La Jornada 23 de septiembre de 1998

Baborigame, 26 años de crímenes sin castigo

Blanche Petrich, enviada /I, Baborigame, Chih. Ť A Mirey Trueba Arciniega, de 20 años, lo mató el teniente coronel Luis Raúl Morales Rodríguez, la noche del 22 de agosto en el centro del pueblo. El militar, recién reubicado en el cuartel de Baborigame, perteneciente al 69 Batallón de Infantería, estaba franco. Incluso vestía short. El joven había pasado una noche de tragos con su hermano y unos amigos. Los soldados involucrados también andaban de parranda.

Desde ese día a la fecha, los militares permanecen acuartelados y sólo salen a patrullar, ``a esculcar y a molestar a la gente''. El nerviosismo de la tropa es evidente. Y la hostilidad de la población también.

Lo que más ofende a Francisco Trueba, hermano mayor de la más reciente víctima, es que los soldados anden por ahí con sus chalecos antibalas. ``No somos un pueblo del oeste, sabemos calmarnos. Ya dijimos que no vamos a tomar la justicia por nuestra cuenta. Pero sí la vamos a exigir''.

Este nuevo asesinato en Baborigame cierra el capítulo del gobierno panista de Francisco Barrio en el mismo lugar donde lo abrió, hace seis años, con otro hecho de violencia militar que sublevó a tepehuanes y mestizos de la Tarahumara Sur por igual.

En octubre de1992, soldados de la Fuerza de Tarea Marte XX de la comandancia de Badiraguato, Sinaloa, allanaron y quemaron casas, secuestraron y torturaron indígenas en cuatro comunidades de la región, en un supuesto operativo antinarcóticos. Nunca comprobaron la responsabilidad de las víctimas en la narcosiembra y el entonces secretario de la Defensa, Antonio Riviello Bazán, tuvo que reconocer que los militares habían cometido ``excesos''. Con una disculpa y una magra compensación, pero ningún juicio o castigo a los responsables, se quiso poner punto final al atropello.

Cuatro años después otro grupo de militares asesinaron a Valentín Carrillo Saldaña, tepehuán del pueblo San Juan Nepomuceno, después de secuestrarlo y, según una reconstrucción posterior de los hechos, obligarlo a trabajar en un sembradío ilegal. Fue ahorcado, de acuerdo con lo que reveló la autopsia posterior, y los autores del homicidio intentaron extraviar el cuerpo enterrándolo en un paraje del bosque. Pero el crimen fue descubierto.

El caso de Valentín ha llegado a los más altos foros de derechos humanos, la OEA y Amnistía Internacional, entre otros, pero hasta la fecha los deudos y los defensores de derechos humanos no saben dónde ni cómo purgan su supuesto castigo los soldados responsables, juzgados bajo el manto del fuero militar. Versiones contradictorias en distintas instancias del Ejército aseguran que el capitán Gustavo Aviña y su cómplice, sargento Angel Durón Marmolejo, asesinos confesos y sentenciados, o bien ``purgan prisión en un cuartel de Sinaloa'' o están ``en servicio en Chiapas`` o en el Campo Militar número 1, en el Distrito Federal. La institución castrense no considera que deba rendir cuentas a ningún civil sobre este asunto.

La lucha contra la narcosiembra

A fines del sexenio chihuahuense, Baborigame -2 mil habitantes, aproximadamente, más 400 soldados del cuartel militar- vuelve a mirar con rencor los muros verde olivo que ocultan toda una manzana del pequeño pueblo que no cuenta con mas de 50 casas en la zona céntrica y caseríos indígenas en sus alrededores.

``En los otros casos nunca hubo castigo para los soldados. Ni se pidió. Pero parece que ahora es diferente. Si no vemos el castigo, toditita esta gente no se va a quedar conforme``, asiente el padre de Mirey, Tomás Trueba. La familia entera se queda atrás, en el rústico auditorio de la parroquia, al finalizar la asamblea. Reconocen, agradecidos, el apoyo que hace sentir todo el pueblo a su causa.

En los muros se exhibe una exposición montada por el padre Raúl Valle Ortiz -un joven regiomontano recién ordenado que recoge la estafeta de su antecesor, Francisco Chávez, diocesano combativo y arrojado- sobre la violencia en la región.

Cruces y nombres de muertos, recortes de periódicos, viejas fotografías y documentos diversos montados en mamparas de cartón relatan la historia del municipio y la sangrienta relación con el ejército y la narcosiembra.

Las historias de venadeados, apaleados y ``colgados de las patas'' por los soldados desde que empezaron aquí los operativos antinarco, en los setenta, con la Operación Cóndor, la Fuerza de Tarea Marte y otras acciones similares, son parte de la memoria colectiva, pero la gente nunca había visto gráficamente representados, y juntos, los casos más publicitados, hasta la realización de la asamblea, la semana antepasada.

Después de discutir la exposición y de brindar a la asamblea comunitaria las informaciones más recientes, procedentes de Chihuahua, de cómo va la investigación judicial de ``el caso Mirey'', el párroco Raúl invita a la audiencia a compartir sus experiencias y vivencias. Los mestizos que ocupan las bancas del centro y los tepehuanes que escuchan de pie en las orillas del salón miran pasar las moscas, cuchichean y se empiezan a dispersar.

Pero poco a poco se acercan a la reportera, para platicar en corto lo que prefieren -todavía- no relatar en público. Se juntan por docenas los relatos, algunos remotos, otros recientes.

Mes de marzo, 1972, Rogelio Rivas, venadeado por soldados.

En 1973, ya no recuerdan el mes, ``clarearon'' en el camino a Abel Chaparro en el rancho Tecomates. Se lo llevaron muerto a lomo de bestia hasta Guachochi. Nunca quisieron entregar el cuerpo.

En 1986, Tomás y Efraín Molina, cazados en Arroyo Rajado.

En el 89 hubo otro caso, ``igualito al de Mirey'': Manuel Ramos, asesinado a boca de jarro por soldados en Mesa de Martínez. 1996, por los tiempos de las casas quemadas, también mataron a cinco por el pueblo La Guitarra. Nunca se supo quién fue. ``Uno de ellos era mi compadre -confiesa una señora-; lo acabaron a puros garrotazos, yo lo vi, era Manuel Mateos.

Manuel Torres de Puerto Riyito cuenta de cuando ``me vinieron a golpear los guachos'', un buen día cuando estaba pizcando maíz. Era joven todavía y ahora, ya viejo, se levanta la camisa para enseñar el hueso del esternón que sobresale de su pecho, fractura por culatazo de soldado. ``Me exigían la goma, pero ese año yo sembré maíz''.

También cuentan la historia de Palos Muertos, cuando llegó la tropa buscando a Juan Chaparro Carrillo, y como no lo encontraron, agarraron a todo el pueblo, extendieron a los habitantes bocabajo y los agarraron a palazos. Eso fue, recuerdan, el 27 de octubre de 1992.

Fechas, nombres, sitios perdidos en las barrancas de la sierra que entra como cuña entre los estados de Sinaloa y Durango, vértice norte del triángulo dorado, productor de droga desde hace más de 30 años.

``Son nuestros incidentes de la vida cotidiana. Pasa a cada rato. Vienen los jefes de los soldados, averiguan, se dan la media vuelta y se van sin decir nada'', concluye una mujer fuerte, bien plantada, pálida. Es la madre de Mirey. Se aleja unos pasos del círculo de gente que habla al mismo tiempo, hilando recuerdos y viejos agravios.

Se dirige a la mampara dedicada a la muerte de su hijo. ``De todos era el que tenía los ojos más grandes. El más alto''. Detiene el llanto con la mano en la garganta. Pancho, el mayor de sus siete hijos, ranchero rudo, como toda su familia, se planta a su lado, se ajusta el cinto.

``Ya dijimos. No vamos a vengarnos. Pero queremos al teniente coronel preso en Guadalupe y Calvo. Que no nos lo escondan''.

Además de los recortes de la prensa chihuahuense detallando lo que ocurrió la noche del 22 de agosto, la mampara está tapizada de firmas y huellas dactilares bajo una carta dirigida al general de brigada en la quinta Zona Militar, en Chihuahua. En términos llanos le piden que el cuartel de Baborigame se reinstale fuera del pueblo.

Es la primera vez que una petición es suscrita por la mayoría de los habitantes de esta comunidad. ``Que los cambien. Tienen una hectárea dentro del pueblo. Nosotros les damos esta tierra pero fuera, no adentro. Con ellos aquí no está tranquilo nadie, ni ellos ni nosotros'', reafirma Pancho Trueba.

No es una petición que -al menos hasta el momento- haya caído en saco roto. Informado formalmente de esta petición de la comunidad en una reunión reciente con las dirigentes de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos (Cosyddac), Francisca Jiménez y Altagracia Villarreal, el general Alfonso Hernández, comandante de la quinta región en Chihuahua, respondió: ``Estamos abiertos al cambio. Que se reúna el cabildo para que acuerden y que metan al Congreso la solicitud''.

Desangrado

Cuenta Francisco: ``Le dieron a la gacha a Mirey. Habíamos estado bebiendo, ya nos íbamos a descansar cuando nos gritaron `párate'. Nos paramos, nos bajamos y yo le di vuelta a la troca para ver qué querían. No era retén. Ni siquiera estaban de uniforme. `No te buigas', le gritaron a Mirey y le cortaron cartucho. El peor se asustó y se echó a correr. Le dieron por la espalda en la pierna. Se cayó. Me pedía: `Hermano, ayúdame', pero no me dejaban pasar. Se lo subieron a la troca que llevaban, dijeron que lo iban a llevar a la clínica''.

El doctor Efrén Royval Simental, médico contratado por el ejido de Baborigame y asentado desde hace 13 años en el pueblo, atendía dos partos la noche del 22 cuando llegó su compadre, Francisco Trueba, para avisarle que habían baleado a Mirey. ``Tráiganlo'', pidió. ``Ahí viene ya``, aseguró Francisco. Esperaron 45 minutos. Baborigame tiene apenas tres calles. Esperaron 25 minutos más. No se explicaban la demora y salieron a buscarlo, pero la clínica del Seguro Social estaba cerrada, sin luces prendidas. Corrieron a la comandancia de la policía municipal y en una camioneta de la autoridad salieron a buscar a los soldados. Los encontraron en la carretera, venían de regreso, como si hubieran intentado llevar al herido a Guadalupe y Calvo, a dos horas de distancia.

El médico corrió a ver a Mirey, levantó la lona del vehículo de los militares y lo primero que vio fueron los pies descalzos del muchacho. No quedaba nada por hacer. ``Una bala le perforó la femoral. Si se le hubiera podido ligar la arteria se hubiera salvado. Se murió por falta de atención médica'', asegura el doctor. Y así lo hizo constar en el acta de defunción.

Una semana después, el médico Royval fue despertado de madrugada por una patrulla de soldados. ``Me dijeron que un juez de Chihuahua había dicho que en mi clínica había un laboratorio clandestino''. El médico se ríe pero corta de golpe la risa. Se ve agobiado. ``Catearon todo y claro que no hallaron nada. Luego yo pregunté cuál era la denuncia o la preocupación, pero en Chihuahua no saben nada de nada. Me da miedo de que me puedan sembrar algo. Antes me llevaba bien con los militares. A veces los atiendo. Pero desde ese día no me saludan como antes. Yo no me puse a pensar en la magnitud del problema en el que me había metido. Sólo asenté lo que era la verdad''.

Francisco Báez ya fue alguna vez presidente seccional y comandante de la policía municipal cuando en 1992 el ejército quemó las casas de varios tepehuanes en las comunidades vecinas. Ahora pretende volver a ser electo. Mestizo, sabe que sin el voto indígena nadie llega a nada en la región. ``Los inditos eligen a gente de razón que sea de su confianza'', comenta. Y para ganarse esa confianza ahora se ha puesto al frente de la demanda del pueblo para que el cuartel sea reubicado fuera de los límites de la comunidad.

``Porque aquí adentro de nada sirven los soldados``, dice y remata sin dejar de asegurar que él ya está curado de espantos: ``Porque lo más corrupto y verdadero que se puede decir de Baborigame es que aquí se persigue solamente a los poquiteros, a los inditos que siembran el pedazo de tierra que alcanza a cubrir una vaca acostada. Y que los que levantan la tonelada de mota son los que están de acuerdo con el gobierno, con los mismos federales. Esa es la pura verdad. Dígalo así a las claras. Yo ya no me asusto de decirlo''.