La Jornada 18 de septiembre de 1998

Acarreo priísta e interpelaciones panistas, el entorno

Miguel Angel Velázquez Ť Ya nada fue igual.

Si alguna vez los hubo, ayer los acuerdos se rompieron. Por todos lados sonaron tambores de guerra.

El PAN decide dejar de nadar de corchito, y más que hacer un ataque al gobernante, tratan de descalificar al oponente de Fox, su candidato.

El PRI mantiene la tensión y advierte que pronto se tomarán decisiones trascendentes, pero por lo pronto junta en las calles de Balderas a sus antorchistas, en la Alameda a sus ambulantes y se sabe, aunque no se confirma, de un grupo de taxistas que está listo, por lo que pudiera ofrecerse.

Todos, todos advierten el clima, pero Cárdenas no cambia un ápice el gesto adusto, aunque acusa recibo de cada una de las frases, de cada uno de los ataques que a final de cuentas no hablan, como hasta hace muy poco, de ingobernabilidad.

Don Manuel Cosío Villegas advertía hace algunos ayeres de la forma personal de gobernar, y aunque éste no sea el caso que inspiró a aquella teoría, el sello que imprimió Cuauhtémoc Cárdenas durante su primer informe de gobierno ya no fue igual.

Honores a los policías muertos en el cumplimiento de su deber; reconocimiento a los trabajadores honrados, y datos y más datos que dan fe del lento y silencioso trabajo que permite la lucha contra la impunidad.

Sí, hubo diferencias. La corrupción --mal del que se habla pero al que no se atacaba-- fue mencionada en 16 diferentes ocasiones por el jefe de gobierno en el transcurrir de su discurso para explicar las dificultades de deshacer en nueve meses los vicios de seis décadas. Y lo mejor, se aclaró cómo las transas de unos no se convirtieron en los cochupos de otros, sino en ahorros para el gobierno de la ciudad.

Consciente de los triunfos y los errores, advierte que en seguridad no son las cifras sino el sentir de la gente lo que hará cumplir el objetivo: tranquilidad para los citadinos, y acepta la crítica y, más allá del enojo, la trasforma en orientación: hacer mejor la cosas.

Así, mientras el discurso daba cifras y pormenores de lo realizado, las aguas seguían agitadas.

Algunos priístas renegaban, recordaban cómo el martes pasado, en las oficinas de la colonia Roma se propuso un acuerdo para realizar ``acciones contundentes'' en este día de informe.

Los priístas se reunieron y algunos pidieron a Manuel Aguilera una acción que planteará definitivamente una postura dura en contra del gobierno citadino.

``No asistiremos al informe. A las once de la mañana enviamos a la Asamblea un boletín que explique nuestra decisión, y citamos a la prensa en otro lugar para fijar posturas'', dijo una voz en la reunión.

Los que estuvieron de acuerdo pidieron que el propio Aguilera hiciera la propuesta al PAN, serían entonces 22 curules vacías y una conferencia de prensa tonante. Aguilera desechó la propuesta y el PAN, que a fin de cuentas ya tenía elaborada su estrategia, no recibió la invitación.

La estrategia azul era de pancartas, de esparadrapos en la boca, de provocación. Así nomás. Pilar Hiroishi era la mujer que levantaba una pancarta exigiendo honestidad y que hasta entre los panistas hubo críticas. La verdad es que la mujer azul es esposa de Miguel Angel Vázquez, sancionado con un millón de pesos e inhabilitado para ocupar cargos públicos. El marido de la diputada trabajaba en la delegación Benito Juárez al lado de la panista Esperanza Gómez Mont. Pero también trató de meter ruido el panista Arne Sidney Ruthen Haag, ese que en pleno trabajo legislativo se fue al Mundial de futbol, el mismo que es amigo cercano de la diputada Raquel Sevilla, tan llevada y tan traída en asuntos nada más de corrupción.

Y qué decir de Fernando Pérez Noriega, el diputado panista que pedía una y otra vez la palabra a gritos y a quien Martí Batres mandó a su lugar, el mismo que entregó a Raquel Sevilla la pancarta que la diputada, suspendida por el PRD y desechada por el PRI, mostró a los fotógrafos.

Pero mejor que nadie, Miguel Hernández Labastida, ese diputado eterno, el mejor trapecista azul, ese que una vez va a una curul y otra a la que sigue, pero no suelta el hueso. Don Miguel, que ayer habló con tono reció y fuerte como para que se mirara su mano dura, pero a quien en su fracción, nadie hace caso.

Su firma en documentos oficiales, por ejemplo, ha sido desconocida por algunos de los diputados que coordina, así que muy duro, muy duro, para nada, pero en la feria de la vanidades que mejor momento para usar la careta que cuando hay una cámara de televisión enfrente.

Las pancartas que colgaron de las curules decían: ``Buen candidato, pésimo gobernante'' ``¿Cuándo cumplirás tus promesas?'', ``Cárdenas, ni ves ni oyes a la ciudadanía''; ``Gobernaré con los mejores: Debernardi, Carrola, González Schmal''; ``Promesas: 100 mil casas. La realidad, entrega 300''. Y por si faltara alguien, la de Raquel Sevilla: ``Cárdenas, cumple a la ciudadanía, no a tus parientes y amigos''.

De cualquier forma el show azul quedó quieto y en silencio cuando David Sánchez Camacho les mostró una contrapancarta que reclamaba: ``¿Por qué callaron cuando estaba Salinas?''. Fue todo.

Total que nada fue como antes. Los priístas callaron, los panistas pecaron y el primer Informe de gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas mostró una diferente forma de gobernar. A ver si se entiende.


Bertha Teresa Ramírez, Gabriela Romero y José Galán Ť ¡No pasa nadie!

La orden que se escuchó por el radiotransmisor, y que resumió el operativo de ``limpia'' iniciado a las tres de la madrugada por la policía preventiva, el que se prolongó por doce horas en el perímetro Donceles-avenida Juárez, estaba dirigida contra manifestantes opositores al gobierno capitalino: Antorcha Campesina y la sección 9 del SNTE.

Los antorchistas y maestros, desalojados de las escalinatas de la Asamblea Legislativa a las 2:55, en medio de un diluvio que no impidió la persecución de 180 granaderos más allá de la Plaza de la Constitución, se refugiaron en el Hemiciclo a Juárez, en la Alameda Central, durante el Informe de Cuauhtémoc Cárdenas, donde fueron objeto de uno de los más estrechos dispositivos de seguridad y vigilancia organizados en los primeros nueve meses de gobierno democrático en la ciudad de México.

Eso permitió el ingreso al recinto oficial de los políticos e invitados especiales a la ceremonia. Como el diputado priísta Oscar Levín Coppel, quien al pie de la escalinata calificó de ``desastrosa'' la gestión del gobierno perredista.

``Esa es la declaración de un bravucón de cantina'', reviró Armando Quintero, líder del PRD-DF. ``El es el responsable del desastre en que recibimos esta ciudad, particularmente la delegación Alvaro Obregón, que dejó en la más absoluta pobreza''.

Como sea, la principal característica de Cuauhtémoc Cárdenas es que ``está rodeado de pura gente honorable, honrada'', opinó doña Amalia Solórzano.

De repente, surgió un grito de entre dos organizaciones de la ex Ruta 100 --Comisiones Unidas y el G4--, vendedores de la Central de Abasto, agrupaciones de vivienda de Iztacalco y de Iztapalapa: ``¡ratero, ratero, ratero!'', que descubrió la llegada de Manuel Aguilera Gómez al evento. El diputado federal perredista Bernardo Bátiz, dos pasos atrás del líder priísta, sólo acertó a comentar: ``creo que llegué en mal momento, pero bueno... Ya ni modo''.

¡No pasa nadie!, volvió a gritar la voz en el aparato transmisor, y los comandantes ordenaron un movimiento de abanico que cercó el Hemiciclo a Juárez. Más de 200 granaderos sobre jardineras, prados, banquetas y andadores, sellaron la burbuja de seguridad para evitar que los antorchistas se desperdigaran poco a poco, en una estrategia de movimiento hormiga que les permitirá reunirse lejos de las fuerzas de seguridad y marchar hacia Donceles y Allende.

El coordinador de la dirección nacional de Antorcha Campesina, Omar Carreón Abud, había arengado a sus huestes con la advertencia de que, ``ora sí, compañeros, nos vamos a organizar para que sepa la ciudad de México lo que es padecer un verdadero y gran tumulto'', mientras que Federico Vera Copca, secretario de Gestión Social del PRI-DF, llamaba a los antorchistas a ``enfrentar al gobierno de Cárdenas que, se los prometo, no se la va a acabar''.

Lo que no se acababa, en realidad, era el dispositivo de seguridad que, por etapas, se había establecido como contención a la provocación del PRI: cordones de seguridad en avenida Juárez; a un costado de Bellas Artes y atrás del Hemiciclo; a un lado del Senado y, claro, en torno a la ALDF.

``Mejor marchamos para allá cuando Cárdenas Solórzano haya terminado con su Informe, compañeros'', reflexionó prudentemente Carreón Abud. ``No vaya a ser la de malas, y realmente se le salga lo autoritario al PRD''. Todos los presentes, incluyendo los vendedores ambulantes de la AMOP-PRI, estuvieron decididamente de acuerdo, y prevaleció la paz.

La acción dejó al descubierto, por cierto, la disputa entre todos los cuerpos de seguridad por el control estratégico del cruce de Allende y Donceles: orejas de la Secretaría de Gobernación, del gobierno capitalino y de los cuerpos policiacos, comisionados para reportar a sus jefes desde el tráfico de reporteros y políticos e incluso el vuelo de una mosca.

Hasta Fernando Güitrón, agente de la Dirección de Control de Tránsito, vestido de civil y con un cartelón en las manos, presumió de ser, ``pésele a quien le pese'', el policía que ``nació para luchar contra la corrupción''.

A las puertas del recinto, una vez terminada la ceremonia, reapareció Manuel Aguilera. E inició su calvario: entre aventones, junto con el perredista René Arce, esquivó a reporteros, sonrió a fotógrafos, resistió pisotones, codazos y golpes. Por momentos perdió la compostura, pero le regresó la sonrisa, a pesar de los insultos de que era objeto. Pero llegó la gota que colmó el vaso:

--¡Hijo de Salinas!, le espetó una fornida señora de entre los comerciantes de la Central de Abasto.

Aguilera frenó, endureció el gesto, y volteó hacia la mujer. No pudo decir nada, porque la multitud se lo llevó hacia Tacuba.

Luego salió Levín Coppel. Le ponían cuernos, lo empujaban, lo insultaban. A su rescate, entre otros, Carlos Imaz.

Por el radiotransmisor de un agente de policía, de nuevo la orden: ¡Que no pase nadie!