La Jornada martes 29 de septiembre de 1998

Luis Hernández Navarro
El pasado ya no es lo que era

La avalancha ceremonial por los treinta años del movimiento estudiantil de 1968 ha mostrado que el pasado ya no es lo que era. El debate acerca del significado y alcance de aquellas jornadas de lucha está en el centro de la tormenta nacional. El reverdecimiento de la memoria colectiva y la divulgación masiva sobre este acontecimiento se han convertido en hechos centrales de la temporada política y cultural.

La proliferación de conferencias, publicaciones y debates dan cuenta de una intensa actividad que tiene como eje de acción, reflexión y reelaboración la historia. Y no por ausencia de situaciones relevantes. La volatilidad y el dramatismo con el que transcurre la vida cotidiana y que remiten lo mismo a la inseguridad pública que a la devaluación del peso, al Fobaproa o al agotamiento del liderazgo presidencial, son, en sí mismos, hechos que están en el centro de las preocupaciones de amplios sectores de la población.

¿Por qué, entonces, este interés inusitado en la controversia por la historia en medio de la más fuerte contienda por el futuro de la nación en décadas? ¿Por qué esta intensa preocupación por el pasado cuando está en juego el presente del país?

Por principio de cuentas, por un hecho generacional. Muchos de los jóvenes que protagonizaron el movimiento y que fueron víctimas de la represión gubernamental son hoy adultos con suficiente poder e influencia como para poner en el tapete de la agenda nacional el punto. Las heridas del 68 no han cicatrizado aún. Más allá de su diversidad, la generación que surge en esa fecha ha pasado a ocupar un lugar clave en el mundo de la política y la cultura, en mucho como resultado de una nueva correlación de fuerzas propiciada por su lucha. Ha llegado el momento de cobrar las facturas pendientes, independientemente de si los plazos legales para castigar a los responsables han o no caducado.

También, por una ironía de la vida. A treinta años de distancia, la rueda de la historia y la naturaleza mítica del movimiento, han hecho que, de la misma manera en la que las demostraciones de aquel entonces expresaban no sólo las exigencias estudiantiles sino demandas profundas no satisfechas de amplios sectores sociales, hoy, alrededor del debate sobre el 68, se manifiesten tanto la enorme incertidumbre que priva en el país, como puntos centrales no resueltos de su agenda política tales como la impunidad y la persistencia del autoritarismo.

Ante los últimos días del régimen el mito del 68 se ha agrandado. Aunque su derrumbe haya sido resultado de muchos factores, el 68 es en el imaginario social la fecha que marca el principio del fin. Es el momento fundacional de un nuevo orden (como lo son, también, de otra manera, los sismos de 1985, las elecciones de 1988 o el levantamiento indígena de 1994) y el anuncio de la culminación de otro. Es una identidad, una experiencia de crisis que, más allá de la racionalidad, ha generado formas de acción y valores compartidos emotivamente, tanto por una parte de la clase política emergente como por una generación. El 68 es no sólo un estado de ánimo, sino un estilo de vida que hoy vuelve a emerger. Cuando desde casi todo México se tocan ya Las golondrinas al viejo régimen, el relato sobre el origen del fin se ha vuelto una necesidad.

A treinta años de distancia, el discurso oficial sobre los acontecimientos ha sido derrotado, a pesar de que, en su momento, contó con todos los recursos para imponerse. No tiene credibilidad alguna. Los responsables de la matanza y la represión han sido moralmente condenados. Las explicaciones sobre los hechos de los que sobreviven son tan cínicas como patéticas. Desde esta lógica, el 68 es una parábola que alumbra hechos recientes como Acteal y Fobaproa, y que anticipa el fin de la impunidad de quienes perpetraron esos y otros crímenes. La negativa gubernamental a abrir los archivos sobre el movimiento muestra como las matanzas del pasado buscan cubrirse para ocultar los crímenes del presente. Hoy, como ayer, sus explicaciones para defender lo indefendible son similares, y su destino será el mismo.

Lejos de ser una ceremonia luctuosa o el recordatorio de una derrota, las conmemoraciones sobre el 68 son parte de un ensayo general para construir otro país. Es el futuro refrescando la memoria. Si, como afirmaba George Gurvitch, los utopías son un sincretismo entre mito e historia, y el recambio de sistema requiere de ellas, el mito y la historia del 68 son parte de sus ingredientes principales.

Ni modos, el pasado ya no es lo que era.