Hace tres años, un estudioso de los problemas urbanos investigó el efecto que la proliferación de grandes anuncios en las principales vías de la ciudad tiene sobre la ciudadanía que se desplaza por ellas en vehículos automotores. En primer lugar, encontró a lo largo de los 50 kilómetros del Periférico, desde la entrada de la autopista a Querétaro hasta Cuemanco, 345 grandes anuncios y 370 en sentido opuesto. En esos 100 kilómetros, los ``espectaculares'' predominaban visualmente sobre la señalización y demás indicaciones de tránsito. En segundo lugar, el mensaje publicitario alentaba el consumo de productos y servicios, destacadamente bebidas alcohólicas y cigarros, que son nocivos a la salud. Apenas uno por ciento se refería a la cultura y otro porcentaje igual a mensajes gubernamentales y de partidos políticos. Además, los problemas de tránsito eran evidentes: en donde mayor número de ``espectaculares'' había era menor la velocidad de circulación, ocasionando en paralelo más contaminación y accidentes por ``distracción''. Los anuncios de Wonderbrass eran prueba de lo anterior, pero no la única. Así, sin darnos cuenta y con la venia oficial, las grandes vialidades, los espacios públicos, fueron privatizados en aras de un consumismo desmedido que contradice lo que varias dependencias gubernamentales sostienen en sus programas sobre el uso racional de los recursos y el transporte privado, y la necesidad de prevenir enfermedades, como el cáncer de pulmón.
Hoy, a cuentagotas, nos enteramos de los intereses que han rodeado la presencia de esos anuncios exteriores colocados en azoteas y edificios de las vías más transitadas (Periférico, Viaducto, Circuito Interior, ejes viales, áreas cercanas al aeropuerto y a las terminales de autobuses), y hasta en predios de uso común. Miles de ``espectaculares'' se convirtieron en parte de nuestra vida cotidiana. Pero también en contaminantes visuales y en peligro para la ciudadanía, como se comprobó en meses recientes con los vientos que azotaron la ciudad. No es un problema que se circunscriba al Distrito Federal pues también existe en otras ciudades. Sin embargo, aquí está la mayoría de las empresas dedicadas a la publicidad exterior; a la vez, los capitalinos soportamos unos 8 mil ``espectaculares'', la mitad de los existentes en México. Con un agravante que muestra el poder de ciertos grupos empresariales: una filial de Televisa, Vendor, posee 50 por ciento de todos los anuncios espectaculares que hay en el país.
Como anuncios que se proponen vender cosas, inducir a la compra, sería de esperar que cubrieran algo al fisco. No era así pues estaban exentos y muchas veces los inspectores de las delegaciones cobraban una cuota (``mordida'') por permitir la instalación y permanencia de los anuncios. A fines de 1995 el gobierno de la ciudad inició tareas para normar dicha actividad y obligar a que pagaran. La respuesta de un grupo importante de empresas fue la de ampararse, pese a que el entonces regente Oscar Espinosa les redujo los gravámenes a la mitad. Alegaban que era lesiva la nueva contribución pues ya cubrían varios impuestos. Otros, en cambio, se pusieron a trabajar en la elaboración de un nuevo reglamento para acabar con la anarquía imperante y porque el anterior, de 1989, era obsoleto, complaciente.
Mas a principios de 1996, los habitantes de la ciudad comenzamos a ver la proliferación de anuncios publicitarios lo mismo en los vehículos de transporte público que en los cobertizos de las paradas de autobuses. Era, según las autoridades, el inicio de una nueva política dirigida a concesionar la publicidad del mobiliario urbano bajo reglas más estrictas y a obtener recursos. Lo que vimos fue el exceso, especialmente en el transporte. Algunas unidades, por dentro y por fuera, muestran hoy lo que no debe ser un programa para regular los anuncios en la vía pública. En paralelo, los ``espectaculares'' proliferaron como hongos en las grandes vialidades, calles, banquetas, puentes y glorietas, hasta sumar más de 4 mil. La inmensa mayoría viola las normas mínimas técnicas y el tibio reglamento sobre la materia.
Las actuales autoridades citadinas prometieron dar a conocer en este mes las medidas para regular la publicidad exterior, especialmente los llamados ``espectaculares''. En paralelo, evitar que sean origen de contaminación visual, o alteren el entorno natural de la ciudad. Igualmente, que desde el punto de vista técnico no existan fallas en su edificación ni que la autorización para colocarlos quede a la discreción del funcionario en turno, como sucedió en el pasado. Y, por supuesto, que las empresas de publicidad paguen al erario los derechos correspondientes. Cabe agregar que quien realizó el estudio que menciono al inicio de este artículo es ahora delegado en Cuauhtémoc. Seguramente tendrá mucho de qué informar sobre su lucha por lograr lo que hace tres años proponía en su estudio: limitar los excesos visuales sobre la ciudad y sus vialidades, no privatizar lo público con llamadas al consumismo extremo, la contaminación y hasta la muerte.