron de rivalidades, así como otras instituciones, han preparado muchos actos. En la UNAM, la dirección de Artes Plásticas -con su gran exposición en el MUCA y de Cinematografía y Video dependiente de la Coordinación de Difusión Cultural-, hacen gran despliegue. El teatro está representado por grupos estudiantiles, mayoritariamente del Departamento de Literatura y Teatro y de los CCH, en funciones organizadas por la Dirección General de Atención a la Comunidad Estudiantil. Amén de ello, nuevas obras se están montando en diferentes espacios del DF. La represión no se olvida. Ojalá no olvidemos tampoco la lucha libertaría y democratizadora.