La Jornada Semanal, 27 de septiembre de 1998



Ana Ivonne Díaz

Entreista con Fernando Curiel

``Si este libro provoca y coloca al Ateneo entre los elementos a discutir en el desenlace de las transformaciones de este país, me doy por bien servido'', dijo Fernando Curiel a su entrevistadora, Anna Ivonne Díaz. Iniciamos nuestras discusiones con Curiel, un provocador que escribe sobre un grupo de provocadores.

Este libro (La Revuelta. Interpretación del Ateneo de la Juventud 1906-1929, editado bajo el sello del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM) parecería un recuento de distintos temas, una lista de preocupaciones literarias donde se encuentran el investigador y el narrador.

-En realidad hace un buen rato que postulé la idea (y la llevé a cabo) de que no hay una investigación literaria objetiva que no involucre profundamente al investigador. Para nosotros, las fronteras entre lo que sería creación y estudio literario son difusas. Este libro no hace más que corroborar, creo, cierto estilo de vivir y hacer literatura ya sea pensándola o escribiéndola, La revuelta... quizá ya con mayor pericia y edad no deja de ser una obra de una generación o constelación, esencialmente una obra de autor.

-Que no es la primera, porque en sus libros anteriores existe una doble voz, es una referencia constante en su obra...

-A mí no me interesa demostrar la Reyicidad de Reyes, es decir, que Reyes es un extraordinario escritor, pero no me preocupa mucho todavía descomponer el mecanismo de esa grandeza literaria como la de Julio Torri o Martín Luis Guzmán; tampoco me afano en demostrar o en derrumbar reales o supuestos valores literarios. Al no reconocerme en los circuitos tradicionales de lo que llamaríamos la república de las letras mexicanas, me es muy difícil encontrar mi lugar, si no es en términos de pasiones, ya que mis pasiones se convierten en una preocupación que está más presente extramuros que intramuros de esa república literaria. La ciudad de México es otra de mis obsesiones, aquí encuentro a un grupo que no solamente constituye uno de los grandes momentos de toda la prosa de este país, sino que está obsesionado por una serie de deberes del intelectual en este tipo de países donde el saber es un poder, independientemente de su profundidad y calidad; el solo hecho de tener un grupo así constituye algunas interrogantes en cuanto a cómo estos jóvenes asumen responsabilidades intelectuales para con los demás, e incluso obligaciones ciudadanas que hoy están tan de moda y en el fondo son profundamente políticas. Lo que pretende demostrar el libro, a diferencia de lo que dicen algunos de mis maestros acerca de que el Ateneo desaparece en 1914 lo cual lo haría casi una exquisita flor del porfiriato y del huertismo, es que El Ateneo forma parte de las oposiciones a la dictadura y de los movimientos revolucionarios que siguen a su destrucción.

-Me llama la atención su definición de los miembros del Ateneo no como una generación sino como una constelación...

-Sí. En trabajos categoriales, lo coetáneo te refiere si no a quienes nacen en un mismo momento, sí en un lapso determinado; lo contemporáneo puede ser no del mismo año pero si de una época. Para mí hablar de la Ateneidad como una tercera categoría se me hizo exagerado, así que decidí utilizar el concepto de constelación, porque te permite tener estrellas de distintas edades y temple. Entonces el momento en que coinciden Urbina y Urueta con los jóvenes, y con ellos los de 1915 como Toussaint, Gómez Morin, o los mismos Contemporáneos como Novo o Villaurrutia son estrellas de distintas edades pero con el mismo temple...

-Y más que un temple, como una referencia cultural que se convierte en la punta de lanza de la cultura mexicana y que, de hecho, cimienta las bases para lo que viene después.

-Claro, una de las tesis del libro, que no tiene nada de original, es que esta constelación es el sustento de la cultura mexicana del siglo XX. El Ateneo, la Generación del Centenario, o la Generación de Savia, cifra la cultura contemporánea de este país. Preparando la cuarta de forros de este libro, encontré la redacción más simple: ``El Ateneo cifra la cultura mexicana del siglo XX sin embargo, la genialidad y significación de sus individuos, Vasconcelos, Reyes, Guzmán, Silva y Aceves, los Henríquez Ureña y Fabela; los pintores, Rivera, Herrán, Montenegro, oscurece, opaca y hace que se olviden las empresas comunes.''

-Impide que en esa especie de mapa literario puedan verse más claramente las empresas comunes...

-Sí. Lo que intento con este libro es volver al trabajo de grupo, al colectivo. El hecho de que no reconozcamos las empresas comunes, ha llevado a un cierto y calculado olvido lo que fue la constelación ateneísta. El libro trata de remontar todas estas adversidades, malentendidos y la clara intención política de desaparecerlos para decir ``aquí está toda una historia de la cultura contemporánea que no nada más es literaria''. El ateneo no es una generación, como se dice, ni es sólo una generación literaria, ni concluye en 1914.

-El Renacimiento es una revista -lo han dicho muchos, principalmente Huberto Batis en su excepcional estudio introductorio- que se convierte en un órgano poderoso de la letra impresa donde Altamirano se encarga de canalizar y conciliar a muchas estrellas. Sin embargo, los ateneístas no logran nunca concretar una revista... ¿es falta de visión? ¿por qué no usar un órgano impreso?

-El reproche se ha hecho ya. Tiene su base, Zaid lo dice claramente. En este libro trato de encarar esta pregunta. La estrategia del grupo es tan amplia y sagaz, que no necesitaban una revista porque siempre tenían revistas ajenas. Se nos dice que ``el Ateneo es prácticamente la crítica de la bohemia modernista'', yo llevo buen rato junto con un grupo de investigadores demostrando que hay un Ateneo modernista. Este libro trabaja sobre el Ateneo arcaico, algo en lo que abundé en Tarda necrofilia, la segunda época de la Revista Azul, la de Caballero. Ahora, ¿por qué éstos jóvenes defienden a los modernistas frente a los ataques de este editor? La relación venía de tiempo atrás. Hay una clara alianza entre los ``nuevos'' y los modernistas, ¿para qué querían otra revista? no tenían ninguna limitación para aparecer como un núcleo poético que luego se enriquece en otras expresiones para aparecer en revistas como Savia Moderna y Savia Nueva que, por cuestiones de mecenas modernistas, las editan con enormes puntos de enlace. El artículo correspondiente de los estatutos del Ateneo dice: ``es obligación tener una revista'', bueno, pues no la tuvieron... pero esto no puede llevarnos a la idea de que no tuvieron preocupaciones, escrúpulos ni proyectos editoriales. No olvidemos la etapa de Vasconcelos en la Rectoría y en la Secretaría de Educación Pública y que hubo grandes editores, como Reyes o Guzmán que se preocuparon mucho por tener presencia; todos ellos fueron esencialmente hombres de letra impresa.

-¿Puede verse a través del Ateneo cómo se mueve la cultura intelectual en nuestro país?

-Podría darte una respuesta navajera, muy en mi línea. La entiendo desde hace mucho tiempo porque soy penalista. Pero a lo que me refiero es al elemento de espejo, este grupo participa de un viejo intento civilizador, se están buscando condiciones de tolerancia, pluralidad, de estar en lo nuestro y en lo otro, esas cosas que alguien dice que son novedosas: el ejercicio de la crítica, la otredad, la enorme preocupación de lo local y lo internacional. Estos datos fueron y son absolutamente positivos para una convivencia. No podemos dudar que se trata de modos colectivos de ser profundamente aleccionadores para el presente. Los ateneístas son señales de tolerancia, de hacer profesional a la vida intelectual, de responsabilidad del intelectual ante su comodidad, todo esto me parece extraordinariamente vital. En aquellos años, construir poderes y tener poder desde la cultura era mucho más complicado que hoy. Creo que la república de las letras es un círculo muy poderoso...

-Usted forma parte de ese círculo...

-Naturalmente aquejado por problemas que también sufrían los jóvenes que estudio. La tolerancia, la participación y la distribución del saber, son elementos civilizadores y, en ese sentido, creo estar en una corriente determinada que tiene que ver más con la tolerancia que con los trabajos de divinización. Del Ateneo me fascina el carácter plural y abierto, allí no hay necesidad de líderes ni de divinidades.

-Esto no va con la imagen que tenemos de Vasconcelos...

-Simplemente en el conflicto del 23, mientras Caso desde la Rectoría dice ``por favor reconozcan la autonomía'', ``déjenos en paz''; Vasconcelos dice ``ni máis, yo mando en la Universidad'', ahí está un estatista Vasconcelos contra un autonomista como Caso. Yo cuento la historia no sólo desde las simpatías sino desde las diferencias.

-Me parece que esta generación, a pesar de la fama, autoridad, y conocimiento sabía escuchar... cosa que ya no vemos muy seguido en esta república que usted llama de las letras...

-Sí. Cuando la posteridad ve el pasado contamina sus divisiones y sus problemas e intereses del momento. La diversidad, permitir que otro opine de distinta manera sobre determinadas cuestiones, no más carreras presidenciales en off dentro de la cultura, no más proyectos de divinización, porque lo que necesitamos es esta apertura. Como El Ateneo está construyendo una cultura disidente, no lo hace en términos de apostar a un sólo nombre sino a varios frentes. Son capaces de enfrentar las hegemonías, se anticipan en la crítica del positivismo, se enfrentan a la escuela pictórica dominante, al academicismo, y crean una de las pinturas mexicanas; a la escuela literaria dominante, que es el modernismo, se enfrentan mediante alianzas, a través un sistema de sucesión sin sangre, incruento, y se enfrentan a la dictadura porfiriana a su modo desde lo que llamo la oposición simbólica, la oposición no de la crítica de las armas sino las armas de la crítica. Sus gritos desaforados en las calles en 1907: ``momias a vuestros sepulcros'', se pueden leer también políticamente, no sólo se referían a Caballero...

-La alharaca sobre Caballero es netamente política...

Por supuesto, Zaid lo dice, es parte de una estrategia política. Yo soy de la causa ateneista pero tengo amplitud de criterio. Si este libro provoca -no sólo que guste o no, aunque salgan actos de adhesión o no- y coloca al Ateneo entre los elementos a discutir en el desenlace de las transformaciones de este país, me doy por bien servido. Podría decirte que esto, a su modo, es un reportaje. Totalmente buscado pero fatal porque no tengo escape.



Fernando Curiel

Para abrir boca

Fernando Curiel nos cuenta su aventura de escribir una historia literaria que ``incurre en la historia política y en la historia social de dos eras a las que el tajo del 20 de noviembre de 1910, más que cortar por lo sano, entretejió''. Es la historia de El Ateneo de la Juventud, parteaguas de nuestra cultura moderna, que aparecerá la semana entrante.

Año de 1900.

Inspirado por el cambio de siglo, el uruguayo José Enrique Rodó publica Ariel. La dedicatoria del opúsculo, ``A la juventud de América'', comprime un doble deseo explayado en siete partes. El deseo de una América Latina espiritual, entregada tanto al pensamiento como a la acción, al mismo tiempo serena y firme. El deseo de una juventud latinoamericana acorde a lo que el personaje de Shakespeare, Ariel, significa para el personaje Rodó, maestro de literatura: ``idealidad y orden en la vida, noble inspiración en el pensamiento, desinterés en moral, buen gusto en arte, heroísmo en la acción, delicadeza en las costumbres''. Soy de la opinión de que estos aspectos, más que la crítica un tanto superficial del utilitario materialismo estadunidense, son los que confieren sostenida popularidad al ensayo de Rodó. Sobre todo porque el doble deseo, particularmente en lo que se refiere a la juventud, llama al combate. El profesor, apodado desde luego Próspero, perora no frente a sus coetáneos sino ante un conjunto de alumnos presto ya para cruzar la línea que separa al aula de la ciudad (un Montevideo que sospecho igual de melancólico al que recorro luego de cruzar un interminable río obscuro). A ellos, en tanto colectividad, instiga a cumplir un programa de acción, a saber: ``el honor de cada generación humana exige que ella se conquiste por la perseverante actividad de su pensamiento, con el esfuerzo propio, su fe en determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución de las ideas''. Sin que importe que el papel histórico se reduzca al de mera generación precursora de un futuro que otra nueva oleada juvenil fundará. No debe extrañar el brío del uruguayo: nacido en 1872, al publicar Ariel Rodó andaba en sus 28 años.

Grande fue, y sigue siendo como ya anticipé, su eco en el ámbito hispanoamericano. Para 1900, México, nuestro país, ya exhibía los rasgos en los que la revolución de 1910 hallará no escaso sustento: añosa dictadura, cerrazón social, inmoralidad pública y privada disfrazada de determinismo, concepción utilitaria y materialista de la formación universitaria, torva senilidad. Intriga saber de qué manera se apreciaron, en un medio con signos de arterioesclerosis social, interrogantes como la siguiente: ``¿será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva como lo es de la vida individual?''; o afirmaciones de este jaez: ``yo creo ver expresada en todas partes la necesidad de una activa revaloración de las fuerzas nuevas; yo creo que América necesita grandemente de su juventud''.

Sin embargo, en modo alguno me propongo esclarecer la ``recepción'' de Ariel en la República Mexicana. Lo documentable es que en México surge, por esos años, una nueva generación -prefiero llamarla constelación- que exalta no sólo lo juvenil -hasta el extremo de auto-calificarse a la postre Ateneo de la Juventud-, sino también el compromiso de la transformación cultural de un sistema herrumbroso, en vastas zonas petrificadas. Fuerza nueva que, amén de volver los ojos a América Latina, obtendrá la autorización del autor para reeditar en Monterrey -ciudad desde la que gobernaba al estado de Nuevo León el padre de uno de los eminentes ateneístas-, el manifiesto llamado Ariel. 500 ejemplares.

Discurre 1982.

Dividido entre el Centro de Estudios Literarios y la Capilla Alfonsina, me afano en la redacción de La querella de Martín Luis Guzmán (1a. ed. 1987, 2a. 1993) y en la exploración de los papeles de Alfonso Reyes: epistolarios, diarios, marginalia. Tarea esta última de la que se desprenderán dos trabajos: la edición de su correspondencia con Martín Luis Guzmán (Medias palabras, 1991) y una biografía documental del regiomontano (El cielo no se abre, 1995); pero, ante todo, la plena atención a la obra y lances de su camarilla histórica. Camino, al promediar el año, a una Nicaragua todavía sandinista, con la asistencia de Josefina Estrada e Ignacio Trejo cúmpleme organizar un ciclo de conferencias al que intitulé La cultura al filo del agua: El Ateneo de la Juventud (Instituto Nacional de Bellas Artes, Seminario de Creación Literaria, Dirección de Literatura, Capilla Alfonsina, del 31 de julio al 4 de septiembre). Recuerdo los temas: ``Lista de asistentes'', ``Lecturas filosóficas'', ``Lecturas literarias'', ``Los que se quedaron'', ``Los que se fueron'', ``Balance del Ateneo''; y a los principales ponentes y comentaristas: Emmanuel Carballo, Víctor Díaz Arciniega, Beatriz Espejo, Felipe Garrido, çlvaro Matute, Eugenia Revueltas, Jorge Ruedas de la Serna, Abelardo Villegas.

Pues bien: de entonces, acicate de mis desvelos, data la siguiente lista de preguntas:

1a: ¿No constituye el Ateneo de la Juventud, en tanto asociación, apenas un momento de una movilización que lo antecede y sucede?

2a: ¿Le cuadra a la pandilla ateneísta el epíteto de generación, entendida ésta como conjunto de coetáneos?

3a: ¿De ser una generación, podemos calificarla de exclusivamente literaria?

4a: ¿Puede predicarse, sin lugar a dudas, acerca de un específico manifiesto ateneísta?

5a: ¿El estudio total del Ateneo modificará el entendimiento de la literatura mexicana -en sentido amplio- del siglo XX?

6a: ¿Hemos sobrepujado, incuestionablemente, el espíritu del ateneo mexicano, en lo intelectual y en lo sociocultural?

Abre 1996 en un México convulso.

Doy el visto bueno a la versión definitiva de mi navegación ateneísta, marcada por dos rasgos inusuales. En primer término, de los dos registros posibles, el bienaventurado y el rijoso, me inclino por el segundo. ¿Una hermandad acorde, perfecta así en la cultura como en la vida? No. Subgrupos, tensiones, tendencias varias, oposiciones, disputas, rivalidades, imposiciones, defecciones, cismas: las agitadas aguas que ignora la versión oficial u oficiosa. En segundo, por cuanto a las duraciones, corta, mediana o larga del movimiento -de la revuelta- opto por la tercera. Del Modernismo al nacimiento de las otras vanguardias: las posrevolucionarias.

Todo el tiempo, al investigar y al redactar, al impartir lo investigado y lo redactado, al someterlo a mis maestros y discípulos en el tema, he tenido en la mente a José Enrique Rodó. Corresponsal de Henríquez Ureña, colaborador de la Revista Moderna, es de presumirse su conocimiento de lo ocurrido con los jóvenes de México a partir, por lo menos, de Savia Moderna. Y sólo su muerte, en 1917, le impedirá tomar nota de un ateneísmo mexicano redivivo: la hora de José Vasconcelos -tan de su estirpe-, entre 1920 y 1929.

Sobra decir que en estas páginas la historia literaria incurre en la historia política y en la historia social de dos eras a las que el tajo del 20 de noviembre de 1910, más que cortar por lo sano, entretejió. El viejo y el nuevo régimen: el porfiriato y la ``bola''. Tres historias que se resumen operativamente en lo que acabo de llamar cultura intelectual.

Al abordaje.

En primer término: la teoría.