Jorge Alberto González Galván
Democracia universitaria

Tenía ocho años en el 68 y nunca imaginé que llegaría a ser estudiante y académico de la UNAM. Como alumno me tocó convivir con compañeros que soñaban con ser presidente de la República, y con profesores que consideraban que en este país no se movía la hoja de un árbol sin la voluntad del Presidente. Como académico saboreo los dones de mi trabajo: libertad y responsabilidad.

En este 98 encontramos signos claros de transición hacia una democracia verdadera: los partidos políticos se han fortalecido y el proceso electoral se ha ciudadanizado. Sin embargo, la universidad no ha abierto sus puertas a la democracia. Los estudiantes, profesores e investigadores seguimos sin poder ejercer nuestro derecho a nombrar a las personas que nos representan (rector, directores de facultades e institutos).

Se ha considerado que realizar elecciones para elegir a nuestras autoridades, significa abrir las puertas a los partidos políticos, es decir, ``politizar'' a la universidad. Este temor no se justifica, ya que los partidos buscaban intervenir en la universidad porque en el país no existían las condiciones democráticas de ahora. En estas condiciones sería muy arriesgado para los partidos intervenir como tales en unas elecciones universitarias (no es su función, podrían perder su registro).

Si no nos damos la oportunidad de vivir la democracia en la universidad, seguiremos reproduciendo la Presidencia imperial, que veía a la universidad como una secretaría de gobierno más y como trampolín para acceder a otros puestos gubernamentales, y continuaremos reproduciendo que la única política universitaria posible es la antidemocracia, y que los únicos autorizados para hacer política en la universidad son los que juegan este juego. Seguir así sería subvalorarnos, limitarnos, excluirnos de los cambios.

La normalización de los cauces de participación política en la sociedad nos obliga a que los cauces de participación política universitaria, con base en criterios académicos, formen parte también de la normalidad democrática.

Resulta una triste paradoja que lo que se pregona en los espacios académicos (aulas, coloquios y publicaciones), sobre la necesidad democrática nacional, no se defienda para los espacios de decisión universitaria.

La universidad del 68 nos mostró que no sólo en las aulas se puede realizar una tarea pedagógica, sino también fuera de ella. Esta consistió en enseñarnos que la libertad es esencial para nuestro desarrollo como individuos y sociedad. La universidad del 98 tiene que enseñarnos a vivir la democracia en su interior (con espíritu universitario), para reproducirla y defenderla al exterior; no hacerlo así sería antipedagógica.