Margo Glantz
La vaca de Tito

Como bien se anuncia en la contraportada de su nuevo libro La vaca (Alfaguara), Tito Monterroso ``hace de cualquier memoria objeto de un cuento'', o más bien, como él dice, hablando específicamente sobre ese género literario en uno de los textos recopilados, ``El árbol'': ``Con frecuencia me pregunto: ¿qué pretendemos cuando abordamos las formas breves del relato, del cuento, corto, breve o brevísimo? ¿De qué manera enfrentamos esa vaga o tajante indiferencia de lectores y editores hacia ese género inasible que a lo largo de las edades permanece obstinadamente al lado de los otros grandes géneros literarios que parecen perpetuamente opacarlo? Sé que de muy diversos modos: transformándolo, cambiando su sentido, su configuración; dotándolo de intenciones diferentes, a veces reduciéndolo sin más al absurdo, y aun disfrazándolo: de poema, de meditación, de reseña, de ensayo, de todo aquello que sin hacerlo abandonar su fin primordial -contar algo-, lo enriquezca y vaya a excitar la imaginación o la emoción de la gente''.

Pues bien, ese es justamente el ¿método? con que se construye este libro, cada uno de los textos, ya se trate de la aparente o verdadera intención de recordar a un amigo (Luis Cardoza y Aragón, Juan Rulfo) o de traducir un brevísimo texto que se ofrece como biográfico (Tomás Moro o Desiderio Erasmo), Tito lo convierte en relato y lo hace suyo, pues su escritura tiene la virtud, como se lee en la contraportada, ``de transformar la vida en una fábula'', aunque esa fábula sea la ``mera'' traducción al español de algo escrito en inglés o en latín y la traducción le pertenezca o no. Vuelvo a citar ``El árbol'' en donde a su vez Tito cita como ejemplo de cuento un famoso epigrama del poeta latino Décimo Magno Ausonio traducido por Antonio Alvar Ezquerra, con el que ilustra su tesis, la de demostrar que el cuento puede disfrazarse de poema, de reseña, de meditación, hasta de traducción y bajo ese disfraz ser el ejemplo perfecto de un género que sus autores simulan destruir para poder resucitarlo mejor:

Sobre uno que encontró un tesoro cuando quería colgarse de una soga.

Un hombre, en el momento de colgarse de una soga, encontró oro y en el lugar del tesoro dejó la soga; pero quien lo había escondido, al no encontrar el oro, se ató al cuello la soga que sí encontró.

Y este epigrama -cuento breve- se convierte gracias al pequeño párrafo que de inmediato lo explica en algo distinto, en un nuevo cuento de Monterroso que, a la manera de los clásicos, renace como el Fénix de cualquier ceniza, siempre semejante a sí mismo pero siempre renovado. ¿No afirma Tito en La Jornada: ``Lo que a mí me pasó es que no me gusta mucho repetirme? ¿Y cuál sería el secreto que permite que este género, de alguna forma semejante a los vampiros, mantenga su vitalidad? Una de las constantes de sus cuentos es obviamente la brevedad, la otra, la claridad, una cualidad lograda a base se esfuerzo constante, sistemático (``Todo lo hago muy despacio. Puedo estarme meses trabajando un ensayo, borrando o volviéndolo a hacer'') y que da como resultado textos de una gran limpidez y transparencia que pueden confundirse con la sencillez, o más bien que gracias a un trabajo de elaboración artística semejante al de los grandes pintores del Renacimiento o a la imaginación contrapuntística de Bach confecciona una obra perfecta, sin fisuras.

``El árbol'' es el más acabado ejemplo de un cuento que ha alterado sus reglas tradicionales y que se reconstruye y a la vez se nos ofrece como una teoría sobre el cuento: cada vez que Tito se apoya en ejemplos de grandes cuentistas confecciona cuentos brevísimos y esboza una poética: ``Pues no se trata tan sólo de una superficial cuestión de forma, de extensión o de maneras. Cualesquiera de éstas que el escritor adopte a través del tiempo, de los cuentos que logre perdurarán únicamente aquellos que han recogido en sí mismos algo esencial humano, una verdad, por mínima que sea, del hombre de cualquier tiempo''.

Y con brevísimas frases determina qué es lo que cada autor logró encontrar, aquello que permite que sus cuentos perduren; en Edgar Allan Poe, ``el horror escondido en lo hondo de cada ser humano''; en Anton Chejov, la melancolía; en Guy de Maupassant ``lo insólito y lo pintoresco''. Es evidente sin embargo que no basta con encontrar esa ``esencia eterna'' de lo humano, pues ``la imaginación y la realidad nos dan generosamente la materia, las situaciones, las tramas; pero es sólo la elaboración artística lo que puede infundirles vida''.

Elijo para terminar tres textos más: el dedicado a Cardoza y Aragón y, levemente a Lya, esos amigos míos tan entrañables que para Tito son escuetamente: ``otra cosa, una cosa aparte, y así hay que dejarlo''. El que nos explica que ``lo que ocurre con los fantasmas de Rulfo es que son fantasmas de verdad'' o, finalmente, aquél en que Onetti se nos vuelve tierno: ``El mejor recuerdo suyo que tengo es el de su mano en la cabeza de mi hija en el principio de la vida''.