Todo el toreo del Juli, gran triunfador de la novillería española, empenechado de pasión vendrá a parar en el rumor suave y tranquilo del recreo mexicano, en el acariciar a los toros y a matador de toros. La afición ha sido captada en la irresistible sugestión fervorosa del niño torero, maestrito de la torería y madrileño por nacimiento.
Porque el Juli, cuya muleta bebió en los pueblos de nuestra geografía y en las ganaderías del Bajío, en los azules intensos y suaves del dejar el cuerpo para luego perderse en el vacío de la plaza piramidal, aprendió el aterciopelamiento de un torear fantaseado que se plasma en esculturas, a través de coincidencias absolutas en el espíritu y la ejecución que recuerda a los grandes de nuestra fiesta.
El Juli triunfó el domingo pasado en Madrid y el viernes en Nimes, y se dejó de mamorerías y vehemencias renovadoras para permanecer fiel a la tradición de la fiesta brava, --al igual que José Tomás, el triunfador de la temporada-- rindiendo culto únicamente a la belleza que encierran en la mente, los recuerdos de los momentos imborrables por auténticos y en los que se haya todo el arte a que el toreo aspirar.
El Juli, torero, busca el espíritu, lo cual no deja de llamar la atención. Busca el carácter, la penetración psicológica de una raza, la emoción de una visión algo romántica, debido seguramente a que este México le ha dado el carácter en cuanto a espíritu y contenido de su torear. En esta fuente parece que encontró el agua, la cual le ha permitido apagar la fogosidad del temperamento español con el que llegó, y debido a su corta edad, ha mutado en uno más tranquilo.
Aquí aprendió el dulce sentimiento del toreo en el capote, fantasía desbordada que le permitió realizar esta semana crucial los más variados y originales lances, en su despedida de novillero en Madrid y en su alternativa en Francia, matizadas de su inocencia que despierta a la voluptuosidad, y es giro de la tela, perdido en las magnificencias del color y la alegría de su andar.
El Juli lleva adentro la picardía madrileña que quiere expresarse del obscuro triángulo de la pubertad hacia la luz y adquirir repentino carácter divino, mientras sus paisanos lo contemplaron con piadosa estupefacción en el centro del redondel; veroniquear y quitar; recortar y gallear; enredarse a los novillos en la cintura; matar a recibir y triunfar apoteósicamente en su propia casa; al hallar las armonías cálidas y esplendorosas, junto al hábil empleo del medio tono en el pase natural, lleno aún de veladuras que irá desvaneciendo.