El momento del reconocimiento se aproxima de modo inevitable. El Presupuesto Federal para 1999 será la manifestación clara de las dificultades que enfrenta la economía y que se expresarán en la crisis fiscal del Estado. La reforma del Estado, propuesta e instrumentada por los gobiernos de De la Madrid, Salinas y Zedillo no ha logrado, después de 16 años, el objetivo que se propuso, a saber: achicar el aparato estatal pero sin debilitar su capacidad de acción para conducir la economía nacional. Hoy tenemos un Estado más pequeño pero también más débil. Y aquí no se trata de estar a favor o en contra de la participación estatal en la economía, sino reconocer que el capitalismo, ya sea desarrollado o ``emergente'', necesita del Estado tanto como necesita del mercado.
Hacienda advierte ya lo que todos sabíamos: que el presupuesto para 1999 será muy restrictivo y que prácticamente no aumentará en términos reales con respecto al actual. Este año las finanzas públicas se resintieron fuertemente por la caída del precio del petróleo, y se ha puesto en evidencia la debilidad del fisco, por lo que el argumento que dice que las finanzas del gobierno están sanas porque hay equilibrio entre ingresos y gastos se sostiene cada vez menos. Es posible tener finanzas equilibradas y un fisco enfermo. Pero tarde o temprano se paga por no rehacer la estructura fiscal y por mantener un sistema impositivo inequitativo e insuficiente, lejos de cualquier criterio de modernidad en la administración del Estado. El programa económico del gobierno se va a quebrar por donde menos esperaba, ya que una de las fortalezas que se pregonaban resultó no ser tal. La contabilidad macroeconómica del equilibrio fiscal no es suficiente. La estructura de esta economía nunca se ha adaptado a los criterios agregados de la política económica. Por ello los periodos de crecimiento son efímeros y los episodios de crisis son más cercanos y más hondos. Esta sociedad no fortalece las condiciones para el mejoramiento sostenido de las expectativas y es crecientemente desigual.
El caso es que antes de entrar en la necesaria discusión del próximo presupuesto federal, todavía falta por ver cómo acaba el actual. Lo que es claro es que el resultado será muy distinto al previsto a fines de 1997 cuando se presentó al Congreso. El déficit esperado del orden de 1.5 por ciento del PIB será superado y no puede saberse por cuánto, puesto que tan sólo habrá que esperar el costo financiero de la elevación de las tasas de interés sobre la deuda pública. El déficit podría ser el doble del estimado originalmente.
Hacienda apela reiteradamente al realismo económico. Los choques externos son los que, conforme al diagnóstico oficial, han debilitado al fisco y desde ahí al desenvolvimiento de la economía. Pero no sólo existe el realismo hacendario y contable que hoy prevalece en el país, y que parece atar de manos y evitar abrir otras opciones para el crecimiento de la economía. El realismo oficial conduce ya, otra vez, a una mayor austeridad, y ésta no es una buena oferta política. El liderazgo en la conducción de la economía está cada vez más cuestionado y se expresa de modo fehaciente en la creciente contradicción entre la supuesta capacidad técnica de los funcionarios responsables y su apocada capacidad política.
Piénsese en lo que significa un presupuesto federal igual en términos reales que el actual, es decir, el corregido ya tres veces después de otros tantos recortes al gasto. Es aceptar la inefectividad de la oferta de un crecimiento de 5 por ciento anual para este sexenio después del episodio de crisis de 1995. Es aceptar explícitamente que los atrasos acumulados en el bienestar de la población no van a empezar a superarse, que la mayor parte de las empresas no ampliarán sus posibilidades de rentabilidad, que los deudores seguirán sin poder pagar sus deudas y que el sistema bancario no saldrá de su crisis, que la producción seguirá siendo jalada por un sector exportador cada vez más limitado e incapaz de provocar una dinámica generalizada de la actividad económica y que, finalmente, los desequilibrios financieros externos e internos no se pueden superar.
Un presupuesto igual al actual significa igualmente que deberá haber reasignaciones importantes en el gasto, puesto que hay que incorporar la parte del Fobaproa que pasa finalmente a la deuda pública y que demandará recursos muy cuantiosos para el pago de los intereses. Como bien se sabe, la única posibilidad financiera de ir licuando con cierta eficiencia económica el costo de la deuda es mediante el crecimiento de la economía. Pero el escenario es otro: menos capacidad de expansión del PIB, más altas tasas de interés, devaluación del peso e inflación. Esta es, por el contrario, la forma más cara y costosa en términos sociales de enfrentar la crisis fiscal del Estado mexicano.