Guillermo Almeyra
La cabeza ajena

La interdependencia económica es un hecho y a la mundialización no escapa ni Cristo (en efecto, no es de hoy su transformación en musicales para Broadway y en películas), pues el Papa prepara el supershow romano del Jubileo del año 2000 que dejará decenas de miles de millones de dólares. La búsqueda de una soberanía alimentaria (o sea, de romper la total dependencia de la importación de alimentos, cada vez más difíciles de pagar), el intento de promoción de la investigación y el desarrollo y de la elevación del nivel cuantitativo y cualitativo en la enseñanza, la voluntad de destinar el grueso de los escasos recursos disponibles a satisfacer las necesidades sociales y la decisión de no pagar una deuda externa inflada, no pueden prescindir, por lo tanto, de una dosis importante de pragmatismo.

En efecto, los buenos deseos no bastan para hacer política: hay que contar también con las relaciones de fuerza necesarias y con el tiempo y la maduración de las condiciones internacionales para que aquéllos puedan convertirse en realidad. Conviene, al respecto, aprender en cabeza ajena, que en este caso es italiana. Rifondazione Comunista (RC), en efecto, permanece en la mayoría gubernamental centrista. Si la abandonara, su puesto en ella sería ocupado por grupos de centro derecha o se iría a nuevas elecciones, donde ganaría la derecha, RC perdería parte importante de sus parlamentarios aunque eventualmente mantuviera sus votos, y quedaría aislada de los votantes de la ``izquierda respetuosa'' y de una parte de los sindicalistas, que la acusarían de extremista y aventurera. Es que no sólo el país está más a la derecha del gobierno sino que también la izquierda y la mayoría de los trabajadores lo está con relación a RC, lo que obliga a ésta a una política en cierta medida didáctica con el fin de ganar tiempo para cambiar las fuerzas en presencia.

Por eso, aunque sería fácil decir ``no a la integración europea''(cabalgando el nacionalismo difuso) ,prefiere decir no a la Europa del capital financiero y sí a una unificación europea con contenido social; y aunque sería popular decir ``no al pago de la deuda externa'', es más inteligente renegociarla, graduar y seleccionar los pagos, para evitar fugas de capitales, mantener los puestos de trabajo, no cortar de raíz las importaciones necesarias (sin las cuales, además, es difícil exportar en cantidad suficiente). RC se mantiene pues fuera del gobierno, pero lo sostiene en el Parlamento, cargando así con parte de su impopularidad. Pero no lo apoya a cualquier costo ya que le exige políticas para los desocupados, para los jóvenes, para los ancianos y jubilados, para las zonas más pobres y, si no las obtiene, puede romper la alianza condicionada. RC exige que se les quite a los ricos, a las fuerzas represivas, a los especuladores para redistribuir las ganancias, muestra que los escasos recursos existentes pueden ser distribuidos de modo diferente y propone controles estatales y populares, por ejemplo, para que los ricos paguen sus impuestos, o planes de trabajo en autogestión, pero también una lucha para que el Estado los reconozca y los financie, etcétera.

RC camina así por el filo de la navaja entre una política que podría conducir a la idealización de lo ``real'' como sólo cosa posible y al abandono de todo intento de transformar la sociedad y de imponer una alternativa en nombre de meras reformas del sistema, y otra política del ``todo o nada'', de la pureza principista a costa del irrealismo, del aislamiento y, al fin de cuentas, de la creación de condiciones sociales aún más desfavorables para las luchas de los trabajadores. RC está así ante Scilla y Caribdis, los dos escollos enfrentados que llaman al naufragio, los peligros gemelos de oportunismo y sectarismo, que acechan siempre a quien quiere ser, a la vez, realista y renovador. Porque sólo se es realista buscando lo que está naciendo y ayudándolo a desarrollarse para mejorar la suerte de los trabajadores. Es realismo --a la vez radical y moderado-- comprender el nivel de la conciencia popular y la situación social, no para resignarse y aceptar esa situación sino para partir de ella con el fin de modificarla. En un momento en que una parte importante de la izquierda latinoamericana cree que la moderación a toda costa y los acuerdos con enemigos son signos de sabiduría o de astucia, ¿por qué no ver qué hacen los vecinos que buscan rutas nuevas en los peligrosos estrechos europeos?

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