Bernardo Bátiz Vázquez
Testimonios sobre el 68

Al correr del tiempo han ido apareciendo testimonios y declaraciones de personas que habían mantenido silencio, pero que ahora han hablado haciendo públicos sus recuerdos acerca del movimiento estudiantil del 68 y, en especial, de lo sucedido la noche del 2 de octubre de ese año en el conjunto habitacional Nonoalco Tlatelolco.

Hace cinco años formé parte de la llamada Comisión de la Verdad, aun cuando no pudo tener a la vista los archivos oficiales de las secretarías de Estado; éstas se negaron a informar aduciendo diversas razones, pero en especial una según la cual archivos de esa naturaleza no se pueden abrir si no es cuando hayan transcurrido treinta años, lo que ahora ya sucedió.

No sé de dónde sacaron esa regla, que no está en ninguna disposición legal, pero que los encargados de archivos y bodegas de documentos siguen al pie de la letra.

Entre los diversos testimonios que escuché hubo algunos sumamente emotivos de quienes asistieron a la plaza y vivieron en carne propia el horror del cerco militar, la balacera y las posteriores detenciones, maltratos y prisión.

Sin embargo, me referiré hoy a dos testimonios que en mi opinión aportan mucha luz a lo sucedido.

Uno es el de una persona que nos dijo que era empleado de la Secretaría de Relaciones Exteriores en aquellos tiempos. Al inicio de la tarde del 2 de octubre, cuando llegó a sus oficinas, que se encontraban en uno de los pisos altos de la Torre de Relaciones Exteriores, misma que encontró prácticamente tomada por personas para él desconocidas, pero que actuaban y se desenvolvían con soltura, autoridad y la anuencia de los jefes de las oficinas.

Según testimonio de esta persona, ahí se instaló con funcionarios de alto nivel --quizás policías, quizás militares, quizás integrantes de la Dirección Federal de Seguridad--, una especie de Estado Mayor de la operación que se venía preparando. Según su punto de vista, la bengala que sirvió de señal para el inicio de las operaciones militares, no salió del helicóptero sino precisamente de una ventana de la torre de marras, ya que según nos dijo él vio el tubo o fusil con el que se dispara ese tipo de aditamentos.

El otro testimonio de alguna manera es complemento del primero. Fue de un antiguo policía judicial, quien relató que la orden que tenían quienes se mezclaron entre la multitud de manifestantes era identificarse entre sí con un pañuelo o guante blanco en una mano, y arrestar a todos los que parecieran que tenían algún cargo o responsabilidad en el movimiento estudiantil.

Esta persona dijo que cuando algunos de los soldados que rodeaban a la multitud, vieron a los del pañuelo blanco desenfundar armas para cumplir con su orden, probablemente sin estar enterados de ella, hicieron fuego e iniciaron el caos que tuvo lugar en el plaza. Concluyó su relato diciendo que cuando todos o casi todos los asistentes al mitin trataban de escapar o se tiraron al suelo, él arrojó su pistola, y que durante la balacera se tendió en el piso, donde permaneció varias horas hasta que fue detenido como si fuera uno más de los manifestantes.

De estos testimonios, y de otros, es razonable concluir que la operación tenía por objeto establecer un cerco militar para evitar que alguien pudiera salir de la plaza, detener a los que fueran o parecieran líderes o dirigentes, y luego dejar ir a todos los demás; sin embargo, por diversos errores, nerviosismo, falta de coordinación y por el absurdo de llevar soldados con armas propias para la guerra a una operación en un conjunto habitacional y frente a una multitud desarmada sin preparación para un combate, se ocasionaron los resultados que todos lamentamos pero que, como quiera que sea, abrieron camino para muchos de los cambios que posteriormente se han venido dando.