La Jornada 24 de septiembre de 1998

Sin ayuda oficial, los campamentos de refugiados en Polhó lucen limpios y ordenados

Hermann Bellinghausen, enviado, Polhó, Chis., 23 de septiembre Ť Poco más, poco menos, son las dos de la tarde, cuando cinco grandes helicópteros blancos y panzones pasan en procesión sobre esta cabecera municipal autónoma. El retén de las mujeres, unas 30, detrás de un lazo que protege el acceso a Polhó, alzan la vista multiple en lo que surcán el cielo las aeronaves del Estado Mayor Presidencial.

El presidente Ernesto Zedillo, procedente de la ciudad de Ocosingo, está por terminar su nueva ronda por la zona de desastre y algunos puntos leves de la zona de conflicto, como son la base militar de Copainalá, en Comitán, y Najá, en la selva Lacandona.

Antes de concluir en Tuxtla Gutiérrez la rápida gira, el presidente Zedillo y su abundante comitiva pudieron echarle un vistazo al fenómeno poblacional y político que constituye la cabecera municipal de Polhó, donde seis mil 500 campesinos zapatistas, desplazados la mayoría, han encontrado una forma autónoma de resistir a la desgracia.

Damnificados de la asonada paramilitar que asoló las tierras de Chenalhó desde 1996 y alcanzó su máximo en la matanza de Acteal hace 9 meses, los cientos de familias tzotziles que perdieron su casa, sus propiedades y sus parcelas, se han concentrado inexorablemente en unas cuantas localidades. Como se sabe, el dispositivo paramilitar sobre Chenalhó sigue intacto.

Los helicópteros sobrevolaron un minuto antes la comunidad de Acteal, donde dos campamentos más de refugiados, abejas y bases de apoyo del EZLN, han hecho frente a las inclemencias de la guerra de baja intensidad desatada en su contra.

Los tripulantes presidenciales que prestaron alguna atención al municipio en rebeldía acá abajo, con la memoria todavía impregnada de la destrucción, las inundaciones y los aludes que afectan la frontera, el Soconusco y la Sierra Madre, seguramente notaron lo limpios y ordenados que lucen estos campamentos de refugiados.

Sin ayuda oficial, bajo amenazas tanto ``legales'' como ilegales, sitiado por miles de efectivos del Ejército Federal que los vigilan desde Majonut, Yabteclum, Acteal, Las Limas, Xo«yep, Chenalhó y otras poblaciones pedranas, los tzotziles agrupados en el municipio, en rebeldía sanan sus heridas, resisten y esperan. El esfuerzo es enorme.

Polhó ha cambiado. Después de los tumultuosos meses de acomodo bajo asedio, en casuchas de trapo y hule, enmedio de lodazales y terregales, sin agua potable ni suficientes desagües, los campamentos tienen hoy un aspecto más humano. La comida es poca pero bien repartida.

La basura, uno de los problemas más visibles de este multitudinario asentamiento de emergencia, ha disminuido perceptiblemente. Las familias refugiadas viven ahora en cabañas sólidas, sobre terrenos bien aplanados. Lejos de sus parcelas, se han dedicado a construir escuelas, una clínica, una vistosa tortillería, un buen sistema de letrinas.

A base de solidaridad diversa, ``sin logotipos'' como se dice ahora, con la participación de estudiantes, amas de casa, académicos, obreros, profesionistas y artistas, una muestra de lo que es la sociedad civil realmente existente, el municipio de Polhó va pudiendo.

A esta hora los niños salen de las escuelas e inundan las veredas de Polhó. Hay mujeres bordando, hombres cavando zanjas, cargando tablas, paleando grava, poniendo ladrillos. Una cotidianidad salvada del despojo y el desempleo, una forma ya no tan marginal de sobreponerse a la marginalidad. Y por supuesto falta de todo: maestros, escuelas, médicos.

Tenida cuenta de que el asentamiento de Polhó nació de la extrema violencia, la vista desde los grandes helicópteros debe resultar sorprendente: su trazo limpio y ordenado, y aunque le apuntan las armas del gobierno desde todos los puntos cardinales, conserva un clima de convivencia pacífica.

La procesión de helicópteros produce cierta inquietud en las mujeres que resguardan el acceso a Polhó. Una inquietud en cierto modo menor a la que provocan los sobrevuelos casi diarios, a baja altura, de los aviones azul y amarillo de las Fuerzas Armadas, que les recuerdan que están sitiados.

Un trío de músicos toca, imperturbable, violín, guitarra y arpa. Distrae con sones indígenas la jornada de guardia que realizan las mujeres.

Los helicópteros se alejan, en línea recta, rumbo a la base militar de Terán, en la capital chiapaneca.