La Jornada domingo 20 de septiembre de 1998

Arnaldo Córdova
Importancia de la gobernabilidad

Cuando se habla de la gobernabilidad, indefectiblemente se pone el acento en la capacidad o la incapacidad del gobierno para resolver los ingentes problemas que en todo tiempo plantea la sociedad. Tan es así que una corriente casi hegemónica de la actual ciencia política hace residir la legitimidad de un gobierno en el éxito que tiene, precisamente, al resolver los problemas y conflictos sociales. Pocas veces se mira a las condiciones que hacen posible que un gobierno resuelva, en efecto, tales problemas o conflictos. Lo que llaman puntualmente la atención es si cumplió o no con la tarea, dándose por un hecho que la ciudadanía o la sociedad siempre estarán de acuerdo con quien da una solución cierta a sus necesidades.

La falla fundamental de ese modo de ver las cosas es que, en todo caso, la sociedad es un receptáculo inerme de todo lo que haga o decida el gobierno, mientras no se declare insatisfecha de lo que se hace o, incluso, en rebeldía. Hay gobernabilidad (y un gobierno es legítimo) hasta que llega la explosión de la inconformidad. Es una manera muy pobre y bastante atrasada de ver la política como ejercicio del poder, sobre todo porque no toma en cuenta la beligerancia de los ciudadanos en una época en que su participación en la vida pública es, ostensiblemente, cada vez más fuerte y vivaz.

La gobernabilidad (y la legitimidad) de un gobierno sólo puede fundarse, no en su capacidad resolutiva de problemas, que es hasta cierto punto aleatoria o, en todo caso, derivante, sino en el consenso que le brinde la ciudadanía. No está dicho que un gobierno siempre pueda resolver los problemas; lo que no puede hacer menos es tener de su lado a una mayoría consistente de la sociedad, resuelva o no problemas. Si no los puede resolver, los ciudadanos deben poder entender las causas por las que eso no se pudo hacer. Y, en su caso, apreciarán mejor los éxitos que se tengan al enfrentar dichos problemas.

Cuando el PAN y el PRD hicieron, hace menos de dos semanas y casi al mismo tiempo, sus propuestas de un pacto de gobernabilidad, no estaban sugiriendo una especie de aut-aut (algo así como un ``lo tomas o lo tomas''). Las de esos partidos eran, y lo dejaron muy claro, invitaciones, estrictamente fundadas en sus puntos de vista y en sus posiciones particulares, al gobierno y las demás fuerzas políticas y sociales, para buscar una salida a la situación conflictiva y, en ocasiones, sin solución aparente en la que cada vez estamos más entrampados, mediante una abierta y permanente negociación.

Por supuesto, los dos mayores partidos de oposición dijeron cada uno lo que querían y lo que deseaban que se negociara. Pero ambos pusieron énfasis en un punto de la mayor importancia: unificarse todos (incluidos el gobierno y su partido) en torno de un debate sano del que pudieran salir acuerdos comunes que sirvieran de sustento a la conducción de la sociedad desde el Estado hasta llegar al gran momento que ahora ya todos estamos esperando: el año 2000. Ni los panistas ni los perredistas dijeron que se irían solos a la pelea. Todo lo contrario. Los dos, desde sus respectivas posiciones, quieren ir a una batalla por el futuro de la nación en la que estén todos.

Los dos principales partidos de oposición no buscan imponer sus particulares puntos de vista, si se atiende con cuidado a lo que cada uno de ellos propone. Su mira general es encontrar un acuerdo con el gobierno en torno a los grandes problemas nacionales que tienen que ver, hoy por hoy, con una eficaz gobernabilidad del país. Podemos no estar de acuerdo con algunas de sus propuestas, pero aceptemos que cada una de ellas puede ser objeto de discusión y de negociación. Ni siquiera el PRD dice que no haya gobernabilidad. Sólo dice que al gobierno de Zedillo le faltan apoyos y consenso en la sociedad, lo que a mí me parece indudable.

La respuesta del secretario Labastida a las propuestas de la oposición no podía ser más desafortunada: ¿Para qué pactar una gobernabilidad cuando ya la hay? Suponiendo que Labastida sepa de verdad lo que es gobernabilidad, al parecer él la identifica con la eficacia en el gobierno. Los partidos plantean un pacto, vale decir un consenso, en el que todos participen. ¿Está Labastida (y, junto con él, todos los que le sirven de muñecos de ventrílocuo) diciendo que su gobierno marchará por sí solo y sin compañías hasta el fin del sexenio? Sería demencial y, tal vez, costosísimo para él y para los suyos, comenzando por el presidente de la República. Por ese camino, y no hacen falta muchas neuronas para anticiparlo, esa gobernabilidad en la que confía arriesga a irse por el caño en un momento en que más necesitamos todos de una efectiva unidad nacional, sin exclusiones de ningún tipo.