La Jornada 2 de octubre de 1998

POR LA VERDAD

La conmemoración de la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco, de la que hoy se cumplen 30 años, ha dado pie a un vasto ejercicio reflexivo, analítico y polémico en diversos sectores de la sociedad mexicana: la academia, los medios informativos, las organizaciones sociales, los partidos políticos y las instancias legislativas han abierto espacios para tratar de dilucidar, en forma colectiva, el significado y la trascendencia de aquellos trágicos y todavía indignantes sucesos.

Junto con la reflexión, ha crecido el clamor en demanda de la colaboración oficial para el esclarecimiento pleno de la acción gubernamental que culminó con uno de los peores excesos represivos en el país en el presente siglo. Debe anotarse que esa exigencia ha tenido respuestas insatisfactorias y poco consistentes. Diríase que el poder público teme hurgar en su propio pasado y que carece de argumentos sólidos para sustentar su negativa a participar en el esclarecimiento.

En concordancia con su rechazo a colaborar en la investigación de lo ocurrido hace tres décadas en la Plaza de las Tres Culturas, las autoridades federales no atinan a fijar una postura clara ante la conmemoración.

Así, el 2 de octubre ha pasado a ser una efeméride de la sociedad, al margen de los santorales laicos del Estado. En este contexto, es significativo que el gobierno de la ciudad de México haya decidido colocar las banderas a media asta en los edificios y lugares públicos que tiene a su cargo, y que la Asamblea Legislativa del Distrito Federal haya optado por inscribir la leyenda ``Mártires del movimiento estudiantil de 1968'' en la lista de héroes oficiales que se encuentra en su sede, la cual lo fue, hasta principios de esta década, de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.

Más allá de formalismos y simbolismos, la amplitud y pluralidad que se manifiestan en el análisis y debate acerca del 68 han marcado una buena parte de la vida pública de los días recientes, y ponen de manifiesto, por un lado, los niveles de civismo y de conciencia histórica que caracterizan a la sociedad nacional contemporánea; por el otro, muestran la trascendencia que los mexicanos de 1998 otorgan al movimiento estudiantil de hace tres décadas y a su trágica e injustificable interrupción por medio de las balas y la persecución política.

En términos generales, el país ha terminado por darle la razón a quienes hace 30 años exigían la apertura política del ya por entonces vetusto presidencialismo mexicano, y ha terminado por emitir una condena histórica contra el autoritarismo criminal puesto en juego por el sistema político ante los jóvenes inconformes de aquel entonces.

Hoy, cuando el esclarecimiento detallado de los hechos sigue esperando a que el gobierno acepte poner a disposición de la opinión pública la totalidad de la documentación en su poder, decenas o centenares de miles de mexicanas y mexicanos expresarán ese saldo histórico en marchas distintas, cuya realización habría sido considerada, hasta hace unos años, muestra de sectarismo y faccionalismo, pero que en los tiempos actuales puede ser vista, a fin de cuentas, como una expresión del pluralismo y la diversidad que permea a la sociedad en todos sus ámbitos y tendencias.

El México de hoy, con todos sus avances en materia de democracia, participación ciudadana y desarrollo de la sociedad civil, se expresa en la conmemoración del movimiento estudiantil de 1968 y reconoce su deuda histórica para con quienes se enfrentaron al poder público represor de hace 30 años. El México de hoy no se olvida del movimiento estudiantil y de la masacre del 2 de octubre. Sabe que la persistencia del recuerdo y de la indignación es necesaria para que tales hechos trágicos no se repitan nunca.