Carlos Bonfil
Rescatando al soldado Ryan

6 de junio de 1944, el Día-D, día del Desembarco de los Aliados en las costas de Normandía. Más de 150 mil soldados de cuatro países aliados (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Canadá) participan en las operaciones bélicas. En una de las playas, Omaha, a primeras horas de ese día, ocurre la hecatombe: cientos de soldados, convencidos de poder incursionar en el territorio francés sin mayor resistencia nazi, son masacrados por las tropas alemanas atrincheradas en sus bunkers. Rescatando al soldado Ryan (Saving Private Ryan), de Steven Spielberg, rescata este episodio en toda su crudeza a lo largo de sus primeros 27 minutos, sin un instante de descanso, con un montaje muy ágil, y la filmación, cámara al hombro, de los más mínimos detalles. El fragor del combate domina todo, ahoga las voces, aísla gritos y lamentos, y por vez primera en el género del cine bélico, la tecnología del sonido digital conspira para producir en el espectador una sensación de opresión y angustia claustrofóbica de alguna forma similar a lo descrito. Esta primera media hora es toda una lección de destreza en la orquestación de cámaras, con su multiplicación de puntos de vista, su tono semidocumental, la reproducción minuciosa del escenario (como la realizada por James Cameron en Titanic), las tomas subacuáticas que capturan el itinerario de las balas expansivas, su coreografía destructiva, como una extraña reminiscencia de Tiburón (Jaws, Spielberg, 1972) y su terror a flor de cuello. La violencia extrema de estos primeros minutos le valieron a la cinta en Estados Unidos una clasificación R, la cual restringe su impacto en taquilla. (Curiosa doble moralidad que protege a menores contra escenas bélicas al tiempo que prodiga en cadena nacional de televisión los pormenores de un Sexgate).

Al concluir el largo episodio del desembarco, estupendamente fotografiado por Janusz Kaminski, lo que sigue es la extensa ilustración de un dilema moral. ¿Es válido arriesgar las vidas de varios soldados para intentar rescatar una sola vida, sin la certeza de siquiera lograrlo? La vida en cuestión es la del soldado Ryan (Matt Damon), único sobreviviente de cuatro hermanos que combatieron al mismo tiempo en distintos frentes --el hombre que un gobierno desea encontrar y rescatar a fin de restituirlo a su madre y poder así aligerar su pena. Por supuesto, la historia es totalmente ficticia, pero la anécdota imaginada por el guionista Robert Rodat es el pretexto y sustento para las disquisiciones morales que continuamente asesta a soldados y espectadores el capitán Miller (Tom Hanks, grave e imperturbable como una quinta figura en el Monte Rushmore), y que constituyen un homenaje al patriotismo estadunidense --bandera en primer plano, interminable hilera de cruces en un cementerio-- y un elogio de las virtudes democráticas de generales y líderes políticos.

Rescatando al soldado Ryan es posiblemente ``la mejor película de guerra jamás filmada'', si el criterio de excelencia es el aprovechamiento óptimo de los recursos tecnológicos y financieros a su alcance, pero en el plano artístico está muy lejos de la complejidad y lirismo de las películas que mejor representan el género de guerra Sin novedad en el frente (All quiet in the western front, Lewis Milestone, 1930); También somos seres humanos (The Story of G.I. Jones, William Wellman, 1945); Fuimos los sacrificados (They were expendable, John Ford, 1945). Sin duda es técnicamente superior a otra superproducción multiestelar con el mismo tema, El día más largo del siglo (The longest day, Andrew Marton, 1962), pero las cuestiones morales que maneja, y que debieran marcar su originalidad, y el mensaje que a toda costa busca pasar de una trinchera a otra, son de una obviedad apabullante, sin mencionar su carácter infatigablemente autocelebratorio. Si bien resulta interesante el desarrollo del personaje del cabo Upham (Jeremy Davies), el joven intelectual horrorizado por la guerra, alter ego del director según sus propias palabras, así como las vacilaciones morales de Reiben, el soldado rebelde que interpreta Edward Burns, no deja de ser burda la forma en que el director presenta a los campesinos franceses ni retórico su empeño de construir no una épica, sino un verdadero film-mausoleo. Técnicamente deslumbrante en sus primeros treinta minutos, maniquea y previsible en sus tres horas más de duración en narrativa de teleserie, Rescatando al soldado Ryan no se aproxima mínimamente a la exposición implacable de la deshumanización bélica que es Cara de guerra (Full Metal Jacket, 1987), de Stanley Kubrick. En esta última parte del tríptico social que también incluye La lista de Schindler y Amistad, Spielberg muestra una vez más su increíble capacidad de transformar la indignación y el dolor en materia de espectáculo, en una feria del horror cuyo impacto persistirá hasta el momento en que él mismo presente nuevas atracciones.