Medio Motozintla fue borrado por la reventazón de los ríos
Hermann Bellinghausen, enviado, Motozintla, Chis., 16 de septiembre Ť ``El pueblo quedó enterrado'', resume bruscamente Ricardo. Mete las manos en la chamarra, gira la cabeza para indicar a todo lo que se refiere, rechina los dientes y se aleja caminando; no le interesa decir más.
Están tristes, zarandeados, lastimados, pero sobre todo, los habitantes de Motozintla están indignados, con más de media ciudad sepultada por el Vesubio de las aguas. Todo, a causa de la ``reventazón de los ríos'', como lo llama doña Cleotilde García, una anciana vivaz, quien carga una penca de plátanos verdes camino a la escuela Ilhuicamina, hoy albergue para ella y cientos de personas más que quedaron sin casa. Y se queja.
--El presidente municipal, Héctor Leonel Paniagua Guzmán, no ayuda a la gente, sólo a sus familiares.
Una muchacha, sobre el portón de su casa totalmente enterrada, acusa con mayor precisión:
--El alcalde del pueblo se está quedando con la ayuda para sus parientes y para los de la señora, su esposa. No tenemos ni qué agradecerle. ¿Sabe qué nos dijo cuando fuimos a exigirle su apoyo?: ``Que se los cargue la chingada, quién les manda hacer sus casas a orillas del río''.
Según Paniagua Guzmán, sólo hubo 12 muertos. La gente habla de 50 y más.
--Ya irán apareciendo, cuando quitemos las piedras --dice un anciano con sosegado fatalismo mientras carga, auxiliado por sus nietos, un armazón de cama, sucio pero íntegro.
Camas. Eso carga la gente por las calles. Catres y camas. Y es tan relativo decir ``las calles''. Están dos metros debajo de nuestros pies. De las casas se ven los techos, el arco de las puertas y el marco superior de las ventanas. O sus ruinas clavadas en arena.
La ciudad se encuentra totalmente ocupada por el Ejército Mexicano, el cual controla los albergues, así como la bodega del beneficio de café Emiliano Zapata -donde se almacena parte de la ayuda-, y todos los accesos a Motozintla.
Mientras doña Cleotilde considera que el Ejército ``tan siquiera reparte a todos'', Rubén Gómez dice en tono severo:
--Los soldados hacen como quieren. Sólo unas cosas reparten, y otras no. Y a mí nadie me está ayudando a sacar mi casa.
El barrio de San Caralampio quedó totalmente destruido. Por entre las ventanas y los escombros más allá de la avenida 10 norte, el río Tizcúm pasa a raudales, desviado hacia el pueblo por las laderas caídas de la cañada. Rubén dice:
--El agua cayó de los cerros, nomás.
--La gente se confió porque los ríos no crecen nunca, relata Judith Ibáñez, hija de doña Cleotilde, y agrega:
--Esta calle yo la formé hace 14 años, pero mi mamá vivía aquí desde hace 29. Y en todos estos años, la Comisión Federal de Electricidad nunca nos dio sus servicios, aunque los predios son legales.
Judith, quién heredó la solidez física de doña Cleotilde, indica hacia el suelo un borde de barda y dice:
--La señora de esta casa ya recibió su indemnización, y eso que está del otro lado, donde los predios no eran legales. Pero es mujer de un policía del ayuntamiento. Sólo para ellos están arreglando los problemas.
El centro de Motozintla, el único rumbo sin daños, se encuentra inundado de propaganda electoral del PRI. Si había propaganda en San Caralampio, el río se la llevó. Le pregunto a Judith si pertenece a ese partido.
--No pertenecemos a nadie --replica--, y nunca votamos, pero pagamos impuestos.
Deslaves y derrumbes
La cañada de Motozinla se encuentra surcada por muchos ríos: Mina, Xelajú, La Cañada, Carrizal, Tizcúm, De la Tejería. Y todos juntos arrasaron los siguientes barrios: Xelajú, Chiquito, Reforma, San Lucas, Emiliano Zapata, Otilio Montaño, Las Canoas, San Antonio, Región Piloto, y produjo daños en Xelajú Grande y Lindavista.
De momento, las instalaciones de refugio de Motozintla albergan a alrededor de 5 mil damnificados que quedaron sin casa.
Luis Antonio Selvas, profesor de la primaria 1o. de Abril, enfrenta el efecto del diluvio con una escoba, como si pudiera mover las toneladas de piedra, arena y troncos que atiborran los cuartos y el patio de su casa.
De la casa de ``Rodolfo y sus teclados'' queda a la vista el puro techo. De los teclados, el recuerdo...
Camiones y carros anegados en las que fueron calles, invadidos de piedra, atrapados y destruidos. Las casas que no se cayeron están llenas hasta el techo del cascajo de las montañas. Ese sí es cascajo.
Doña Cleotilde indica a este enviado.
--Asómese, ande.
Para alcanzar la rendija en la parte superior de su puerta, tengo que arrodillarme. El agua casi toca el techo, y en ella flotan sillas, mesas, un refrigerador.
--Lo demás está en el fondo, porque todo se hundió.
Muerte por agua
En el municipio de Motozintla, las autoridades calculan que fueron destruidas 2 mil 500 casas. Un millar aquí en la cabecera, y el resto en las comunidades rurales.
En Tolimán y Salanueva, los helicópteros del Ejército se vieron imposibilitados para aterrizar y arrojan la ayuda desde el aire. Estas dos comunidades quedaron totalmente destruidas. En situación similar se encuentran Belisario Domínguez, Nueva Maravillas, Miguel Alemán y los alrededores del cerro Sabinal.
Las carreteras se encuentran muy dañadas, y todavía hoy no se ha podido restablecer el paso hacia Huixtla. Los ocho kilómetros que se pueden recorrer en automóvil ya no parecen carretera, sino brecha. Según los trabajadores que empujan con trascabos el lodo, y hasta el agua de los ríos enloquecidos, tomará meses reparar las vías de comunicación.
De momento, prácticamente todas las poblaciones motozintlecas se encuentran aisladas, de modo que se desconoce el número real de víctimas y la magnitud del daño.
Salvo las tierras altas, la totalidad de las siembras de café y maíz se perdieron. En El Laurel, una familia entera murió atrapada por las aguas.
Doña Rebeca, refugiada en la escuela Ilhuicamina, en la plaza central, dice:
--Vino el presidente Zedillo, pero nomás le enseñaron las tres únicas cuadras del pueblo que quedaron secas. Yo lo hubiera querido llevar a mi casa (en San Caralampio), para que viera cómo es que no quede nada.
El ACNUR tenía programado para los próximos días un retorno de refugiados guatemaltecos de Motozintla. Ahora existe incertidumbre al respecto.
Entre los más afectados se encuentran precisamente varias familias de indígenas guatemaltecos, cuyas casas fueron arrastradas por el río, o bien aplastadas por el cerro que tenían enfrente.
Judith Ibáñez señala un recodo del río, que en su nuevo cauce pasa por las ventanas de una casa de hormigón.
--Allí encontramos el cadáver de un niño que quién sabe dónde lo agarró el agua. Lo sacó un señor.
Doña Cleotilde comenta:
--Yo ya me iba a quedar para morir en mi casa, pero mis nietos me dijeron: ``Ande abuelita, véngase, vámonos donde no nos podamos morir''.
Sonríe; 29 años vivió allí, y no piensa irse del pueblo donde nació.
Lo que le preocupa es sacar el agua de su casa, quitar el alud de rocas que la cubre, abrir otra vez puertas y ventanas y vivir en la calle Décima, que ya no existe, pero que es adonde ella tiene pensado esperar su último día, que ya no fue la noche del 7 de septiembre, cuando oyó una reventazón que tiró sus vidrios y la mojó de cuerpo entero.
De la casa de Edmundo Ramírez Pérez ``no quedó ni un palo'', relata doña Cleotilde. Y de la casa de Pablo Torres queda el borde superior de la barda de su patio. Culmina su testimonio.
--Tuvimos tres o cuatro días de mareo, no sabíamos quiénes éramos nosotros y qué era agua. Pero ya volvimos a pensar.
Judith no aguanta el enojo y habla otra vez del presidente municipal.
--Ni se asoma por aquí. No es capaz de un consuelo, un alivio. No tiene sentimientos.