En su simplicidad y en su simplificación, la reflexión de Lionel Jospin, publicada por La Jornada el pasado 18 de septiembre, resulta aire fresco frente a la miopía financiera, hegemónica en el mundo de nuestros días. La racionalidad económica reaparece en boca de un alto funcionario público, cosa por demás extraña.
La palabras significantes hallan de nuevo a los objetos significados. El sistema económico en el que vivimos se llama capitalismo. Existen los conceptos que han sistematizado su nacimiento, su desarrollo, sus fundamentos, su expansión, su modus operandi, aunque se hallen hoy en el cajón de las cosas inservibles y oxidadas de los economistas y operadores neoliberales de la economía globalizada. Por supuesto, cuando la aprehensión racional de las bases organizativas y operativas del sistema socioeconómico es irracionalmente soslayada, no podemos sino quedar a merced de la irracionalidad, que es mucha, de dicho sistema. Tal es hoy, sin embargo, el modo como el mundo vive.
El escenario descrito por Jospin y sus problemas estructurales básicos, habla nuevamente de un mundo concreto de seres humanos, creado y operado por seres humanos con intereses económicos divergentes, y no de fetiches llamados mercados, fuerzas económicas, flujos de capital, desequilibrios y todo el gran diccionario de seres ultramundanos a los que nos debemos someter sin discusión, so pena de ver desatadas sus furias y sus castigos.
Jospin hace un breve recorrido por los cambios del capitalismo de los últimos años y nos recuerda que sigue siendo inestable, que ésta es su naturaleza, que la economía es política, mundo humano, conflicto de intereses, no embustera argucia financiera, que la mundialización exige regulación, como antes la exigió el desarrollo centrado en el estado nacional.
Si la economía es política, y es inestable, entonces ha de ser mediada por el Estado o nos instalaremos en la irracionalidad. Si ha de ser así mediada, entonces el mercado no es regulador absoluto; es apenas un medio para asignar recursos y descentralizar decisiones pero bajo control social y mediación estatal. El neoliberalismo, actual vindicador decimonónico de la preminencia del mercado libre, es pensamiento mágico primitivo: capitulemos ante las criaturas sobrenaturales engendradas por los actos humanos (mercados) rindiéndoles pleitesía y libertad de operación. Atengámonos a la resultante de lo que a cada uno se le ocurra hacer, tal es la propuesta neoliberal. La resultante, esto es, el resultado que nadie se propuso, no puede ser otra cosa sino la catástrofe de hoy del mundo.
No hay contradicción insalvable. La mundialización demanda regulación, es decir, nuevamente, mediación estatal. La globalización, dice Jospin, ``exige, para recoger sus frutos y para controlar sus excesos, una globalización equivalente de las políticas. No podría haber economía mundial sin regulación mundial. A problemas globales, respuestas globales: este es el realismo al que nos invita el siglo XXI.''
Desde luego, nada podrá hacerse respecto a la economía real (la producción, la infraestructura) y la distribución de sus frutos, si dejamos en libertad absoluta a ese ciego jinete apocalíptico llamado mercado de capitales. Nada podrá hacerse si, en primer lugar, no lo nombramos en su sustancia. Lo que opera no es un innominado ``mercado de capitales'', sino una nómina concreta de especuladores y financieros concretos encabezada por los Soros del mundo. No existe razón alguna para que los Estados de los países desarrollados y no desarrollados otorguen el privilegio de cometer en libertad todos los daños imaginables a esa nómina de millonarios. Es sencillamente absurdo.
La de Lionel Jospin es, por supuesto, una perspectiva europea. ``El camino a seguir es... el de la constitución de amplios conjuntos económicos regionales, llegando hasta las uniones monetarias...''
Es altamente probable que el futuro no lejano plantee a México este problema en toda su amplitud. Empero, una unión monetaria con Estados Unidos tendría que ser estación de llegada de vastas transformaciones nacionales previas, no punto de partida.