José Blanco
Chiapas, el drama

México cuenta ahora con instituciones con la madurez suficiente para el desarrollo de la política democrática. No ocurre lo mismo con las actitudes y las reglas no escritas propias del trato democrático entre los actores políticos, que se hallan muy atrás de la madurez alcanzada por las instituciones aludidas. El riesgo de esta desarmonía es detener el avance institucional o, peor aún, desembocar en algún nuevo tipo de ruin autoritarismo a la mexicana.

El trato político no democrático tiene expresiones masivas. Descalificación, intolerancia, trato autoritario y taimado, solipsismo insensato o egoísmo partidista, constituyen prácticas cotidianas a la larga contraproducentes para los partidos políticos y del todo improductivas para la sociedad y para la nación. Su principal teatro nacional es la Cámara de Diputados, pero no hay espacio tocado por la política donde no se sienta su animadversión o su encono.

Encima del drama estremecedor que vive Chiapas, desatado por las furias de la naturaleza, los pobres de siempre han recibido los embates empecinados de la política a la mexicana que, en estos días, ha elevado en esas tierras la intensidad de su intervención rinoceróntica, disminuyendo las notas meritorias de la solidaridad.

Dos son las expresiones mayores de esos desaguisados: las ruidosas acusaciones en torno a la distribución de ayuda en ropa, medicamentos, alimentos, utensilios, para los cientos de miles de parias exasperados, y la impertinente discusión sobre los comicios locales.

El primer índice de fuego lo alzó Marcos: que Albores Guillén estaba robándose la ayuda. Como corresponde a nuestra incultura política, fue una acusación sin sustancia. ¿Cuándo, cómo, qué, dónde robó? Eso no importa; lo que importa es no la denuncia concreta y cierta del presunto robo, sino golpear ``políticamente''; ahora es cuando, dice nuestra taimada idea de la política.

Después se levantaron todos los índices. Incluido el del Presidente, de quien siempre es de esperarse la mayor de las prudencias. ``Yo sí estoy dando ayuda'', dijo Zedillo y en cadena toda la variedad de voces conocida.

Quién proporciona ayuda y quién no, y si alguien está haciendo un uso político de la misma, es una discusión patética que podría producir risa si no estuviera irresponsablemente montada en el drama de la muerte y de la morbilidad colectivas, de la pérdida de las paupérrimas pertenencias de los más pobres entre los pobres.

Patético es que haya a quien se le ocurra hacer un uso político de bienes aportados por anónimos ciudadanos o por el presupuesto federal proveniente de los medios de la sociedad, pero no menos patético es que los partidos políticos y los diversos niveles de gobierno, frente a unas condiciones de la gravedad de las que enfrenta Chiapas, no puedan suspender sus aborrecimientos mutuos y, sin más, sin propaganda, pero sin que tenga que ser una actividad anónima, se dediquen todos, intensamente, a proporcionar la máxima ayuda a los chiapanecos, y a utilizar sus propios mecanismos de movilización de la sociedad local con el mismo propósito. Un mensaje civilizado a la sociedad sería que al menos los tres partidos principales enviaran coordinadamente sus paquetes de ayuda con el logotipo de los tres, informando con naturalidad del hecho. Una acción así mostraría, por esta vez, que la prioridad número uno de los políticos es atender las ingentes necesidades de los más desamparados que nunca.

Algo similar debe decirse de los comicios locales. El criterio de realizarlos a rajatabla en donde sea posible es francamente deleznable. No hay equivalencias en la importancia relativa de las cosas que se viven hoy en Chiapas. Posponer dos o tres meses las elecciones no importa en lo absoluto, si media un acuerdo real y serio entre los partidos, de movilizar todas las energías de la sociedad local para superar a la brevedad las peores expresiones de la tragedia chiapaneca de hoy, en un plano cierto de cooperación a favor de los necesitados. Asombra oír que se quiera invertir energías en algo distinto en este momento. Aunque la sensibilidad rinoceróntica, ciertamente, no se distingue por su delicadeza.