``Hemos perdido todo, hasta nuestros muertos''
Rosa Elvira Vargas, enviada, Acapetahua, Chis., 14 de septiembre Ť En los desolados municipios de la zona costera de Chiapas nadie puede decir que tras la tempestad llegó la calma. Al cesar las lluvias, el desamparo de sus habitantes, la destrucción de casas y caminos, la pérdida de siembras y animales y la aparición del hambre, las enfermedades de los pulmones, de los ojos, del estómago, muestran
toda su crudeza y un muy lejano retorno a cualquier asomo de normalidad. Un hombre triste y solo, resumió esta mañana: ``Perdimos todo; estamos en desgracia, perdimos hasta nuestros muertos''.
El presidente Ernesto Zedillo, en su recorrido por esta población y más tarde en Escuintla, lo repetía sin cesar: que esto no se politice; no les crean a aquellos que les digan ``júntense que yo les arreglo su problema''; ningún partido puede sacar ventaja de esta desgracia y, enfático, agregó: ``Nada de que surjan líderes''.
La gente entiende todo esto, pero su realidad le obliga a asirse de cualquier esperanza y también reclama en todos los tonos. No quiere hacerlo, pero debe suplicar: ``En la comunidad Los Cerritos tenemos gente pasando hambre''. ``Queremos que todo el apoyo nos llegue por el Ejército porque los presidentes municipales ni caso nos hacen''. ``En Los Arroyos se nos acabó todo''. ``¡Ayúdenos, por favor''!
Son decenas, cientos las voces que se van sumando en las calles, en los albergues, en las orillas de los puentes colapsados, en las carreteras rotas. Zedillo hace un alto en el paso del ferrocarril que atraviesa el río Sintalapa -el cual quedó como un puente colgante- que la gente se aferra en atravesar aun a riesgo de sus vidas para ir a las comunidades aisladas en el otro lado del afluente.
El Presidente se detiene ante esa frágil estructura y advierte que de continuar su uso puede sobrevenir una ``tragedia horrible''. Ordena suspender el tránsito de personas e instruye al secretario de la Defensa, general Enrique Cervantes Aguirre, que cuanto antes envíe un cuerpo de ingenieros militares para hacer un puente de circunstancia. ``Les pido paciencia; por unas horas no habrá paso'', le explica a la gente, y por ahí a muchos no les hace ninguna gracia la noticia porque la orden presidencial cortó sus intenciones de arriesgarse a pasar.
Ahí mismo, la gente empieza a hacer más fuerte su reclamo por comida; continúa quejándose por el encarecimiento de los productos y todo sigue repitiéndose hasta convertirse en clamor. Y asoman con su angustia, aquellos que luego de constatar que están vivos, también alcanzan la certeza de que hoy no tienen nada. Nada.
Con lágrimas que no conocen de política, los que están sin techo, sin piso, sin ventanas, camas, estufas, refrigeradores, ropa, recuerdos, se arremolinan para pedir casa. Muestran a esos fuereños que acompañan al Presidente dónde estaba su vivienda y que hoy no es sino una corriente de agua sucia, de grandes rocas y ramas de árboles pudriéndose en el lecho del río.
El mandatario explica, y lo hará con insistencia, que luego de superar las prioridades de rescatar a la gente que quedó aislada, de darle albergue y comida y de restaurar las comunicaciones para que se restablezcan los servicios básicos de electricidad y agua potable, lo siguiente será ``apoyarlos para que reconstruyan sus casas''.
Informa que se han abierto mesas de registro a los que las personas que perdieron sus viviendas tienen que acudir para levantar el censo correspondiente y definir la ayuda que se les prestará. Admite que los municipios costeños no cuentan con suficiente reserva territorial, en muchos casos será imposible levantar las casas en los mismos lugares donde el río con su crecida, devoró, sepultó entre lodo y arena.
``Mucha gente tendrá que reubicarse. Les ayudaremos con material, pero tienen que apuntarse en el padrón'', esgrime Zedillo. La realidad, comenta en voz baja un funcionario del gobierno federal, es que este sistema podría no funcionar, pues al no existir un registro gráfico de las casas perdidas, acudirán a anotarse aquéllos que nunca han tenido casa y que de ese modo, buscarán hacerse de una. Por lo pronto, el mensaje presidencial es: ¡Tengan paciencia! Esto no se arreglará de un día para otro.
Como desde el primer día, y en este caos que nunca deja de serlo, la gente se acerca también para pedir despensas, alimento para llevar al sitio donde están viviendo en muchas ocasiones dos, tres y hasta cinco familias.
Aquí, como ocurriera en Guerrero cuando azotó el Paulina, la orden presidencial es no repartir despensas, salvo en aquellos lugares que permanecen aislados y es imposible que funcione un albergue o una cocina comunitaria. ``Si doy despensas quizá dejo morir a otros''. Vayan, les insistía, a los albergues, a las cocinas que atiende el Ejército.
En uno de éstos, precisamente, el Presidente presenciaría imágenes de verdadera penuria, cuando aquéllos que han acudido ahí para refugiarse, tienen sólo ``lo puesto'' y duermen en las galeras techadas con lámina de la Unión Nacional de Locatarios de Mercados, en el municipio de Escuintla, al que llegó por carretera.
Ahí recibe el informe de lo que realiza el Ejército por voz de un teniente coronel que luego es interrogado por el general Cervantes Aguirre aceca de dónde proviene el personal que atiende el refugio.
-De la CEEFA, mi general -responde el aludido.
Zedillo los escucha y les pide riendo: ``¡No se hablen en clave''! Y aquéllos traducen de inmediato: es el Centro de Estudios del Ejército y Fuerza Aérea, señor presidente.
La realidad en el interior del albergue no daría sin embargo pie para broma alguna. Descalza y en harapos, la gente de las comunidades que alcanzó a llegar hasta aquí de todo carece y ahí están.
Pero quien de plano ya desde antes carecía de la vista, Luis Manuel Gutiérrez, es por sí solo una imagen dramática. Auxiliado por su madre llega hasta el Presidente y, literalmente, implora por ayuda, pues el joven de unos 20 años, al perder su casa, también se quedó sin los instrumentos musicales -teclados- que usaba para ganarse la vida.
Zedillo deja el lugar con su recurrente discurso en el que pide paciencia y confianza y en el que explica lo que se hará con las viviendas y las casas. Pasa por la cocina y abre las ollas donde se prepara arroz, sopa y sardinas para los damnificados.
Se detiene frente a la alcaldía de Escuintla, la cual luce todavía una placa de bronce que consigna que el inmueble se inauguró en 1972, ``siendo presidente de la República el licenciado Luis Echeverría Alvarez y gobernador de Chiapas el doctor Manuel Velasco Suárez''. Llega hasta el sitio, sudoroso, el alcalde de extracción perredista y hace entonces la dramática narración de lo que ocurrió cuando en cinco días de lluvias ininterrumpidas el río se desvió por la avenida Central y dividió al pueblo en dos partes.
Fue tal el caudal, explica el aludido, que el lodo alcanzó 70 centímetros de altura, y el agua, niveles de dos metros. ``Una cosa sumamente espantosa; teníamos que trasladar a nuestra gente del lado izquierdo, pasarla hacia la parte más alta, únicamente tratando de salvar primeramente la vía. Eso es lo que se pretendía.
``Logramos -continúa en un relato sin matices que refleja un enorme cansancio- rescatar a muchísima gente; hay pérdidas humanas, también perdimos casas; hemos encontrado tal vez unas cuatro o cinco personas (muertas), pero muchísima gente fue rescatada, evacuada a tiempo''.
Ahí mismo e interrogado por el presidente Zedillo, el munícipe afirma que para los trabajos de reconstrucción, la coordinación entre los tres niveles de gobierno ha funcionado bien y comenta algo que en otras circunstancias podría parecer presuntuoso: ``Ahorita tal vez ya ven al pueblo en otras condiciones, pero si hubieran visto antier, esto era sumamente caótico''.
El Presidente se adentra entonces hasta el punto donde el río se salió de madre para inaugurar un nuevo cauce por la calle principal. Camina un kilómetro entre enormes rocas y llega al lecho del río Sintalapa, donde elementos del Ejército tratan de limpiar el ya para hoy seco afluente y de hacer, con las mismas piedras, un dique de cinco metros de base por metro y medio de alto y recubrir con rocas más grandes y ``encamisar'' con concreto para impedir desgracias como las que ya se produjeron en los días pasados.
Rogelio Gasca Neri, director de la Comisión Federal de Electricidad, se adentra entonces en la descripción de cómo se pudo, ahí mismo, levantar una torre provisional para energizar con ella desde Escuintla hasta Tapachula y de qué manera se trasladaron la torre y los cables que la sostienen mediante helicópteros y cómo, también, fue necesaria la fuerza de 60 hombres para tensar esos cables.
Fueron tres días de trabajo, expone. Con esa torre pudimos darle luz a Tapachula, a 150 mil usuarios.
Lo que fueron testimonios se convierten en números antes de que Zedillo aborde el helicóptero que lo regresará a Tapachula: el general Alberto Espinoza, comandante del Agrupamiento Escuintla del Plan DN-III, reporta que entre Escuintla, Acapatahua, Acacoyahua, El Triunfo, Villa Comatitlán y El Arenal hay, producto de las lluvias de la semana pasada, 30 muertos, 150 desaparecidos y 82 enfermos.