La Jornada 21 de septiembre de 1998

En los Altos de Jalisco la Cristiada revive cada 17 de septiembre

María Rivera, enviada, San Diego de Alejandría, Jal. Ť ``Tropas de Jesús sigan su bandera, no desmaye nadie vamos a la guerra'', es el cántico con el que los alteños recuerdan a los campesinos caídos en la Cristiada.

En los Altos de Jalisco el movimiento cristero no es un capítulo olvidado. Los ecos de las alabanzas a Cristo Rey se hacen presentes cada 17 de septiembre, día en que los habitantes de esta región recuerdan a los soldados de Dios caídos en la Cristiada de 1926-1929. Esta guerra es de la que hablan, la que recuerdan.

Uno de los pocos cristeros que aún viven en la zona, don Juan López, de 89 años, sostiene que si fueron a ``tirar bala'', lo hicieron ``por defender nuestra religión y a la Virgen Santa''.

A la segunda (1932-1938) ya no fueron. Don Juan recuerda que ``ya no era igual. La gente pacífica ya no lo cuidaba a uno, decían que nomás andaban robando. Yo me quedé en mi casa''.

En esta celebración no sólo participa gente de San Diego de Alejandría, también gente ``de lejos'', explica otro de los sobrevivientes de la Cristiada, don Agustín Jiménez, de 90 años, mientras señala hacia un punto indefinido que podría estar en cualquier parte de la meseta alteña integrada por el norte de Jalisco, Guanajuato, Aguascalientes y sur de Zacatecas. Región donde las iglesias abren temprano y cierran tarde.

Las calles de San Diego de Alejandría, población jalisciense de 3 mil habitantes, limítrofe con Guanajuato, lucen desoladas. ``Todos están aquí cerca, en la Peñita'', explica un lugareño que se encamina hacia el festejo. En el lugar señalado todo es efervescencia. Cientos de alteños esperan el comienzo de la celebración, pese a los barruntos de lluvia.

Para estas fechas regresan los hijos ausentes del pueblo

Los puestos de comida y la venta de recuerdos alrededor del monumento a Cristo Rey dan un aire de feria popular. Hay otro motivo para la celebración. Convocados por la fiesta religiosa, en esta fecha regresan los hijos ausentes de este pueblo de migrantes. Una tras otra, trocas con placas de California, Illinois o Wyoming llegan repletas de jóvenes alteños. Algunos todavía vestidos a la usanza de la región -pantalón de mezclilla, cinturón piteado, botas y sombrero-; otros ya con gorras, tenis y camisetas. En las alteñas predomina la coquetería sobre el conservadurismo; más de un ombligo al aire desentona con el espíritu del festejo.

La fiesta comienza con una procesión. Al frente, los ancianos campesinos que participaron en la contienda contra los federales callistas portan una descolorida bandera que tiene como escudo una imagen de Cristo Rey y la leyenda: Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe. ``Con ella en 1927 llegamos hasta San Julián para pelear contra el general Rodríguez'', recuerda emocionado el otrora soldado Juan López.

Al paso del cortejo, los campesinos se descubren la cabeza en señal de respeto. Más de uno se acerca para tocar la reliquia y persignarse.

Cinco sacerdotes celebran la misa ``en memoria de los mártires que por su fe y amor a Cristo y a Santa María de Guadalupe ofrendaron sus vidas''.

En al altar, junto a los símbolos religiosos, una ofrenda de elotes y calabazas recuerda que esta gente tiene en gran estima la tierra y sus frutos. Durante la homilía, dan gracias a Dios por el buen temporal. ``El velo de la lluvia bendita'' que ha dado vida a estos campos que meses atrás estaban resecos.

Después, llegan los recuerdos mitificados. ``Refugio Mena murió luchando solo contra 400 federales detrás del santuario de Guadalupe; Roberto Valadez, en la orilla de la presa, herido y sin armas, eliminó a un federal''.

Los feligreses asienten. Han crecido escuchando estos relatos. Por las noches, en lugar de las tradicionales historias de aparecidos, les han contado las hazañas del héroe de los cristeros alteños, Victoriano Ramírez, El 14. Se cuenta que este peón analfabeta tenía gran arrastre popular. En su camino, gran número de voluntarios se incorporaban a su causa y las mujeres lo proveían de comida para su tropa.

Empero, las crónicas de los viejos están llenas de dolor. Recuerdan cuando les ordenaron cambiarle el nombre al pueblo por el de un héroe de mérito revolucionario, ``cuando los angelitos se iban al cielo sin ser bautizados'' o ``los tiempos del hambre'', cuando se ordenó a todas las poblaciones de la zona ``concentrarse'' en otros lugares.

Las concentraciones -una táctica militar que buscaba terminar con el apoyo que la población civil brindaba a los cristeros- consistía en fijar un plazo de días o semanas para que los lugareños evacuaran sus pueblos y se refugiaran en las localidades previstas.

Los de San Diego fueron reconcentrados en San Francisco del Rincón, Guanajuato.``Desde esa época este pueblo no volvió a levantar cabeza'', sostiene el secretario del ayuntamiento, Federico Oliva Hernández.

Perseguidos y aplastados, muchos de los sandieguinos reaccionaron a su sino de dos maneras: parte de ellos se fue a ciudades grandes como León o Guadalajara; otros emigraron al norte (Estados Unidos). Hoy, 40 por ciento de la población trabaja en Estados Unidos y sólo vuelve el 17 de septiembre o durante las fiestas de fin de año.

Al final de la misa comienza la fiesta popular. La música de Ramón Ayala y su acordeón mágico sirve de fondo para que decenas de adolescentes y jovencitos comiencen su ronda tras los verdes ojos de alguna alteña.

José y Manuel Gutiérrez, de 14 y 16 años, tienen claro lo que esperan en la vida: seguir las huella de su hermano que vive en San Diego, California.

-¿A qué quieren ir?

-¡A traer dinero! Pues qué más....

Cae la tarde y los nubarrones que se acercan por el horizonte no desaniman a la gente que continúa llegando a la Peñita para reencontrarse con su pasado cristero y su presente migrante.

Los viejos doblan cuidadosamente su bandera, ese símbolo de que su memoria sigue viva.

``Aquellos eran otros tiempos. Ora está más duro lo de los centavos, pero siempre está mejor todo. Hay más forma de vivir en paz'', concluye don Agustín Jiménez.

Según el historiador Jean Meyer, el balance de la guerra sólo en Los Altos de Jalisco, entre el primero de enero de 1928 y el 31 de julio de 1929, fue de 3 mil 235 cristeros muertos y 406 federales.