Si en el 68 se hubiera dado el diálogo, este país sería otro, considera Cristina Barros
María Esther Ibarra Ť Cristina Barros Valero no tiene duda alguna que de haberse dado el diálogo que pedían los estudiantes en 1968, México sería otro país. Convincente, dice: ``La actitud autoritaria, agresiva e irracional del gobierno detuvo lo que pudo haber sido un paso hacia el desarrollo democrático''.
De la actitud asumida por su padre, Javier Barros Sierra, que apoyó el movimiento estudiantil de hace tres décadas, destaca una de sus muchas enseñanzas: ``La verdadera fuerza del rector de la Universidad está, precisamente, en la comunidad universitaria''.
En ese entonces estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Cristina Barros participó en el movimiento estudiantil, aunque no con la intensidad que hubiera querido. ``Ya estaba casada y tenía un bebé, y mis ocupaciones maternales también eran importantes''. Sin embargo, esto no le impidió, al igual que a su hermano Javier y a su madre, solidarizarse con el ex rector Barros Sierra en todos los momentos difíciles que enfrentó.
Los rasgos de Díaz Ordaz
En su casa, en San Jerónimo Lídice, Cristina se sumerge en los recuerdos y asegura que los sucesos del 68 aún están en el terreno de lo absurdo.
Examina: ``En ese momento, lo que más preocupaba fue percibir que no había una razón clara para esa provocación tan abierta y violenta. Hasta ahora no comprendo realmente el motivo. El movimiento del 68 no fue algo que la Universidad causara. Al contrario, ésta de alguna manera fue víctima de una situación inesperada, que sigue en el terreno de lo absurdo, porque no sirvió a nadie, a ningún sector del país. Desde luego lastimó profundamente a la Universidad y a todos los mexicanos en su conjunto. Murieron estudiantes y ciudadanos que no tenían ninguna responsabilidad en este asunto''.
Reflejo del pensamiento de su padre, abunda: ``En el 68, el gobierno generó una imagen de gran autoritarismo, agresivo, irracional y detuvo lo que podría haber sido un paso hacia el desarrollo democrático del país. No tuvo razón de ser. Y una vez que se dio la provocación, y esto lo dice mi padre en las conversaciones que sostuvo con Gastón García Cantú -y que afortunadamente están publicadas como libro por la editorial Siglo XXI-, hubo momentos en que el presidente pudo haber tenido un destello de la generosidad que se espera de un gobernante. Mi padre hablaba de la ponderación y serenidad que deben ser características de un buen gobernante. No tuvo (Gustavo Díaz Ordaz), desafortunadamente, esos rasgos y se produjeron las tristes consecuencias que todos conocemos''.
Agrega: ``Y lo que pudo haber sido un momento de evolución nacional se convirtió en un de retroceso''. Empero, subraya, ``el movimiento del 68 dejó tan honda huella en todos nosotros que ya no fuimos los mismos. Es mi caso personal, porque cambió radicalmente mi manera de ser y de pensar . La historia del país se convirtió en otra cosa. Hubo una gran necesidad por saber cómo era nuestro pasado inmediato.
-¿Ayudaría que el gobierno aceptará la exigencia de abrir los archivos para conocer la verdad?
-Todos los mexicanos tenemos el derecho de saber cómo y por qué ocurren los grandes y hasta los pequeños acontecimientos nacionales. Vivimos en una democracia y lo que ocurrió en 68 fue grave para el país. Creo que hay la obligación, por parte de las autoridades, de propiciar que se conozca la verdad en la medida lo posible. Y digo en la medida de lo posible porque muchas cosas ocurren y no necesariamente se deja constancia escrita. Mi posición sería que en un país democráticos hay derecho de conocer lo que ocurrió u ocurre actualmente.
Sin embargo, considera que ``ese dolor se ha convertido con los años en una evolución, un paso más hacia la democracia. Falta muchísmo por hacer, pero bastantes cosas que estamos viendo ahora hubieran sido imposibles en 1968. Recuerdo el temor con que se iba a cualquier mitin, manifestación o marcha. Vivíamos en un estado de sitio y ni hablar de que hubiera una oposición real en México o ésta tuviera una presencia en las cámaras (de Diputados y Senadores), o que hubiera podido acceder a las gubernaturas y presidencias municipales.
-¿Qué se debe rescatar del 68?
-Varias cuestiones. Una, que el autoritarismo a nada conduce y que el diálogo es el único camino para un desarrollo sano del país. Otra, que el rector de la Universidad tiene su verdadera fuerza en la comunidad universitaria; que la Universidad debe formar parte de la nación y ser entendida por sus gobernantes. Esto es, como lo dijo mi padre, que el quehacer intelectual hace a las personas interrogarse, cuestionarse y cuestionar. Y este cuestionamiento debe ser entendido como algo sano e importante. Hay que respetar esto, que forma parte del actividad universitaria, y los gobernantes entender a la Universidad y en general a las instituciones educativas como una gran riqueza para el país, que merecen respeto y cuidado, porque de ellas egresan quienes pueden resolver los grandes retos del país.
-¿Le costó trabajo al ingeniero Barros Sierra renunciar como rector de la UNAM?
-Sí, pero además tenía un profundo dolor. El no merecía, por ningún motivo, los improperios y las acusaciones de las que fue objeto. Se le pedían cuentas por los dineros de la Universidad. Era un hombre de honestidad a toda prueba. Esa fue una de las cualidades de sí mismo que más le enorgullecía. Nada empañó nunca esa honestidad moral ni material. Verse lastimado de esa manera tan injusta fue algo que le provocó dolor, indignación y enojo, que se transformaron en su renuncia. La Universidad le importó hasta el límite de sus fuerzas, pero no podía permitir, no sólo por él, sino también por la propia Universidad, que su rector fuera tratado de esa manera. Por dignidad elemental tuvo que presentar la renuncia. Tampoco lamentó, en ningún momento, haber defendido a los estudiantes. Mi padre tuvo la certeza de que estaba haciendo lo correcto y el tiempo le ha dado la razón. Hoy está muy claro que lo que hizo era lo que había que hacer.
-¿Hubo represalias por su defensa de los estudiantes?
-Sí, represalias hacia él mismo y a la propia Universidad porque no se entendía en el gobierno, como desafortunadamente todavía muchas veces no se entiende, que hay que saber escuchar, respetar los puntos de vista de los otros y entrar en un diálogo. El insistió mucho que a través del diálogo, y no de la represión, era la manera para resolver los problemas y que las armas sólo intervenían cuando la política había fracasado. El fue un hombre de diálogo y un político en el más alto sentido de la palabra