En su Dodge RAM, roja y nueva, Fermín Castro Ramírez se paseaba por Ensenada. Cuando se topaba con un antiguo conocido, pegaba su vehêculo a la banqueta, bajaba el vidrio y gritaba: ``¡Quibo, mijo. Súbase, vamos a echarnos unos tacos!''
Era 1994. La gente comenzaba a conocer a otro Fermín Castro. No el indio pai pai de familia humilde ni el maestro bilingüe que manejaba una carcachita cuando podía escaparse de Tijuana. Al nuevo Fermín, a juzgar por su casa y sus camionetas, le iba de maravilla con su empresa de rodeo ``Vaquero indio''.
Y no sólo invitaba tacos, también presumía, por ejemplo, un aparato que cargaba ``para interceptar llamadas''. A cualquiera le decía: ``Mira, vamos a ver de qué habla el comandante'', y se ponía a escuchar las comunicaciones de la policía.
La historia ya dio la vuelta al mundo. La madrugada del 17 de septiembre, un comando de hombres armados llega al rancho El Rodeo, a 12 kilómetros de Ensenada, y ejecuta a tres familias enteras. El saldo es de 18 muertos. En el lugar del crimen quedan 94 casquillos de fusiles AK-47, subametralladoras UZI y pistolas 9 milímetros. El servicio médico forense filtrará más tarde que todas las víctimas tenían el tiro de gracia.
La información que se filtra indica más tarde que sobreviven al ataque un niño que se fingió muerto, dos jovencitos que se ocultaron y el principal blanco: Fermín Castro Ramírez, señalado por la Procuraduría General de la República (PGR) como presunto narcotraficante.
La conciencia de la PGR
``Teníamos conciencia de que estaba incrementándose el narcotráfico en esta región'', dijo José Luis Chávez, delegado de la PGR en Baja California, en la primera, tumultuosa, rueda de prensa tras la masacre de El Rodeo.
El funcionario fue más preciso: ``Ya teníamos información de que Fermín Castro Ramírez y Francisco Javier Flores Altamirano se dedicaban a actividades de narcotráfico''.
Fermín y sus cómplices, según la PGR, formaban una banda de ``bajadores'', como se conoce a los que esperan las avionetas para descargarlas y transportar la mariguana a Tijuana y Mexicali en vehículos con doble fondo.
Las autoridades dicen que ya les pisaban los talones. Incluso estaba lista la orden para catear El Rodeo. Pero los asesinos se adelantaron.
¿Desde cuándo tenía información la PGR sobre las actividades de Fermín Castro?
Una fecha posible es el 20 de junio de 1997. Ese día, militares y agentes de la Policía Judicial Federal detuvieron a 10 personas que cargaban un camión con 663 kilos de mariguana. Entre los aprehendidos estaban dos hermanos de Fermín: Willy y José Gilberto Castro Ramírez.
En aquella ocasión, la PGR siguió la pista de una avioneta Cessna azul con blanco y fue a dar a un rancho llamado El Alamito.
Carlos Arnulfo Campos Flores, quien se declaró dueño del cargamento, confesó que esperaban aeronaves procedentes de Sinaloa y escondían la droga en ranchos cercanos para llevarla a Ensenada y Tijuana.
Los hermanos de Fermín estuvieron en la cárcel apenas unos tres meses. Al parecer, Gilberto se retiró del negocio ilícito, porque hacia fines de año regresó a su trabajo de maestro bilingüe.
Las señales, pues, estaban claras desde hace más de un año: 10 detenidos, todos de una comunidad pai-pai de apenas 35 familias, parecerían indicio suficiente para llevar a los cuerpos policiacos tras la pista de Fermín.
¿Avisos? ¿Señales? El cateo no llegó. El Acteal de los narcos se adelantó.
El lugar del crimen
El rancho El Rodeo no es El Gran Chaparral. La casa principal es como cualquiera de clase media. El alto portón de fierro, coronado con un cráneo de vaca, es un lujo de Fermín, porque la barda es tan bajita que no resiste un salto.
Un día después de la matanza, si no fuera por los sellos y los cordones amarillos, por los soldados y policías, la única huella sería esa mancha de cinco por cuatro en el patio de cemento de la familia Castro Tovar. Una mancha ocre, como de viejo taller mecánico. La sangre de las víctimas.
Las tres casas de las cuales sacaron a las familias están clausuradas. Afuera, algunos rastros de la vida que se fue: un cochecito y una resbaladilla de plástico, una alberca inflable desinflada, alguna pelota.
A los animales no los tocaron. Allá al fondo están los caballos, acá un gallo y un corral donde un emú pasea sus largas patas.
El Rodeo se alcanza a ver desde la Scenic Road, como dicen los letreros que se llama la carretera que lleva a los turistas a Ensenada.
Se reía con el himno
Diciembre de 1982. Un joven flacucho, con su certificado de secundaria bajo el brazo, aparece en la tercera sección de la colonia Obrera de Tijuana. Es Fermín Castro. Quiere ser maestro bilingüe y viene a capacitarse en la escuela primaria ``El Pípila''.
Maestros oaxaqueños, mixtecos en su mayoría, son los encargados de formar a los jóvenes pai-pai. Las jornadas en la escuela son de sol a sol. Por las noches, los profesores instruyen a Fermín y tres jóvenes nativos más sobre la manera de pararse frente al grupo, de dirigir una ceremonia escolar, de dar las explicaciones.
Desde entonces, Fermín se viste como se le ve en la foto que da la vuelta al mundo: sombrero texano, botas puntiagudas, pantalón de mezclilla, hebilla gigante, camisa vaquera. Claro, en 1982 su ropa es baratona.
Eso sí, Fermín pasa el tiempo de broma en broma. ``La primera vez que le tocó dirigir el himno nacional no se aguantó la risa en el micrófono'', recuerda un vecino de la colonia Obrera.
Recién llegados a Tijuana, los maestros de ``El Pípila'' no tienen casa propia. Viven todos juntos y comparten las tareas domésticas. En una pequeña fonda de la colonia Obrera se recuerda al Fermín de entonces: ``Se adaptó a todo, menos a comer chile''.
Otro vecino recuerda que Fermín y su hermano Gilberto se escapaban a los bailes en una carcachita. En Ensenada tenían, además, un ``patrón'' del que hablaban con reverencia: ``un gringo'' dueño de terrenos en El Sauzal, para quien habían trabajado como vaqueros.
A su regreso a Santa Catarina, en la falda sur de la sierra de Juárez, Fermín combina su trabajo de maestro bilingüe con la compra-venta de ganado y se porta ``muy entusiasta'' en la promoción de juegos de béisbol.
Por esos tiempos, su padre, Margarito, era presidente de bienes comunales. El profesor Faustino Martínez Ortega, quien vivió varios años en la comunidad, lo recuerda como alguien ``muy callado y pacífico'', dedicado a unos cuantos caballos y algunas vacas. Además de ser ``muy cafeteros'', los Castro hacían quesos que vendían en Ensenada.
Guadalupe Tovar, La Chimi, esposa de Fermín, comenzó a trabajar como maestra en San Antonio Necua, en el Valle de Guadalupe. Pidió licencia unos años, pero regresó y hasta su muerte era la asistente de la supervisora de las escuelas para nativos. Viajaba de Ensenada al Valle de San Quintín en su camioneta nueva y siempre armada de su teléfono celular.
``No ocultaban nada'', dice un antiguo habitante de El Sauzal.
Ni siquiera Guadalupe escapó del interceptor de llamadas. Hace unos meses, a Fermín se le ocurrió interceptar el celular de su mujer y escuchó una voz masculina que la invitaba a cenar. Ella se resistía. ``¿A poco te pegan?'', le dijo el hombre. Esa noche, cuentan, a La Chimi sí le pegaron.
El destino de cuatro pai-pai
El tiempo no ha tratado bien a los pai-pai que se hicieron maestros en aquellos años. Fermín está en el hospital, custodiado por soldados. Dos más están muertos.
Uno, José Luis Casillas murió en una volcadura que ocurrió, curiosamente, apenas a un kilómetro del lugar de la masacre.
Otro, Eufemio Sandoval Núñez, trabajó como animador de los espectáculos organizados por Fermín. Lo mataron hace un año, justo al terminar uno de los rodeos y a una semana de haber dejado el cargo de presidente de Bienes Comunales de Santa Catarina. Una versión señala que el crimen fue resultado de una venganza, pues su padrastro había matado a un hombre. Pero el caso no se ha resuelto.
El cuarto del grupo, Heriberto Reglan, es líder local de la CNC y en la prensa bajacaliforniana se le ha mencionado como presunto abigeo.
El Hielero, El Jefe, El Charro
Antes de ser El Hielero o El Jefe, como le conocían sus lugartenientes según las filtraciones policiacas, Fermín Castro fue charro sindical.
En 1988 lo eligieron secretario general de una delegación de la sección 2 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Un año después, cuando estalla el movimiento magisterial, los maestros le piden a Fermín que se ponga al frente de sus demandas. Pero Fermín es disciplinado. Los líderes oficialistas de la sección 2 le han dicho que, si se porta bien, podrían hacerlo diputado local. En las asambleas, frente al empuje de la base, Fermín Castro cumple su tarea: ``Cómo les voy a hacer caso a ustedes, si los de la sección 2 son como mis padres, son mis superiores''.
El respeto ``a mis superiores'' es otro de sus rasgos. En 1989 defiende a capa y espada al jefe de educación indígena estatal, un ex guerrillero de nombre Graciano Hernández Velasco, funcionario que da muestras de reciprocidad: ``Fermên es muy inteligente y va a llegar muy lejos''.
Así parecía en 1994, cuando el negocio del rodeo marchaba viento en popa. En sus camiones, Fermín llevaba todo lo necesario para los rodeos y las peleas de gallos. Sus espectáculos se anunciaban en la radio local, por lo que tenía buenas relaciones con famosos locutores.
Fernando Olmos, presidente del Comité Pro Etnias de Baja California y familiar en segundo grado de Fermín, dice que ese negocio explica los bienes de su pariente. Según él, en los rodeos y peleas de gallos que organizaba Fermín se llegaban a apostar hasta 50 mil dólares.
Olmos también afirma que los narcotraficantes quieren desplazar a los indígenas nativos de sus comunidades y que en muchos lugares presionan a los pai-pai, a los cochimíes o los kumiais para operar en sus tierras.
Así, justamente, deben haber llegado a Santa Catarina, dispuestos a convencer al director de la escuela primaria bilingüe, que se llamaba Fermín Castro.
La otra versión -de la PGR- es que un día Fermín olvidó su idea de respeto ``a mis superiores'' y dejó de pagar el ``derecho de piso'' a Ismael Higuera, El Mayel, operador del cártel de los Arellano Félix. La respuesta fue la masacre.
Las primeras versiones lo dan por muerto. Pero Fermín sobrevive. Desde el día de la masacre, elementos del Ejército mexicano custodian el hospital El Carmen, en Ensenada, donde se encuentra Fermín, en estado de coma, con un tiro en el cráneo y tres más en diversas partes del cuerpo. Se habla también de huellas de tortura.
Mario Alberto Flores, de 12 años, también está en el hospital. Mientras, Viviana Flores, de 15, y Manuel Ramírez de 17, quienes se ocultaron de los asesinos, están bajo custodia policiaca.
``Limpiar su nombre''
Luis Alberto Jaime Liera pasó toda su vida en El Sauzal. Era soldador. Como muchos en este poblado de diez mil habitantes trabajó en las plantas procesadoras de pescados y mariscos. Su familia dice que no tenía nada que ver con los negocios de Fermín. Era su concuño y vivía en una casa contigua, nada más. Sus familiares quieren ``limpiar su nombre'', porque les duele verlo bajo el encabezado de ``ajuste de cuentas del narco''. Se les ha ocurrido mandar una carta a los periódicos, pero no se animan.
Uno de los familiares pide: ``Deje hablarlo con mi primo... pero, no sé, a él y a mí nos tocó reconocer los cuerpos...'' No se animan. Gana el miedo. Les dan la razón las cajas que el sábado 19 de septiembre depositaron en dos fosas del pequeño cementerio de San Miguel, que domina el Pacífico.
Ahí quedaron Luis Alberto Jaime Liera, de 40 años; Esperanza Tovar Torres, de 38; César Jaime Tovar, de uno; Luis Alberto Jaime Tovar, de 13, y las gemelas Iris Karina e Iris Macaria Jaime Tovar, de 17.
En otra fosa fueron enterrados la esposa y el pequeño hijo de Fermín, Guadalupe Esther Tovar, de 33 años, y Fermín Castro Tovar, de 3. Los demás cuerpos fueron llevados a Santa Catarina.
Setenta arreglos florales quedaron en el pequeño panteón como testimonio del aprecio que El Sauzal entero tenía por los muertos.
Guerra de cifras
La Procuraduría de Justicia Baja California tiene una lista de 500 homicidios en lo que va del año. La mitad han ocurrido en Tijuana y de ellos las autoridades creen que al menos 175 están relacionados con el crimen organizado. Y más: la lista de heridos que suma seis mil personas.
``Baja California es líder en criminalidad'', dijo el subsecretario de Seguridad Pública de la Secretaría de Gobernación, Roberto Zavala, en una reciente vista a la entidad. Dio un dato: se cometen 60 delitos por cada mil habitantes.
El gobierno estatal le salió al paso y, con cifras del INEGI en mano, informó que Baja California no aparece entre las 10 entidades con más altos índices de criminalidad.
En el primer semestre del año, en Ensenada se registraron 20 homicidios. Hay que sumar los 18 masacrados en El Rodeo.
``Sucede en cualquier lugar del mundo''
En El Sauzal de Rodríguez se ufanan de no conocer el desempleo. La gente del lugar tiene larguísima experiencia en las plantas procesadoras de pescados y mariscos (el primer gobernador panista de la entidad, Ernesto Ruffo, fue gerente de la Pesquera Zapata instalada aquí). Hoy se suman varias maquiladoras.
El Sauzal es, además, un ejemplo de que las medidas radicales para combatir la delincuencia juvenil no son patrimonio de algunos gobiernos panistas. El PRI va por su segunda vez al hilo en el ayuntamiento de Ensenada y también tiene su receta.
Aquí, donde la policía no vio llegar ni marcharse a los asesinos, se combate con eficacia la delincuencia chica. La fórmula hubiera dado envidia a un alcalde de Guadalajara: ningún menor de edad puede andar en la calle después de las diez de la noche.
Jorge Valdivia, delegado municipal, explica: ``A los que se encuentra se les detiene y se manda llamar a los padres''.
La policía es generosa con los adultos: el virtual toque de queda inicia a medianoche. Todo aquel que anda por la calle es detenido, revisado y debe identificarse.
-¿Así han logrado acabar con robos y asaltos?
-Son medidas que sí han funcionado -presume Valdivia.
-¿Alguna vez detuvieron a Fermín Castro o alguien de su familia?
-Ninguno de ellos se portó mal nunca.
Valdivia y Heriberto Enríquez, comandante de la policía, traen moñitos blancos prendidos al pecho. Dicen que ya los traían, desde antes de la matanza, ``porque los vimos en la televisión''.
Ninguno de los dos tiene una explicación para la masacre de El Rodeo. El comandante, uno de los primeros en llegar al lugar del crimen, subraya que recorrió todo el lugar: ``No encontramos ninguna arma y la gente que se dedica a eso siempre las tiene''.
Un hotelero de Huatulco luego del ataque eperrista, un funcionario chiapaneco después de Acteal y más de un procurador a lo largo y ancho del país, suscribirían -sin duda- la frase con la que el delegado Valdivia cierra el capítulo de la matanza: ``Estas son cosas pasan en cualquier lugar del mundo''.
En todo caso, como declara a la radio local el regidor de seguridad pública de Ensenada, la masacre de El Rodeo es un asunto ``que ya compite a otras autoridades'', porque las del ayuntamiento cumplen con su trabajo.
En otros niveles de gobierno no dejan de preocuparse. El mismo día de la masacre, tras manifestar su indignación, el gobernador Héctor Terán informa que contratará los servicios de una agencia de publicidad de Estados Unidos para contrarrestar los efectos de la información amarillista sobre el crimen. La imagen y los turistas son primero.
El contrapunto. La conductora pregunta a la enviada de un canal de televisión nacional si Ensenada sigue ``casi en estado de sitio''. La reportera responde que sí, claro. Es viernes por la noche, un día después de la masacre. Los bares y discotecas de la calle Primera de Ensenada están, como todos los fines de semana, repletos de turistas que se emborrachan acompañados, esta vez, gracias a la pelea de box, de muchos ensenadenses.
De Cenicienta a princesa
Bajo la bandera que ondea a 100 metros de altura se reúnen ensenadenses vestidos de blanco. Un minuto de silencio de 250 personas y dos mantas: ``Un pueblo unido jamás será vencido'' y ``no más violencia''.
El presidente Ernesto Zedillo inauguró esta plaza, donde el veterano locutor Luis Lamadrid, uno de los convocantes, explica la masacre: ``Es como si en el patio de su casa se pelean dos individuos que usted ni conoce''.
La violencia, ya se sabe, siempre viene de fuera.
A saber si con orgullo o como simple dato, los ensenadenses dicen que Ernesto Zedillo vendrá a vivir aquí cuando termine su mandato.
En junio de 1997, en esta plaza, el presidente de la República prometió que Ensenada dejaría de ser la Cenicienta del Pacífico para ser conocida por los mexicanos como una ``bella princesa''.
Después de la masacre de El Rodeo, una princesa manchada de sangre.
(Con información de Jesusa Cervantes y Sergio Haro Cordero).
Quien no sabe de los Arellano no conoce Tijuana.
Por esa ciudad se han paseado desde hace 15 años.
En 1983, cuando cuatro de los 10 hermanos Arellano Félix llegaron a Baja California, Xicoténcatl Leyva Mortera, el último gobernador priísta, iniciaba su mandato. Pero entonces, dice Leyva, ``eran apenas unos chamacos''.
Unos chamacos, agrega Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos, que en los noventa se adueñaron de la plaza de Tijuana y se convirtieron en ``un conflicto'' para la ciudad fronteriza.
Un conflicto del que casi nadie habla. ``Decir dónde están los Arellano es firmar tu sentencia de muerte; hablar de los policías coludidos con ellos es para ya no despertar jamás'', dicen los tijuanenses.
``Uno nunca sabe de qué lado está el policía con quien hablas'', completa José Luis Pérez Canchola, ex procurador de los derechos humanos en Baja California.
Los hermanos Arellano Félix integran uno de los cárteles más poderosos del país y son los hombres más buscados por la DEA, el FBI y la PGR en México.
Según la DEA, el grupo de los Arellano ``es la organización más poderosa, violenta y agresiva de todos los cárteles del mundo''. Mueven cocaína, heroína, anfetaminas, metanfetamina y efedrina en Baja California, Sinaloa, Sonora, Jalisco, Tamaulipas y en varias ciudades de Estados Unidos.
El imperio lo forman diez hermanos.
El mayor, Francisco Rafael, preso en Almoloya desde diciembre de 1993, empezó desde abajo cuando a los 18 años organizaba fiestas y eventos. Después construiría la discoteca Frankie ¡Oh!
Los otros son Ramón, Benjamín, Javier, Francisco Javier -El Tigrillo-, Carlos, Eduardo y las hermanas Isabel, Alicia María y Enedina.
Los primeros cuatro han tenido durante más de 15 años su residencia en Tijuana. Los demás viven en Sinaloa.
Oficialmente, la PGR considera sólo a Ramón, Benjamín, Javier y Francisco Javier como los integrantes del cártel. La DEA considera a Benjamín, Francisco, Eduardo y Ramón como los verdaderos encargados de traficar con la droga.
Como Rafael, Benjamín empezó temprano. A principios de los ochenta abandonó Mazatlán y se fue a Guadalajara trabajar con su tío Miguel Angel Félix Gallardo.
Luego se fue a Tijuana donde entró en contacto con su tío, El Chuy Labra, y su hermano Rafael.
Preso Félix Gallardo, los Arellano ``heredaron'' la plaza de Tijuana, pero también sus enemigos, entre ellos Héctor El Güero Palma y Joaquín El Chapo Guzmán. Los pactos se rompieron y se sucedieron enfrentamientos sin fin.
Ya famosos en Tijuana, los Arellano saltaron a la escena nacional en 1992 cuando un comando enviado por El Güero Palma y El Chapo Guzmán, intentó asesinarlos en la discoteca Christine de Puerto Vallarta.
Luego seguiría el ``enfrentamiento'' de mayo de 1993 en el aeropuerto de Guadalajara.
Buscados por la policía, los Arellano abandonaron Tijuana por unos meses. Todos en Tijuana pueden contar historias de los Arellano, pero nadie se atreve a precisar dónde están o quién es su gente.
A los Arellano se atribuyen muchas de las ejecuciones de antiguos cómplices y policías ocurridas en el estado. Y aunque ya no estén en Tijuana las ejecuciones se han vuelto cosa de todos los días. El cártel sigue funcionando. Al frente están El Chuy Labra en Tijuana e Ismael Higuera, El Mayel, en Ensenada, según versiones de la PGR. (Jesusa Cervantes)
1992
Enero 9. El agente judicial del estado, Venceslao Beristáin, baleado a las puertas de su casa.
Enero 19. Encuentran los cadáveres de Ramón Ruiz Soto y del ex policía fiscal Jaime Ismael Alvarado Acosta.
Febrero 2. Luis Fernando Delgado, de 20 años, recibe cinco impactos de metralleta R-15.
Febrero 14. En Tecate, descubren seis cadáveres que, según la Judicial del estado, fueron ejecutados por la mafia. Habían sido secuestrados en Tijuana.
1994
Febrero. Ejecutan en la ciudad de México al comandante de la PJF de Tijuana, José Luis Larrazolo.
Marzo 3. Se enfrentan miembros de las policías Judicial Federal y del Estado. El saldo es de cinco muertos. Se presume que los agentes locales protegían a los Arellano. En el enfrentamiento participaron Javier Arellano Félix El Tigrillo y uno de sus gatilleros, Ismael HigueraEl Mayel. Son detenidos y liberados por agentes estatales.
Abril 29. Asesinan de nueve tiros de AK-47 al director de la policía municipal de Tijuana, Federico Benítez López. Los Arellano Félix habían intentado sobornarlo con 100 mil dólares mensuales para que los dejara ``mover'' libremente la droga.
Agosto. Matan a cuatro jóvenes relacionados con el enfrentamiento del 3 de marzo.
1996
Febrero 23. Acribillan en la ciudad de México a Sergio Armando Silva Moreno, ex subcomandante de la PJF en Baja California. Tres días después, la abogada tijuanense Rebeca Acuña Sosa, amante de Silva Moreno, es acribillada afuera de su casa.
Abril 17. Ejecutan a José Arturo Ochoa Palacios, ex delegado de la PGR en el estado, en una pista de atletismo de Tijuana.
Mayo 12. Sergio Manuel Moreno Pérez, delegado de la PGR en Baja California hasta el 26 de enero de 1996, y su hijo Osmani fueron secuestrados en Morelia. Sus cuerpos aparecen días después en el estado de México.
Julio 19. Ejecutan en la ciudad de México al ex director de la PJF en Baja California, Isaac Sánchez Pérez.
Agosto 17. Ejecutan de 14 disparos al coordinador del Ministerio Público, Jesús Romero Magaña..
Septiembre 14. Ejecutan en la ciudad de México al subdelegado de la PJF en Baja California, Ernesto Ibarra Santés, junto con sus dos escoltas, cuando acababa de llegar de Tijuana.
Septiembre 21. El comandante del INCD asignado a Tijuana, Jorge García Vargas, y tres de sus escoltas, aparecen ahorcados y con huellas de tortura en Cuajimalpa, Distrito Federal.
1997
Enero 3. Matan a Hodín Gutiérrez Rico, fiscal encargado de averiguar la muerte del jefe de Federico Benítez.
Noviembre 14. Matan a dos militares en Tijuana. Se arraiga a tres narcojuniors que luego salen libres, dos de ellos ya están muertos.
1998
Mayo 18. Matan a Rodolfo Gaxiola El Chipilón, ex comandante de la PJF, en Hermosillo, Sonora.
Junio. Es asesinado el policía municipal que cuidaba la cantina Hussong de Ensenada, Baja California. Se presume que era informante de la policía judicial federal y que ese día había visto entrar a la cantina al hijo de Ismael Higuera, El Mayel.
Agosto 27. Acribillan a Yadira Meza Castaños y a su hijo de dos años. Su esposo resulta herido.
Septiembre 17. Dieciocho miembros de tres familias ejecutados en Ensenada.
(Jesusa Cervantes).
David Barrón Corona, El CH. Murió en el atentado contra el director del semanario Zeta, Jesús Blancornelas, en noviembre de 1997. Según la PGR, participó en los asesinatos del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y del ex delegado de la PGR Arturo Ochoa Palacios.
< b>Marco Arturo Quiñonez, El Pato
Michel Anthony Jarboe, El Pee Wee
David Castillo, El Cracs
Isaac Guevara, El Zig Zag
Gatilleros
detenidos
Carlos García Méndez, El Tarzán
Adolfo Marín Cuevas, El Búho
José Méndez Torres, El Spunky. Asesinado en el penal de Puente Grande.
Juan Vasconesa Hernández, El Puma
Carlos Castillo Mendoza, El Paisa.
Emilio Valdez Mainero (narcojunior).
Alberto Pareyón Rosas (narcojunior, ejecutado).
Alberto González Ortega (narcojunior, ejecutado).
Alejandro Weber Barrera (narcojunior).
Luis León Hinojosa.
Alejandro Enrique Hodoyán Palacios (narcojunior, primero detenido, luego desaparecido).
Alfredo Miguel Hodoyán, El Lobo. Culpado de la muerte de Ibarra Santés.
Fausto Soto Miller.
Issac Contreras Ayala.
Carlos Enrique García Martínez.
Gerardo Cruz Pacheco. Detenido en 1996. Participó en el asesinato de Ibarra Santés.
Gilberto Vásquez Culebro.
Ricardo González León.
Los cuerpos de las víctimas de la violencia se amontonan en el refrigerador del Servicio Médico Forense de Mexicali.
``Este año se batió récord, en 12 días tuvimos 52 autopsias, pura muerte violenta'', explica el administrador del Semefo, Manuel Torres. Aparte, por las altas cifras de ejecutados -cuyos cuerpos rara vez son reclamados- la morgue no se da abasto.
El Semefo en Mexicali -dependiente del DIF estatal- cuenta con dos refrigeradores donde caben de 30 a 40 cuerpos ``amontonaditos'', dice Torres.
Se supone que los cadáveres deberían permanecer en ese lugar dos o tres días, tiempo necesario para que se les practique la autopsia de ley. Pero en ocasiones deben esperar dos o tres semanas, como en julio pasado cuando se acumularon 22 cuerpos. Todos por muerte violenta. (Sergio Hario Cordero).