Barcelona. De aquel concierto de los Stones que acabó en bala, en una sola que terminó con la vida del fan más históricamente desgraciado, salió algo más que la mala fama internacional de los Hell's Angels o Angeles del Infierno, asociación de gordos con barba, asajoneados e invariablemente montados en una Harley Davidson. Esta banda dedica lo mejor de su energía a mantener el orden, sin que nadie se lo solicite, en los conciertos masivos. Aquel de la bala alcanzó un curioso extremo: ni siquiera los Stones podían salirse del orden impuesto por los Hell's Angels; esto es grave cuando se piensa que cada uno de los integrantes de ese ejército de barbudos entiende por ``orden'' una cosa distinta. Mientras a uno le molestaba que a los tres minutos de concierto los Stones no se habían dignado todavía tocar Simpaty of the Devil, otro masacraba a un asistente porque de un pisotón infortunado le había manchado de manera involuntaria, pero también irreversible, la punta de su bota de armadillo; y otro de más allá disparaba la bala mortal, que los haría inmortales, contra el cuerpo del desgraciado histórico.
Aquella bala era expansiva, ha cruzado el mar y ha llegado hasta esta ciudad. Los Hell's Angels cobran de tres formas: no pagando sus entradas al concierto (porque si alguien tiene el mal gusto de cobrarles, entonces nadie puede entrar al concierto, incluidos los músicos), o en especie (en litros y litros de cerveza de la marca que sea), o en especie-plus (cuando cobran con un ejemplo de la especie humana).
Bernardo Atxaga revela un ángulo desconocido de esta ciudad, que acaba de recibir los efectos de la bala expansiva: ``Para cuando Francis Picabia disputó en Barcelona el campeonato mundial de boxeo, ya todas las cosas estaban dichas, seguramente, por ejemplo: en los viajes largos se quiebra el corazón de los trenes mercancías, todos los maquinistas lloran al pasar por Akra''.
Esta ciudad, por su parte, acaba de inventarse ella misma, con motivo de las fiestas de la Mercé, varios ángulos para celebrarse, por ejemplo éste: Lou Reed ofreciendo un concierto acústico en la plaza de la Catedral.
La bala expansiva llegó desde los tiempos de aquel concierto que arruinó el desgraciado histórico, y extendió la inspiración de un grupo de barceloneses, barbudos, gordos y treintones, que no tuvieron empacho en solicitar a los Hell's Angeles una especie de franquicia emocional, como escudo y aliciente para su talento de guardianes del orden, y también para sus barbas y sus panzas. El resultado de esta franquicia de Angeles del Infierno catalanes es una runfla de treintones (lo sorprendente es que algunos rebasan los 50 años) que andan montados en plan canalla en sus Harley Davidson y responden al nombre de Centuriones M.C., ¿no se habrán puesto a pensar que da más miedo oír ``ahí viene un ángel del infierno'' que ``ahí viene un centurión''?
Al ver la fotografía de los cuatro canallas, que a pesar de estar detenidos por una razón vergonzosa, tienen la actitud de estar siendo aplaudidos por un acto heroico, se puede entender que para sus pretensiones empresariales, venía mejor lo de centuriones que lo de Angeles del Infierno.
El asunto es que algún policía suspicaz siguió alguna vez a un grupo de centuriones y descubrió una suerte de bunker con puertas blindadas, cámaras de video y una larga lista de lujos para resguardar su seguridad, que depositó al suspicaz frente a una pregunta básica: ¿a qué le temen estos gordos que son por definición un sistema (canalla) de seguridad? El bunker fue inspeccionado y la incógnita resuelta; adentro estaba repleto de sustancias, maquinaria y situaciones prohibidas.
Estos Angeles del Infierno catalanes, al ser detenidos con las manos y las narices en la masa, hicieron esta declaración divertida hasta la impudicia: ``Se nos criminaliza por nuestro aspecto diferente''.
De aquel ángulo desconocido de esta ciudad que revela Bernardo Atxaga en su libro Poemas & híbridos, cae esta otra línea, ideal para comerse al mundo de un extremo al otro:
``La vida que yo veo anhela los extremos confines, el desierto, la selva y nada más''. Y una más, de proporción polar, tan expansiva como aquella bala, para cualquier ciudad y para cualquier amor:
``Quiero un largo día finlandés para seguir hablando contigo''.