Angeles González Gamio
Chiquito pero eficiente

De las múltiples etapas azarosas que ha vivido nuestro país: guerras, intervenciones, revueltas, etcétera, han quedado fechas que marcan incidentes significativos; una de ellas es el 2 de abril de 1867, día en que el general Porfirio Díaz recuperó Puebla de manos de los franceses. Para recordar ese feliz suceso, a un encantador mercado que se inauguró en 1902, se le bautizó justamente así: ``Dos de Abril''.

Aunque parezca increíble, el establecimiento de estructura de hierro y techo de dos aguas recubierto de vidrios continúa dando un eficiente servicio al populoso rumbo que lo rodea. Se encuentra ubicado en la placita Dos de Abril, que en sus buenos tiempos tuvo su hermosura, pues aún conserva varias casonas del siglo XIX, esperando pacientemente que se mejore el rumbo y un alma sensible les devuelva el esplendor.

El sitio se encuentra cerca de la Alameda, a espaldas de esa plaza armónica y bella que es la Santa Veracruz, adornada por la iglesia barroca que la bautiza, la de San Juan de Dios, con su soberbia y colorida portada que semeja un enorme nicho abocinado; complementa la plaza el antiguo convento de ese templo y a su lado una digna casona decimonónica. El primero es sede del museo Franz Mayer y el segundo del de la Estampa.

Este barrio se fue conformando a mediados del siglo XVI, cuando la ciudad comenzó a desbordar la traza que separaba la zona de españoles de los barrios de indios, situación que de hecho nunca se logró, pues la realidad imponía que era más cómodo tener cerca a los indígenas que prestaban múltiples servicios y en el caso de las mujeres, frecuentemente eran madres de mestizos, engendrados por los propios hispanos.

Así, el límite que marcaba el que ahora se llama Eje Central Lázaro Cárdenas se traspasó, y a los lados de ese tramo de la calzada de Tlacopan --hoy avenida Hidalgo-- comenzaron a surgir y fincar amplios huertos de peninsulares visionarios, al igual que órdenes religiosas que apreciaron las ventajas del lugar y solicitaron predios para sus iglesias y conventos, entre otras las que mencionamos líneas atrás.

Volviendo al mercado Dos de Abril, es una de las pocas muestras prácticamente originales --se remozó en 1955-- que sobreviven de muchos que se hicieron en esa época en distintas zonas de la ciudad y que evitaron el comercio callejero. Lo que sorprende es la funcionalidad que conserva una estructura tan sencilla, pero con su encanto estético. El pequeño mercado tiene todo: puestos de fruta, verduras, carne, pollerías, salchichonería, abarrotes, sitios para comer sabroso y baratísimo, ¡hasta ropa y zapatos! Cuenta con buena iluminación natural que penetra por la techumbre de vidrio, es ventilado y sus ocupantes lo mantienen limpio y ordenado. Es un modelo --perfectible-- de lo que debería haber por toda la ciudad; desgraciadamente en las últimas décadas se dieron mil facilidades a las grandes cadenas de autoservicio y se dejaron de hacer mercados. Con ello se han perdido múltiples posibilidades de empleo y ese trato cercano y cálido que se da con el ``marchante'', para no hablar de la riqueza de tener varias opciones de un mismo producto, a diferencia del ``super'', en donde se lleva el nopal que ya está prieto o el aguacate verde, o se amoló, pues no hay de otro. Confiemos que el actual gobierno de la ciudad vuelva a impulsar la construcción de mercados de barrio, lo que de seguro ayudaría a paliar el problema de los vendedores ambulantes y daría a la ciudadanía el placer de comprar en ellos. Por lo pronto, aunque implique un viajecillo, visitemos los que existen y con toda confianza probemos un rico guisado auténticamente mexicano, con la seguridad de que en pocos lugares estará tan bien preparado ¿qué tal unos huauzontles con queso, capeados, nadando en un apetitoso caldillo de jitomate? Para chuparse los dedos.