La Jornada Semanal, 27 de septiembre de 1998



Ana Cruz

Entrevista con Guillermo Tovar de Teresa

Guillermo Tovar ha sido cronista de la ciudad, fundador de las asociaciones de Amigos del Centro Histórico y de la Catedral Metropolitana, miembro de la Real Academia de Arte de San Fernando de Madrid y autor de una veintena de libros. Repertorio de artistas de México, el más reciente estudio del arte mexicano del XVI al XX, es una prueba más de que las tierras visitadas por otros pueden convertirse en terra incognita. Sobre su atípica formación de historiador, sobre sus gustos y advocaciones, sobre su visión antisolemne del mundo, nos habla en esta entrevista.

¿Cómo transcurrió tu infancia? se rumora que te negabas a ir a la escuela, que asaltabas las bibliotecasÉ

-Creo que uno nunca deja de ser niño, lo que pasa es que hay diferentes etapas de la infancia. Hay una infancia que no se acompaña del adulto ni del adolescente, digamos que es la infancia plena, y luego, en el curso de la vida te reconcilias con esa infancia y lo mejor que te puede suceder es vivir con una especie de ``patiecito infantil'' en el interior de tu personalidad. Yo recuerdo lejanamente la infancia, siempre relacionada con la observación. De niño era muy observador, y muy sensible. Me daba curiosidad todo, pero en particular el arte. Sentía las cosas antes de conocerlas, antes de estudiarlas y pensarlas. Es decir, sentía las cosas por golpe de percepción, eso sí lo recuerdo, eran sensaciones, muchas sensaciones. Por ejemplo, recuerdo que en mi casa había unos tomos grandísimos de Iglesias de México del Doctor Atl que me fascinaban; recuerdo que los hojeaba con mucho placer. Aprendí a leer con el periódico sentado en la bacinica. Seguramente empecé leyendo el periódico porque muchas veces no iba al colegio, mejor me iba con mi abuelo y comentaba las noticias con él. Estaba en el kinder, tendría tres años y platicaba con mi abuelo de las noticias de actualidad.

-En general las inclinaciones vocacionales tienen mucho que ver con nuestros afectos, ¿cómo nace tu amor por la historia? ¿Es también influencia de tu abuelo?

-No, más bien de mi padre, conocedor del arte mexicano y gran coleccionista. Pero creo que es algo que está en la condición mexicana, todos los mexicanos tenemos una especie de proclividad, de sintonía, frente al pasado, vivimos rodeados de pasado y por ello se vuelve muy familiar. Nuestra realidad está inmersa en la historia, es natural que nos guste, sobre todo vivida como algo anecdótico, humano y muy real. La historia que se hace ahora para profesores es completamente deshumanizada y para lo único que sirve es para dar clases, porque pocas veces deja un elemento humano de referencia, te llena de visiones mecánicas no valorativas. Esta historia ya no hace a los niños participar en la experiencia de México, en la mexicanidad, que a fin de cuentas es para lo que tiene sentido la historia. Para mí la historia, referida a lo humano, tiene sentido. Es fantástico que te cuenten que hubo una tertulia en una calle de Querétaro, en donde se hizo una representación teatral y que la Corregidora y el cura Hidalgo se reunían en los ensayos y de ahí surgió el ``grito''. Así contada me parece maravillosa; después de todo, la historia es la mejor aventura que te pueden platicar de niño. La historia científica de fechas, recetas, visiones mecánicas y datos para lo único que sirve es, como dije, para adoctrinar, dar clases y hacer exámenes, o sea, para nada.

-Siendo tan amante del arte, ¿de niño no pensabas en ser artista, escultor, pintor o arquitecto?

-Me encantaba el dibujo, así que de muy pequeño, en una cena con Justino Fernández y Arellano Fisher, me consiguieron, me acuerdo muy bien, que fuera a casa de Arellano Fisher a dibujar. Y ahí estaba todo el tiempo, tenía seis, siete u ocho años. Todo el día dibujaba mujeres desnudas, era muy interesante.

-¿Cómo es que entonces decides inclinarte por el estudio del arte más que por la creación artística? ¿Es más fuerte la vocación del investigador que la del artista?

-Mira, en mi casa había muchos libros que me fascinaba estudiar; no leer, sino estudiar. Los veía, los leía y los volvía a leer. Me acuerdo que andaba por ahí Arte colonial en México de Manuel Toussaint; también Los paseos coloniales, un libro entrañable porque es la experiencia directa de un hombre sensible y conocedor frente a los monumentos. Los paseos coloniales de Toussaint realmente es un libro muy grato que te da información pero, más que otra cosa, te comunica el entusiasmo de México en el momento en que por la existencia inicial del automóvil empieza a haber un nuevo sentido del excursionismo. Si la gente empieza a conocer el país es porque se comunica a través de carreteras; ya no es lo mismo que andar a caballo. Otro libro maravilloso de mi infancia fue Viajes alucinados, en donde Toussaint está realmente alucinado hablando de paseos artísticos por España. Recuerdo haberlo leído con gran entusiasmo, es un libro que me comunicó ese sentimiento de la historia como aventura.

-¿De ahí la vocación de cronista?

-Probablemente. Otro recuerdo fantástico es el que tengo de los cinco años de edad, cuando coleccionaba estampitas de santos. Mi nana me platicaba las historias más impresionantes de los santos, una maravilla. Los milagros te llevan a un mundo de realidad fantástica, como San Antonio, que te ayuda a encontrar las cosas perdidas; finalmente la fantasía es lo que se pierde y recupera. Me encantaban las vírgenes romanas, San Pacomio, el patrón de los reclusos, Simón de Estitita y otros ermitaños, que son los sufridos precursores de Robinson Crusoe. El mundo bizantino también es fascinante y me gustaba coleccionar estampas en un libro que era mi tesoro. Tengo una prima que se acuerda de mí paseándome con mi librito de estampas. De esta manera empecé a interesarme en averiguar la vida de los santos. Identificaba los lugares de origen y su historia, pero al mismo tiempo el arte me dejaba una sensación de gran complacencia. Aún ahora me viene en efluvio infantil. Lo que realmente estaba sucediendo es que empezaba a relacionar el conocimiento con obras. Hoy veo que era una especie de revelación; por eso entonces me gustaba tanto y ahora me sigue fascinando. Más tarde, mi adolescencia transcurre en el centro histórico de la ciudad, en Donceles, en la plaza de Santo Domingo, yendo a visitar a los libreros de viejo, explorando las librerías de México, descubriendo personajes fantásticos y a autodidactas como Benítez, Teixidor y Octavio Paz, en fin. Algunas cosas te impactan tanto que experimentas una llamada interior. Recuerdo la adolescencia como esa especie de impulso de vocación poderosísima e inevitable hacia el arte.

-¿Y qué buscabas en la historia, o más bien, qué encuentras en la historia del arte?

-A los hechos mismos, al elemento que, hallado, se vuelve objeto de tu conocimiento. La historia no da cosas en un plan utilitario, no se trata de sacar un resultado concreto, sino una experiencia. Aprendes a valorar distintos aspectos del mismo hecho. En el fondo, busco que esa experiencia me revele a México. Pretendo encontrar lo que nos vincula, un punto de interacción que se llama ``México'' y ahora está tan accidentado y confundido.

-Siendo autodidacta ¿no te hace falta a veces el interlocutor, el asesor; no el maestro de la academia, sino el maestro en términos de orientador y de guía?

-Sí, por supuesto. Rehuí la vida en las aulas porque siento que la formación es mucho más libre en la calle, entre la gente. En la academia a veces te vuelves unilateral. Cuando eres autodidacta tienes la posibilidad de dejarte orientar por distintos criterios en planes muy libres. Por ejemplo, tuve la suerte de conocer a don Diego Angulo êñiguez, viajamos y así tuve la oportunidad de convivir mucho con él. Cuando era director del Museo del Prado y de la Real Academia en Madrid, hice un viaje a Italia con él, donde aprendí mucho. Tanto en el viaje como en Madrid teníamos conversaciones infinitas, así me formé en el sentido de los preceptores y al lado de gente muy escogida, muy allegada.

-¿No te interesan los títulos, ni los grados académicos?

-No, nunca me ha interesado el reconocimiento; eso me puede llevar a una enorme confusión en la vida. Estoy muy contento con mi condición, estoy feliz. ¡Prefiero ser dichoso que listo!

-Pero tienes una metodología de vida...

-Claro, tengo un método y una obra atrás. Tengo 28 libros publicados y eso no lo produces nada más con una actitud caprichosa, sino con trabajo. Me di cuenta de que tenía que crear una base sólida de investigación en archivos, para tener referencias novedosas de temas que ya se habían venido tocando muchas veces del mismo modo por falta de información.

-¿Repeticiones de lo mismo?

-Refritos, porque no había otras referencias. La investigación ofrece una amplia base cultural, en ese sentido tuve muy buena suerte porque me interesaron distintos aspectos de la cultura. Me acerqué mucho a la literatura, a la filosofía, en fin, a distintas manifestaciones, pero siempre tratando de salvar la parte practicable y el resultado útil del conocimiento. Mi insistencia siempre ha estado en el lado valorativo del conocimiento, en el valor de la experiencia. La gente me pregunta a veces si leo muy rápido y les contesto que leo muy lento porque disfruto muchísimo lo que leo, eso es lo que valoro.

-En tus investigaciones siempre hay una parte muy humana. Hay, incluso, una parte afectiva en el tratamiento. ¿Qué papel tienen la calidez y la lucidez en una investigación?

-Pienso que son principios no sólo aplicables a la investigación, sino a la vida misma. La lucidez da un espectro de visión amplio y, sobre todo, de representación comprensiva. La calidez es sintonía; si falla alguna de las dos, ya no funciona. Volverte positivista, frío, lleno de datos e información, y no tener experiencia sensitiva frente al arte o frente al objetivo de conocimiento, significa que en el fondo no estás comprendiendo el problema. Puedes describirlo, de una forma unilateral que no te da el sentido real.

-¿Cuál fue tu experiencia como cronista de la ciudad de México?

-Fue una época infausta, porque vives desesperado, vives poseído por lo ajeno, y no por lo propio. Vives enajenado. Se produce un saqueo de tu vida personal que es tan imbécil y desagradable que llegué a la determinación de tener que renunciar a esa precaria fama y recuperar lo que tenía: mi vocación, mi trabajo, mi intimidad, mi posibilidad y gusto de escribir libros. Es necio dejar de hacer lo que te gusta a cambio de una existencia virtual que satisface las demandas de personas que en el fondo no saben ni con quién están hablando. Rechacé esta posición y la lección me sirvió para no tener, nunca más, ningún cargo de nada. Estoy decidido a trabajar en lo que me gusta. Dejé de ser cronista en 1987 y desde entonces he editado 18 libros. Lo que prefiero es ser útil a mi país, a la sociedad y a la gente haciendo cosas y no haciendo como que hago, que es lo que te lleva a ser virtual, lo que te lleva ser un personaje y no una persona. Eso me pasaba cuando era el Cronista de la Ciudad de México. Actualmente se conserva ese quehacer pero lo asumió responsablemente un Consejo General de la Crónica, lo que significó que se trataba de una responsabilidad colectiva y no individual. Una persona no puede hacer la crónica de una ciudad de 22 millones de habitantes. Así que dejé de tener vida virtual, renuncié a la ostentación y a los protagonismos, que son tan aburridos, y me metí a trabajar de nuevo profundamente.

-Repertorio de artistas en México ha sido una obra enorme y una investigación exhaustiva. ¿Cuál es el propósito que anima este proyecto?

-Nació estando en Sevilla, en casa de unos amigos, cuando conocí a Franco María Ricci, editor de una revista preciosa. Franco me comentó su interés de hacer cosas en México: ``Me encantaría hacer una especie de enciclopedia de arte mexicano, ¿qué te parece?'' La idea me pareció interesante, pero inmediatamente pensé en algo selectivo. No un diccionario de ``todos'' los artistas de México, porque es tarea infinita. Y así comenzamos. Ha sido un trabajo fascinante. Primero, definimos un proyecto y ya que estaba armado, formamos un equipo inicial. Busqué gente, participaron muchas personas, fue algo ambicioso y creo que se logró una muy buena calidad. Tuve la inmensa suerte de contar con colaboradores como Javier Guzmán, que es un tipo estupendo que sabe muchísimo de arquitectura, Gabriel Breña, que ha trabajado el arte en el siglo XIX, Teresa Corona, Fernando García Correa, Carlos González Manterola, y Paco Negrete, que nos ayudaron mucho. Fue un equipo muy grande, pero en la vida hay que pensar en equipo, no individualmente. Desde el inicio se planteó que serían tres tomos y lo logramos gracias al patrocinio de Bancomer.

-Dice Octavio Paz en el prólogo que, ``están todos los que tienen que estar''. ¿Eso cómo se hace, cómo se logra no dejar a nadie fuera?

-Creo que lo más importante de esta obra es el criterio. Se trata de imponer criterios más que gusto en muchos aspectos, pero el rigor está presente. Si bien hay algunos que lamento haber excluido -creo que están furiosos pero ya lo arreglaré en una edición donde puedan entrar-, en principio mantuve el rigor de excluir una serie de obras y de artistas que realmente no deben estar.

-¿No es muy difícil prescindir del gusto personal cuando lo que se toma en cuenta son criterios estéticos? ¿Cómo plantear los límites entre un criterio estético y un gusto personal?

-Bueno, desde luego hay un elemento personal, pero también priva, sobre todo, el elemento objetivo. Creo que salvo pequeños puntos que se pueden discutir, asumo plenamente la selección y el tratamiento, porque así quise verlo. No estoy haciendo la enciclopedia ni la versión única ni oficial de los artistas. Si quieren hacer otra enciclopedia, adelante, que hagan otra y muchas versiones. Yo soy un ciudadano común y corriente, un ``obrerillo de la cultura'' que propone una selección arbitraria y personalísima. Como no pretendo que sea la única, tengo la libertad de plantear esta selección de artistas.

-Para finalizar, me gustaría saber cuáles son los momentos íntimamente más gratos y más satisfactorios para un historiador tan singular como tú.

-Desde luego tiene que ver con descubrimientos. Cuando uno tiene una hipótesis y de repente resulta comprobable, ¡ah, es una emoción del tamaño del mundo! Cuando intuyes que una obra puede ser de fulano por ciertas características y logras corroborarlo, ¡ah, es lo máximo! Por ejemplo, tuve un momento muy satisfactorio con un retablo de la iglesia de Regina, el de Nuestra Señora de la Fuente. También cuando descubrí que el autor de los retablos en Tepoztlán era Miguel Cabrera por un contrato de 1753. O cuando pude establecer y comprobar la hipótesis de que la fachada de la iglesia de Tepozotlán era de Ildefonso de Hiniesta Bejarano y Durán... ¡El arte es descubrimiento, y el descubrimiento es una emoción gigantesca!