La Jornada jueves 1 de octubre de 1998

Octavio Rodríguez Araujo
1968, una interpretación

En 1967 comenzaba una nueva recesión de la economía mundial. Las clases medias, que mucho habían crecido en la década mundial del desarrollo (1958-1967), vieron mermadas sus filas por un fenómeno inédito de proletarización en el que se cerraron puertas de ascenso a los jóvenes estudiantes (en su mayoría de clase media). La guerra en Vietnam era cuestionada incluso en el interior de Estados Unidos. En 1967 los intelectuales jóvenes de Estados Unidos, reunidos en la revista Leviathan, iniciaron una aguda crítica al papel de su país en Vietnam.

Lo mismo ocurrió con otras publicaciones como Monthly Review, también en Estados Unidos, New Left Review en Inglaterra, Les Temps Modernes en Francia y otras más en diversos países. El tribunal Russell intentaba, con relativo éxito, llevar a los criminales de guerra contra el pueblo vietnamita a juicios semejantes a los de Nuremberg contra los nazis. Los afroamericanos en Estados Unidos daban entonces la última batalla por los derechos civiles, antes del asesinato de Martin Luther King el 4 de abril de 1968.

La Unión Soviética era cuestionada tanto por la ausencia de libertades en su interior como por la dominación ejercida en los países de Europa del este, y fue fuertemente criticada por haber sofocado con tanques militares los intentos liberadores de Budapest y de Praga. Intelectuales de izquierda, como Deutscher, Marcuse, Mandel, Sartre, críticos tanto de la URSS como del papel de Estados Unidos como gendarme mundial, escribieron libros muy importantes que fueron a sumarse a los textos del Che Guevara, de Castro y de los líderes de las revoluciones de liberación nacional en Africa.

En México el autoritarismo del régimen era sofocante y no desperdició momentos para hacer gala de su vocación represiva: contra los ferrocarrileros en 1959, contra los médicos en 1965. Había, por lo tanto, una fuerte dosis de inconformidad pro-democracia (el libro de González Casanova, La democracia en México, fue un estímulo, así como también las amenazas a la revolución cubana por parte del imperio del norte) que no encontraba bien a bien la válvula de salida antes del movimiento estudiantil.

Paralelamente, sobre todo a partir de la publicación del Ensayo sobre un proletariado sin cabeza de Revueltas, la izquierda considerada como reformista (el Partido Comunista) sufrió importantes escisiones hacia una izquierda más radical y más crítica que el propio Revueltas sobre la Unión Soviética como patria del socialismo. La polarización mundial se vio rota por la emergencia alternativa del maoísmo chino y por la naciente fuerza de la izquierda no ortodoxa entre la que se ubicaban los seguidores de la corriente trotskista. Agréguese a lo anterior la influencia en el país de los disidentes católicos inspirados en el Concilio Vaticano II y en la teología de la liberación.

Quiero interpretar todo lo anterior como el marco que explica los movimientos estudiantiles y, entre éstos, el mexicano. Es obvio que un pleito entre dos preparatorias, que en condiciones normales no hubiera trascendido, no explica el movimiento del 68. Sin la innecesaria intervención policiaca (granaderos) que puso en evidencia al autoritarismo gubernamental, y sin el marco descrito arriba, no se explica el inicio de un movimiento que terminara (¿terminó?) con la matanza del 2 de octubre. ¿Por qué se prendió todavía más en los días, semanas y meses siguientes? Por la intransigencia del gobierno, por el uso abusivo de armamento militar contra la Preparatoria Uno, por la invasión también militar a Ciudad Universitaria, por los desaparecidos, varios de ellos en el Hospital Militar, por... en fin, el autoritarismo encabezado por Díaz Ordaz.

El autoritarismo, la intransigencia, la intolerancia, la razón de Estado, la ausencia de democracia en un momento en que la economía no estaba en su mejor forma, fueron los factores catalizadores del movimiento estudiantil-popular en México. El marco en que se dio fue el nutriente, fue la influencia ideológica que hace falta ahora contra los publicistas del neoliberalismo que declararon, sin prueba alguna, el inicio, una vez más, del posmodernismo y del fin de las ideologías. ¡Qué equivocados están!