En una reunión continental reciente de actores políticos evangélicos y analistas del fenómeno en América Latina, tuve la oportunidad de comparar hipótesis y estudios de caso sobre la magnitud de la incorporación a la política partidista de un sector de la población que hasta hace pocos años rechazaba cualquier contacto con una realidad que consideraban contraria a sus convicciones teológicas.
De acuerdo con un sondeo entre los participantes al Encuentro Evangélicos, Política y Sociedad (Buenos Aires, Argentina, 29 de agosto-2 de septiembre), existen alrededor de 30 partidos políticos evangélicos en Latinoamérica. Algunos de ellos se encuentran en una etapa embrionaria, pero otros han alcanzado importante presencia nacional, como en el caso del Partido Camino Cristiano Nicaragüense, que obtuvo el tercer lugar en las últimas elecciones presidenciales del país. Sea agrupados en partidos políticos propios, donde la legislación electoral lo permite, o como fuerza incorporada a los partidos ya existentes los evangélicos pudieran tener un papel significativo en las competencias electorales en distintos países. De hecho jugaron un rol clave en la primera elección de Alberto Fujimori, en 1990, cuando sus redes de creyentes demostraron especial efectividad para cabildear entre la población peruana a favor de un candidato que abrió sus listas de legisladores, tanto de diputados como de senadores, a un buen número de protestantes. Después con el fujimorazo (golpe al poder legislativo), la gran mayoría de evangélicos le retiraron su apoyo al gobierno de Fujimori. La experiencia les ha servido para hacerlos más cautos en decidir a quién le otorgan su potencial electoral.
Debido a su condición de minoría estigmatizada por un entorno cultural hostil, combinado con sus mismos principios doctrinales que enfatizaban un alejamiento del mundo, los evangélicos mantuvieron hasta finales de la década pasada una postura de renuncia sobre temas que consideraban ajenos a su fe. Pero las actitudes cambiaron y de una forma casi súbita descubrieron que el terreno de la política también era un campo al que podían permear con sus propuestas y usar para buscar implementar sus convicciones éticas. Fue así que los grupos de corte pentecostal y neopentecostal, antes los más reacios a inmiscuirse en cuestiones de nulo contenido espiritual (como consideraban era la política), se entusiasmaron con la nueva posibilidad de llegar a instancias antes impensables para ello(a)s, como un puesto legislativo o una gubernatura y hasta la presidencia. Pasaron de la renuncia a la participación ingenua, creyendo que con sólo convocar a sus hermanos(a)s en la fe éstos(a)s votarían masivamente por candidatos evangélicos. La experiencia les mostraría que las cosas en campañas electorales son más intrincadas.
No existe un considerable caudal de investigaciones sobre la participación electoral de los evangélicos en América Latina, pero los pocos estudios que hay muestran que no es suficiente que un candidato sea evangélico (o muestre simpatía hacia ellos) para que los protestantes se decidan a favorecerlo en las urnas. En Brasil los aspirantes de origen evangélico acuñaron el eslogan ``hermano vota por hermano'', que usaron tanto en la campaña de 1989 como en la presidencial más reciente, para tratar de granjearse los votos de las grandes comunidades protestantes existentes en ese país. En la decisión de los sufragantes incidieron otros factores, no nada más el compartir el credo religioso con el o la candidato, y han repartido sus votos entre candidatos presidenciales de distintas ideologías como Cardoso y Lula. La misma experiencia se puede corroborar en otras partes, lo que ha llevado a los impulsores de opciones partidistas de corte evangélico a replantear su inicial optimista estrategia.
Hoy, después de un buen número de ensayos en terrenos antes vedados para ellos, los protestantes embarcados en la política partidista (particularmente en Brasil, Perú, Colombia, Nicaragua, Venezuela y Guatema, donde ha habido mayor trayectoria de participación) tienen conciencia de que tanto las sociedades en que viven como el pueblo evangélico son plurales. Ello significa que no tienen un electorado cautivo esperando la postulación de un evangélico para volcarse masivamente en su favor. Además, en la reunión de Buenos Aires, fue evidente que los mayores logros de una acción social evangélica han estado, y parece estarán, en la sociedad civil. Fueron citados infinidad de ejemplos de trabajo entre niño(a)s de la calle, centros comunitarios, organizaciones de derechos humanos, servicios de alfabetización y educativos, proyectos productos, etcétera. ¿Será que ése es el camino, y no el de la tentación constantiniana?