Elba Esther Gordillo
Fin de siglo

Quizá por nuestra particular manera de medir el tiempo, y por la recurrente sensación de que no hemos llegado a donde nos propusimos, el hecho de cambiar de dígitos en la fecha, de una decena a otra, de una centena a otra y, más, de un milenio a otro, se convierten en motivo de esperanza, en pretexto para aventurar predicciones o, incluso, de albergar temores.

Cerca estamos del cambio de siglo, que en esta ocasión se acompaña del cambio de milenio; hay incluso quien afirma que lo que estamos por presenciar es el cambio de era, por lo que los vaticinios y los más diversos análisis buscan escudriñar el futuro y anticipar lo que traerá consigo.

Si a esa práctica recurrente llevada a cabo desde que el hombre es hombre, agregamos el tremendo avance de la tecnología y la capacidad de los medios de comunicación para crear situaciones virtuales, la conclusión es que ya nada es imposible y que estamos por vivir situaciones inéditas frente a las cuales poco podemos hacer. El cambio es una fatalidad, no una posibilidad.

Por si fuera poco, el que estemos frente a situaciones límite en materia ecológica, demográfica; el que la economía haya dejado de ser portadora de expectativas para convertirse en vehículo de las crisis, el que nuevas pandemias avancen sin control por todas partes, confieren al momento características dramáticas.

Vemos en las librerías muchos trabajos que proponen el futuro; las instituciones académicas abren sus puertas para que se escudriñe la incógnita del porvenir; los noticieros llevan la cuenta regresiva de los días que faltan para el año 2000, y no pierden oportunidad de crear sus escenarios del mañana; las grandes empresas despliegan su talento para, primero, anticipar y después estar en opción de aprovechar las nuevas circunstancias.

Las escuelas místicas, seguramente las que más han desarrollado esta actividad a lo largo del tiempo, abordan el cambio desde sus concepciones y proponen las conductas que harían menos complejo el tránsito por tan señalada circunstancia.

Sin embargo, cualquier pronóstico acerca del mañana debe ser antecedido por el serio y sereno análisis del ayer y del hoy, de lo que nos ha sucedido, de lo que hemos logrado y lo que no; de las razones por las que pasaron o no pasaron las cosas.

Mucho más que el pleno despliegue de la imaginación, es la revisión de la historia lo que nos permitirá asistir mejor preparados al cambio que ya se anuncia.

Sin ese análisis responsable y profundo acerca de lo que como civilización hemos logrado, de si eso es lo que queríamos, de si no hay otros caminos para llegar a lo anhelado, estaremos aceptando que el cambio es algo impredecible y, menos, controlable. Si no podemos gobernar el cambio, éste carecerá de sentido.

La historia es, esencialmente, lección de futuro; ojalá podamos entenderlo a tiempo para aprovecharla plenamente; ahí están las respuestas que tanto buscamos.

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