La Jornada 20 de septiembre de 1998

En Pijijiapan, enfermedad, abusos y cada vez menos esperanza

A una semana de los aguaceros que se precipitaron en la Sierra Madre e inundaron la región de la costa, miles de sus habitantes padecen del aislamiento y de los efectos de la marginación.

Entrar por tierra a Pijijiapan es difícil, ya sea de Mapastepec o de Tonalá. Sobre la orilla de la carretera caminan cientos de pobladores de la sierra o de la costa, quienes buscan ayuda, comunicación telefónica o asistencia médica para curar a sus parientes de las diarreas, la gripa y las enfermedades respiratorias que comienzan a multiplicarse tras el vendaval.

Una pareja de ancianos caminó despacito más de doce kilómetros, ninguno de los taxistas o conductores de las camionetas de redilas que cobran 20 pesos el pasaje los aceptaban en sus vehículos porque no tenían dinero para pagar el pasaje hasta el hospital de Mapastepec:

``Llevo a mi viejo. Tiene temperatura, le duele la cabeza y lleva días con diarrea, yo creo que es el cólera'', dice afligida doña Gabriela, mientras su marido doblado por el dolor vomita en el vado de la semidestruida autopista que comunicaba a Tapachula con Tonalá.

Más adelante, en Mapastepec, los médicos le detectaron al viejo principios de salmonelosis. Se quedó hospitalizado.

En el río Cacahuatán la carretera aun está trunca. El puente Bonanza se rompió y la única manera de atravesar el torrente es con una garrucha de la que pende un columpio. Mujeres con sus hijos en brazos y decenas de hombres que cargan bolsas con maseca y botellas de agua son auxiliados por soldados del Ejército Mexicano.

Cortes como ése no impiden que los costeños sigan buscando a sus familiares. Bajan de las comunidades más alejadas de la sierra para preguntar por sus hermanos, sus hijos o sus padres.

``Yo vengo de Progreso, busco desde hace 3 días a mis hermanos que estaban con sus familias en Valdivia, no los he encontrado, me dicen que en los albergues de Pijijiapan pueden estar, y yo ya me quedé solo'', platica Juan Olvera, hombre de perdió a su mujer con la que llevaba casado apenas cuatro meses.

-¿Qué pasó en Progreso?

-Nada mas fueron dos casas.

-¿Se las llevó el agua?

-No, sólo quedaron dos casas. El agua también se llevó la quesería. ¿De dónde salió tanta agua? Fue una chinga, fue una chinga.

Después de Mapastepec la comunicación hasta Pijijiapan ya se restableció. El río Pijijiapan acabó con las colonias 5 de Mayo y Los Almendros. Desde hace 65 años que no había ocurrido una inundación parecida a la de una semana atrás, a partir de entonces inició el poblamiento de la ribera de ese caudal. La mancha urbana desde entonces fue bloqueando la salida del agua hacia el mar, ahora el torrente pasó sobre lo que encontró y destruyó cientos de casas.

María Eugenia Olivares, mujer joven de 32 años, con 8 hijos y un esposo que apenas gana 60 pesos al día platica su experiencia: ``Estuvo dura la creciente, no nos dejó nada, gracias a Dios no hubo muerto en esta orilla, pero abajo no quedó ninguna casita, hasta se llevó mujeres con sus hijitos''.

Caminando entre escombros, piedras de río y basura, el señor Mario Solís, con una gran infección en sus várices, trata de rescatar cualquier cosa, ``todo lo tiró, todo se llevó, todas las casas, nunca vi esto, dice mi mamá que el río no nos había castigado igual desde hace 65 años''.

Mientras más se camina, más destrucción se halla. La primaria 15 de Septiembre desapareció, del jardín de niños Juan Bañuelos sólo quedó un techo. Afuera de su escuela, la niña Mary Thelma, de 5 años, se encuentra sentada sobre la losa del kínder: ``no debería ser así, porque las casas de los vecinos se las llevó. Esto no se va a componer, porque el presidente municipal no vino a componer el río''.

Sabe Dios a dónde fueron tantos muertos

Sobre la ribera del río se construyeron dos barrios: Ojo de agua y San Rafael. De esos asentamientos no existe nada, recuerda Adelix Ruiz, quien desde hace 3 días continúa sacando lodo de su casa, y que tiene miedo de que vuelva la creciente.

``Nadie habla de los muertos que hubo, no quieren hablar de que la caterpilar (máquina removedora) lleva a los muertos. Ya no quiero vivir en tiempo de agua, porque el río seguiría inundando las casas. Nos espantamos mis hijitos y yo''.

A unos cien metros de la casa de aquella mujer, lo que fue el puente del ferrocarril -estructura metálica de 200 metros de largo- no se encuentra por ninguna parte, a más de un kilómetro de distancia atrapado por una montaña de troncos se puede observar una parte de ese paso que antes servía para trasladar ganado y fruta que se producía en abundancia en la región. También los rieles que soportaron el torrente se encuentran doblados.

Ahora las autoridades municipales culpan del desastre a aquellos personajes que vendieron los terrenos al margen del río. Juana Gómez, una señora que decidió no salirse de su casa porque no tiene ``otra cosa, y sin mis cuatro paredes se me acaba todo'', recuerda al señor Eugenio Solís, quien le vendió su terreno hace 14 años a 350 pesos. ``Yo creo que ni él sabía lo que iba a pasar, mejor ni me hubiera venido aquí, fíjese, ya perdí hasta la esperanza. Mi esperanza se destruyó en un día. ¡Estoy muy triste!''.

Entre el desastre hoy comenzó a llegar ayuda de Puebla, el grupo interuniversitario de aquella entidad entregó 28 toneladas de ayuda a los habitantes de Pijijiapan y esperan para el lunes próximo traer otras 100 toneladas. En el auditorio municipal se congregaron alimentos y ropa; pero también llegaron decenas de mujeres que desesperadas gritaban: ``Queremos comida, queremos comida, ya no se la den a los ricos, los pobres de Chiapas somos los más jodidos''.

La desgracia de los negritos

En esta localidad, famosa antes por su gran producción ganadera y frutícola, el escenario de desolación se impone y brotan historias de desgracias familiares como la de los negritos:

En el barrio, que ya no existe, Venustiano Carranza, a la orilla del río Pijijiapan, vivía una familia de 14 personas conocida como la de los negritos, casi todos ellos mulatos famosos por su color.

En la noche de la inundación, personal de la Secretaría de Marina, maestros rurales y funcionarios del ayuntamiento les avisaron que debían desalojar, que se fueran porque podría pasar una desgracia. Pero el jefe de la familia de los negritos dijo que no ``que no sacaría a nadie de su casa'', y después de las 3 de la mañana ya nadie los pudo salvar, la corriente se llevó a once, entre mujeres y niños, sólo se salvó el señor que se había negado a salir y dos de sus nietos.

Pero el ejemplo más sorprendente de posesión fue el que protagonizó la señora Luz María Onofre, quizá la única persona que permaneció en su casa, sin importar si la corriente la arrastraba junto a sus cosas.

``Estabamos durmiendo, no creímos que iba a pasar esta cosa. Yo me acobardé porque no tengo nada más, le dije a mi hija y a mi hijo que se salvaran, pero que yo no me iba''.

Ahora sentada sobre las ruinas de su casa, la tristeza se acrecienta: ``Ahora mi patrimonio no existe, no tengo nada... nada. ¡Pijijiapan es el infierno!''