Bazar de asombros


Placencia y la ``noche
obscura del alma''

Para el arzobispado de Guadalajara, el padre Alfredo R. Placencia fue siempre un dolor de cabeza. Por su conducta no del todo edificante, su perplejidad crónica y su incontrolable propensión a escribir versos, fue destinado a lugares pequeños y apartados: Bolaños, Temaca, Amatitán... El confuso clérigo aceptó sin pretextos las órdenes del arzobispo y hasta encontró motivos de admiración en sus desvencijadas parroquias y en los pueblos olvidados. A Bolaños lo llama: ``la urbe de las tapias caídas'' y ve en sus piedras calcinadas a los alacranes que ``salen a beber su quebranto''.

Viajó huyendo, siempre huyendo, por poblados del sur de los Estados Unidos y de América Central. Sus libros Del cuartel y del claustro y El libro de Dios fueron publicados, en ediciones de muy reducido tiraje, en Barcelona y a México llegaron poquísimos ejemplares. De regreso, el arzobispo de Guadalajara le permitió vivir en una casa de ejercicios situada en la entonces Villa de San Pedro Tlaquepaque, en donde murió. Fue uno de los grandes poetas místicos de nuestra literatura. Místico a su modo intransferible y, a veces, arbitrario, más cercano a la ``Noche obscura del alma'' que al ``Cántico Espiritual''. El famoso poema ``A Cristo crucificado'' (``Así te ves mejor, crucificado. Bien quisieras herir, pero no puedes. Quien acertó a ponerte en ese estado no hizo cosa mejor, que así te quedes...'') fue objeto de toda clase de recitaciones y de manoteos melodramáticos. Tuvieron que pasar muchos años para que Alfonso Gutiérrez Hermosillo reuniera la obra del padre, escribiera un prólogo muy inteligente, pero apresurado, y publicara su antología en la UNAM. Supongo que estará agotada.

Hace poco se me ocurrió ir a una librería de nuestra querida, valiosa y errática universidad. Apenas había abierto la boca para formular mi pregunta, cuando ya un empleado con gesto tajante me soltó el clásico ``está agotado'', viéndome como al enemigo a vencer y haciendo el gesto victorioso del ``perded toda esperanza''.

Ahora, Ernesto Flores trabaja en las obras completas del acosado clérigo (acosado por la curia y por sus ``debilidades'', pero, sobre todo, por ``El lebrel del cielo'' del poema del tormentoso místico inglés Francis Thompson) que publicará el Fondo. Próximamente dedicaremos un número de nuestro suplemento al padre Alfredo R. Placencia.


Una Atenas activa
y recortada

Las actividades culturales de Jalapa, ``La Atenas veracruzana'', como todas las del país, padecen los efectos de los recortes presupuestales. A pesar de eso siguen en pie gracias a los esfuerzos de algunas instituciones como la Universidad y el Instituto Veracruzano de Cultura que fundó hace algunos años la muy brillante Ida Rodríguez Prampolini, nuestra querida ``Chacha''. Pasamos una velada en la casa-biblioteca-perrera del miglior fabbro de nuestra narrativa, Sergio Pitol. Saludamos a Sacho, el pastor de los montes Tatra, ahora feliz, a pesar de su edad, en las humedades del jardín jalapeño, y a Diana, la labradora efusiva y parlanchina. Recordamos que Manuel Sol nos está preparando el dossier de Díaz Mirón y que le pediremos otro más sobre nuestro naturalista mayor, Rafael Delgado, y pasamos revista al mundo cultural de Jalapa (en el teatro, la emérita actriz Rosa María Moreno -la mejor de las ``Rosalbas'' -presentaba una obra de Emilio Carballido). José Homero, infatigable, inteligente, nos entregó sus publicaciones, Performance y Graffiti y nos prometió mandarnos sus ensayos sobre rock. Está leyendo a Panait Istrati. Por eso en plena noche jalapeña se escucharon los nombres de Codine, Adrián Zografi y la Comorofca, el barrio griego de la Braíla danubiana. En fin... ``el arte de la fuga'', el viaje interminable a través de las páginas de los libros.

Al día siguiente cumplimos los ritos regionales: compramos pan en Xico y vimos las ``Capuchinas'' y las ``Copas de Oro'' (las ``buttercups'' del romanticismo inglés) del jardín jalapeño en la primera hora de la tarde.

HGV

CONFIGURACIONES


Hugo Hiriart

El gran maestro de los guerreros feroces

El pasado cinco de septiembre Akira Kurosawa montó el dragón que lo llevó a los cielos. Cuando vi por primera vez, hace muchos años, Los siete samurais, más que película me pareció un milagro del arte. Esos guerreros nunca vistos, esos combates bajo la lluvia, esa capacidad, tan japonesa, para la composición delicada de las escenas. También La fortaleza escondida es obra maestra, superior, creo, a Rashomón, que ya es decir. ¿Cómo es posible, pensaba, tanta perfección?, ¿de dónde sale tan talentosa maestría?

De una cruza estética. El arte de Kurosawa nace de aparear la estética japonesa y su tradición guerrera con el cine y la literatura norteamericana. Primero que nada está la deuda del maestro japonés con el Western y con el grande y perfecto John Ford, cima insuperable del arte del cine. El león, recordaba Valéry, es cordero asimilado. Kurosawa es hollywood asimilado. Y asimilado en Japón. Así estamos, más que ante un caso de invención, ante uno artístico de transformación admirable, de trasplante estético perfectamente aclimatado.

Además Yohimbo, por ejemplo, traslada al Japón Tokugawa Cosecha roja, el vertiginoso Tour de force de Dashiell Hammett. Y en otra película, que sucede en el Japón moderno, adapta una novela policiaca de Ed McBain sobre el secuestro equivocado de un niño.

Sabido es que Kurosawa fue un cineasta ``literario'', que adaptó a Gorki, a otros, y sobre todo nada menos que a Shakespeare, que era su obsesión. Pero esos desarrollos son a partir de su estética japonesa-norteamericana. La muerte de Macbeth, asaeteado, en Trono de sangre es, por cierto, insuperable. ``El bosque avanzará hasta donde tú estás'', había dicho la profecía de las brujas. Macbeth la desoye por imposible, pero el bosque llega: es una lluvia de flechas que lo atraviesa. Parece un lacónico poema de Kavafis.

La influencia americana, enorme y variada en la literatura como en todo lo demás, incluye autores y asimilaciones tan diversas como, por ejemplo, Baudelaire, Mallarmé y los surrealistas vía Poe, Pavese vía Melville, García Lorca o Brecht, Truffaut, Kurosawa, Winders.

Ahora bien, la aceptación universal del arte de Kurosawa prueba, una vez más, que sólo la épica puede verdaderamente satisfacernos. Seguimos siendo como esos antiguos o medievales que hallaban deleite en oír cantares de gesta. Porque épica y no otra cosa son el western, el cine y novela negras y las películas de Épica de nuestro tiempo, cantares de gesta, poemas de fuerza, habilidad y valentía.

Como la Ilíada pero, la verdad, inferiores a ella. Nada ha igualado en poder y nitidez a la Ilíada. ¿Por qué? Porque, como explica Simone Weil, ``la extraordinaria equidad que inspira la Ilíada puede tener otros ejemplos desconocidos para nosotros, pero no ha tenido imitaciones. Difícilmente se puede sentir que el poeta es un griego y no un troyano''. El poeta, al permanecer neutral, resalta la imagen de la guerra con perfecta claridad en el poema. Y no sólo es imparcial con respecto a los bandos contendientes, sino a cada guerrero, por poderoso que sea, le llega la hora de la retribución de sus acciones. Hay una justicia, una Nemesis, presente en el tumulto de los hechos. El mundo que describe Homero es despiadado, pero justo. La Ilíada es el poema del equilibrio, todo lo que se excede, recibe castigo. La retribución tiene precisión geométrica: pagas en la medida exacta de lo que hiciste, ni más ni menos.

``Todos somos geómetras en relación a la materia, los griegos fueron, ante todo, geómetras en el aprendizaje de la virtud'', -dice Simone Weil. En la idea de Nemesis o retribución justa se funda el arte de Esquilo y los otros trágicos griegos. Entre nosotros esa idea se ha perdido, no tenemos siquiera palabra para designarle. En esta época sólo una persona muy espiritual puede no caer en la idea deforme, repulsiva y común de que el mundo, básicamente, no es sólo despiadado, sino injusto.

La épica moderna no recoge la equidad ni el equilibrio trágicos. En el western y el cine negro no hay tragedias, sino melodramas más o menos maniqueos, con buenos y malos. Pero, como sea, pienso que Kurosawa pudo haber filmado algún episodio de la Ilíada, y con qué maestría nos habría dado las imágenes de Aquiles, Héctor o Ayax, perfectos con esa ferocidad tan japonesa, y las de las batallas tumultuosas donde el héroe ``avanza entre los combatientes como el viento en el trigal''. Como nadie nos habría dado esas imágenes. Lástima grande porque ahora ¿quién? No, no, ya no hay nadie capaz de hacerlo. Y ni modo, él ya se fue.


Naief Yehya

¿Es real una comunidad virtual?

Vecindarios etéreos

Es bien sabido que una de las actividades más populares en la red es socializar mediante el teclado. Tan sólo dos comunidades en línea fueron visitadas por más de catorce millones de personas, cada una durante el pasado mes de julio. Desde hace varias décadas estos espacios de encuentro organizados se han mutiplicado y desarrollado de manera sorprendente, al grado de que lo que empezó como un esfuerzo no lucrativo por poner en contacto a gente con intereses semejantes se perfila como un gran negocio. Seis de los veinte sitios más populares de la red son comunidades en línea: Geocities, Tripod, Anglefire, Hotmail, Switchboard y Xoom. La mayor es Geocities (http://www.geocities.com), la cual se divide cuarenta vecindarios virtuales clasificados por temas. Este es probablemente el tercer dominio más visitado en el web. Geocities ofrece páginas gratuitas para que cada quien las remodele (o, pagando una cuota, para que lo haga el servidor mismo) a su gusto y las use para mostrar fotos familiares, hablar de sus hobbies, discutir sus obsesiones, erigir altares virtuales a sus estrellas favoritas o compartir con desconocidos sus fantasías. Según la empresa Media Matrix, que se ocupa de medir el flujo del tráfico en la red, el público de Geocities se ha multiplicado al doble de la velocidad promedio de crecimientoÊde la red. En 1994 David Bohnett, un miembro de la Alianza gay y lésbica en contra de la difamación, compró cinco mil dólares de equipo de cómputo y fundó Geocities en Santa Mónica, California. Bohnett entró a este negocio con la idea de crear un espacio libre de censura para que miembros de grupos minoritarios pudieran expresarse. Ahora bien, a pesar de que en Geocities se predica la libertad de expresión (e incluso hay páginas dedicadas a diversos fetichismos y perversiones), hay una estricta prohibición de imágenes pornográficas (término que se refiere a casi todo lo que tenga que ver con gente desnuda); asimismo se prohibe cualquier forma de discriminación.

Negocio comunitario

La compañía de Bohnett ha sido muy exitosa y está a punto de poner acciones en la bolsa, por lo que ahora sus presiones económicas son mucho más grandes. Como señala Saul Hansell en su artículo en el New York Times del trece de julio pasado, Geocities no tiene otra alternativa que vender más publicidad y cobrar tarifas aunque sea por algunos servicios a los miembros, pero debe hacerlo con tacto y cuidado suficientes para no enfurecer a su comunidad, la cual se caracteriza por un beligerante fervor anticomercial. Geocities tenía el año pasado seis anunciantes; ahora tiene más de cien y espera tener muchos más. Es comprensible que la empresa tenga que buscar ingresos para sobrevivir y seguir expandiéndose pero esta necesidad puede provocar excesos graves, además de que puede liquidar su atmósfera ``comunitaria''. Un ejemplo es que el jueves trece de agosto pasado el FBI acusó a Geocities de vender la información personal de sus miembros a varios anunciantes.

Deprimidos y solitarios en el ciberespacio

Hoy más que nunca millones de personas que jamás se han visto las caras (en carne y hueso) y que viven dispersas en diferentes partes del mundo, establecen relaciones de todos tipos, desde encuentros eróticos casuales hasta amistades duraderas. No obstante, de acuerdo con los resultados de un estudio de dos años realizado por la Universidad Carnegie Mellon y patrocinado por Hewlett Packard, AT&T, Apple e Intel, entre otras, hoy los cibernautas están más solos y deprimidos que cuando comenzó el estudio e Internet aparece como el culpable del declive del bienestar psicológico de los ciento sesenta y nueve sujetos involucrados en el estudio. Los resultados que aparecieron publicados el treinta de agosto en la primera plana del New York Times (en su habitual campaña antiweb) contradijeron sorpresivamente a la intuición y a las expectativas del público, los inversionistas y los científicos, especialmente de los patrocinadores del estudio. Se pensaba que Internet (en particular gracias a sus funciones ``socializantes'', como el correo electrónico, los foros de chat, los tableros comunitarios y demás) sería mucho más saludable, desde el punto de vista social, que la televisión u otros tipos de entretenimiento, pero no fue así. Los investigadores encontraron que el uso de una hora a la semana de Internet producía un incremento de uno porciento en la escala de la depresión (que va del cero al tres) y un incremento de punto cero dos en la escala de soledad (de uno a cinco). La hipótesis es que las relaciones a larga distancia no ofrecen el apoyo y reciprocidad que típicamente contribuyen a crear una sensación de seguridad y felicidad. La gente tiene más relaciones pero en general son vacías e insustanciales. Si bien se trata de una prueba limitada, con varias deficiencias (como que la muestra no era aleatoria) y un sistema de evaluación cuestionable, es una interesante y provocadora mirada hacia el mundo virtual que seguramente nos ayudará a entender mejor el aún inexplicable fenómeno de la vida en línea.

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Naief Yehya

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Artes visuales

Jorge Bustamente García

Los tres Mandelstam

En el presente siglo hubo en la poesía rusa tres Mandelstam, uno grande traducido ya a varias lenguas occidentales y dos pequeños, desconocidos absolutamente para nosotros. Osip Mandelstam el grande, o Mandelstam I, traducido y dado a conocer en Alemania por Paul Celan, fue considerado por Ajmátova y Brodski como el poeta ruso más importante de este siglo, juicio que de ninguna manera parece desmesurado. Sin embargo, hay quienes opinan diferente. Roman Jakobson, por ejemplo, pensaba que por la obsesión y manejo de los elementos de la lengua, por la amplia gama de ocurrencias fonológicas en su poesía y por la magia de la creación verbal, el ``gran poeta ruso de nuestro siglo'', el ``poeta inigualable'' fue un hombre extrañísimo que murió a la misma edad de Pushkin: Velimir Jlébnikov. La genialidad de Jlébnikov es indudable, a pesar de que mucha de su poesía es caótica y dispersa. Por otra parte, existen los que todavía creen que el poeta ruso del siglo es Maiakovski; excelente poeta, sin duda, pero autor a veces de poemas -aunque ésto parezca una blasfemia- de tintes un tanto racistas, como su conocido ``150 000 000''. A Maiakovski se le idealizó en Occidente como un poeta que cantaba a la épica proletaria, a la ``felicidad futura de la humanidad'' en versos de indudable belleza y fuerza como ``La comuna es un lugar donde los burócratas desaparecerán/ y habrá muchos poemas y canciones'', pero de infinita ingenuidad respecto a la condición humana, pues esa comuna después se convirtió en Gulag. Sin embargo con versos como ``Donde sea que muera moriré cantando'', el poeta se emparenta con lo mejor del espíritu nerudiano que llegaría después.

Así las cosas, la importancia de Mandelstam el grande, estriba en que imprimió a su poesía una alquimia verbal que lo condujo a una auténtica construcción, a una inevitable arquitectura de la palabra. No en vano su primer libro se llamó Piedra, sinónimo de la palabra con la que se inventa otra vez el mundo. El poeta es un constructor que con la palabra combate el vacío, pero no el silencio que es parte medular de su poesía. Se afirma, con frecuencia, que Osip Mandelstam fue un poeta oscuro, hermético, difícil. Quizá sea cierto, pero es innegable que la burocracia ideológica -como ha afirmado Evtushenko- sentía en estos versos, inaccesibles para ella, un cierto peligro inminente. Mandelstam el grande murió en 1938, a los cuarenta y siete años de edad, en un campo de concentración de la región de Kolimá, al noreste lejano de Rusia. Su mujer Naiezhda escribió sobre Osip, muchos años después, un libro digno y estremecedor. A pesar de haber sido encasillado como poeta hermético, escribió poemas transparentes, juguetones y frescos como el titulado La calle Mandelstam: ``¿Qué calle es ésta?/ La calle Mandelstam./ Qué apellido más espantoso;/Si lo aireas/ Suena curvo y no recto./ Poco en él es lineal/ Más bien de carácter sombrío/ Y es por eso que esta calle/ O, mejor, este foso/ Lleva el nombre/ de ese tal Mandelstam.''

En la excepcional antología de poesía rusa del siglo XX Las estrofas del siglo, compilada y anotada por el controvertido poeta Evgueni Evtushenko, el lector puede encontrar a otros dos Mandelstam que no tienen ningún parentesco aparente con el primero. El moscovita Yuri Mandelstam (1908-1943), mejor conocido como Mandelstam II, salió de Rusia durante la primera ola de emigración hacia París después de la Revolución y allí fue alumno del poeta Vladislav Jodassievich, a la sazón esposo de la escritora Nina Berberova. En los años treinta se casó con una hija del compositor Igor Stravinski y tras la ocupación alemana de París fue arrestado y enviado a un campo de concentración en Polonia, donde murió. Una colección de sus poemas salió a la luz pública en 1990, en Holanda. Su poesía es sencilla, directa, sin recovecos verbales, escrita casi siempre en endecasílabos que guardan en ruso una rima perfecta y que denotan una gran nostalgia por la tierra natal y la imposibilidad del regreso: ``Qué me importa que el molino de viento en el sueño/ allá, en aquel cerrillo, nos seduzca/ si estoy seguro que nada cambiará/ aquí, en esta tierra extraña, ni en mi propio país./ Y aunque en la casa vecina/ que es muy parecida a la mía/ se desgañite el acordeón sollozando/ de todas maneras sé que no regresaré ya a mi tierra.''

Por su parte, el petersburgués Roald Mandelstam (1932-1961) o Mandelstam III, fue un hombre muy enfermo. Sufrió primero de asma, luego de tuberculosis y de úlcera estomacal. Fue de los más brillantes representantes del underground leningradense y la literatura marginal de los años cincuenta y, fiel a esa radicalidad, murió prácticamente de hambre y olvido, a los veintinueve años de edad. No fue publicado en vida, pero se conservaron cerca de cuatrocientos de sus poemas, una selección de los cuales se publicó en Jerusalén en 1982. Su poesía rezuma un espíritu auténticamente petersburgués: ``¿Para qué lamentarse del futuro,/ para qué injuriar lo pasado?/ Quizá lo mejor sea sencillamente cantar,/ quizá sea lo mejor./ Cantar a la brillante aurora volátil/ bajo la luz blanca/ donde cadenas de faroles silenciosos/ se mecen en el viento''.

En dos cosas por lo menos, si no tanto en su poesía, parecen estar hermanados los tres Mandelstam de la poesía rusa del siglo XX: en la brevedad relativa de sus vidas y en el infortunio que les persiguió implacable desde siempre asignándoles un destino común. Los tres Mandelstam son todo un signo de nuestra época, de nuestro tiempo, de este siglo demente que está por terminar.


Tercera columna

Eduardo Milán

Un golpe de dados

No es, en el caso de Un golpe de dados (1897) de Mallarmé, la creación de un tercer grado simbólico y neutral de la escritura lo que define la radicalidad de la empresa. La simbólica del lenguaje, ahí, está en función de la posibilidad de desarrollo en el tiempo de la vieja tradición órfica del poema occidental, ``poema en clave'' de pérdida, según el mito griego. La ``pérdida'' es la devolución de los dones (dados) que se realiza en la acción de la tirada. También, la creación del símbolo como una malla lingüística que no dialoga con el mundo sirve para absorber a la historia cuyo enfrentamiento frontal no da resultados salvo parciales, como en el caso de la conceptualización del ``mal'' en Baudelaire. El ataque a la industria se realiza por la objetualización del objeto-poema, ya no posible de ser dado como un objeto más del mundo, resistente o no a las embestidas del tiempo. La armonía del poema, como mecanismo consistente, puede ser ofrecida desde las leyes no sólo temporales de la música o intemporales de la idea pero debe ser ofrecida desde las leyes más generales de una temporalidad distinta que pone en juego el concepto mismo del tiempo. Desde el azar, por ejemplo. Si bien la única posibilidad humana es la jugada (o la tirada) del poema, una acción arbitraria, esa jugada debe incluir elementos del contexto donde caerán los dados. Esos dados están cargados de azar y caerán en el azar.

Cuando se dice que Un golpe de dados es un poema que incluye su propia crítica, debería decirse que lo que verdaderamente incluye es el estar en crisis del contexto, el más amplio posible para Mallarmé, del espacio que recibe el poema. De ahí la analogía entre ``las circunstancias eternas'' desde donde se puede lanzar los dados: un ``arriba'' virtual, y posiblemente divino, y el ``fondo de un naufragio'', un ``abajo'' también virtual si se trata, por ejemplo, del hundimiento de una nave -proyecto de odisea llamada civilización occidental. El basamento de ``nada'' en que se inscribe el proyecto de Mallarmé pertenece a un linaje recurrente en la poesía occidental que emerge en momentos clave: en el siglo XI con Guillaume de Poitiers y su poema ``Faray un vers de dryt nien'' [``Haré un poema sobre nada'']; en el barroco español con el famoso poema metalingüístico de Lope de Vega, ``Un soneto me manda hacer Violante''. Esa emergencia se manifiesta, como es sabido, casi como condición o ritual de pasaje para que se pueda hablar de poesía en nuestro siglo (Duchamp, Cage, poesía concreta, Paz, etcétera). Pero en Mallarmé esa ``nada'' debe desneutralizar la forma del poema desde su fachada misma. No hay ninguna razón para que se le imponga al poema, diría Mallarmé, una camisa de fuerza ejercida sobre él y que no delimita motivos ni temas. Es el nacimiento en el poema de una razón orgánica de la forma, no dependiente de la retórica formal sino en alianza con los contenidos que arrastra.

También, la no neutralidad de la forma se corresponde con la idea de devolución al azar de las fachadas formales que han perdido significación histórica (si es que alguna vez la tuvieron). Entrada del poema en la incertidumbre, o sea en la realidad, Un golpe de dados es todavía un peso pesado en la conciencia poética contemporánea, un ``entender no entendiendo'' que no queremos pensar.