La Jornada martes 15 de septiembre de 1998

Alberto Aziz Nassif
Clinton y el cuerpo del rey

Hace unos años el filósofo francés Michel Foucault señaló que en una sociedad como la del siglo XVIII, ``el cuerpo del rey no era una metáfora, sino una realidad política: su presencia física era necesaria para el funcionamiento de la monarquía''. Dos siglos después, casi al entrar al nuevo milenio y al terminar el sangriento siglo XX, la política en Estados Unidos parece haberse regresado para crear efectos e imágenes similares entre el cuerpo del rey y el cuerpo del presidente. Esta paradoja es compatible con tecnologías de punta, y con las reglas más avanzadas de la democracia liberal. Sin embargo, el hecho de que en Estados Unidos exista una marcada separación de poderes, que tengan un Poder Judicial fuerte, que puedan juzgar sin grandes dificultades hasta al mismo presidente, y que tengan medios de información independientes y enormes redes de Internet, todo ello no le quita al caso Clinton-Lewinsky-Starr el carácter de una grave regresión moral y política.

Con este escándalo sexual, que ha atrapado la presidencia de Bill Clinton, se ha creado un efecto de empastelamiento: en una misma rebanada se pueden ver las mezclas de una guerra política de intereses, un desempeño judicial feroz que ha resbalado hacia la perversión, las construcciones amarillistas de los medios masivos, y el último eslabón ha sido el show de Internet. Hay múltiples significados y transposiciones. La vida íntima, las relaciones sexuales de una persona, que es presidente, se han divulgado por el ciberespacio, y el truco es que ahora el Internet se convierte en un enorme panóptico --esa construcción arquitectónica que hace dos siglos adoptaron los aparatos carcelarios para ver, mirar y vigilar todo el tiempo desde un punto hacia el resto de un espacio determinado-- a través del cual hoy se puede mirar morbosamente la intimidad sexual de una pareja con sólo presionar un botón de la computadora, y con el agravante de que él que mira sí lo puede hacer desde su intimidad, ni siquiera se necesita salir de la casa para hacerlo. Las relaciones íntimas de Clinton se han convertido en el punto más agresivo de ataque a su persona, a su investidura, y a su presidencia. Hay en las noticias del informe del fiscal Kenneth Starr una descripción morbosa, una trama de novela pornográfica, que está modelada con un discurso jurídico con efectos políticos. Lo que parece ser un gran descubrimiento de ministerio público, sólo expresa las huellas de una serie de trampas que fueron colocadas hábilmente como explosivos para estallar; la pesquisa es una estrategia elaborada con un cálculo exacto, el famoso vestido azul, los encuentros secretos, la frecuencia, los tonos y las modulaciones, indican la construcción de un misil al corazón de la presidencia. Es la lógica de conocer lo oculto y ocultar lo público.

Frente al triste espectáculo del escándalo, el ciudadano común y corriente de Estados Unidos no ha perdido el sentido común, y mantiene una posición de apoyo al presidente Clinton, una mayoría, variable de acuerdo con la encuesta de opinión de que se trate, afirma que no quiere que su presidente deje el cargo. De esta manera, el botín político de los enemigos del presidente no tiene con los votantes un escenario fácil y definido para su causa. No sólo se está golpeando a una persona, sino a una institución y una investidura, con lo cual se debilita el mismo sistema político. Las apreciaciones externas al caso, que ven desde otra cultura política, son un indicador interesante; fuera de Estados Unidos hay opiniones que hablan de la locura de los ``gringos'', o de un puritanismo ridículo.

Una administración que ha sido exitosa, apoyada en un buen momento económico del país, con un presidente muy popular, hábil y versátil en su desempeño político, que había logrado salirle al paso a sus enemigos que desde tiempo atrás le seguían la pista de sus relaciones ``impropias'', fue finalmente embestido. El cuerpo de Clinton, como el cuerpo del rey en el siglo XVIII, deja de ser metáfora e investidura y se vuelve motivo de un escarnio cibernético y político que tiene un objetivo perverso desde cualquier punto de vista de una moral pública republicana: destruir al hombre, para destruir al presidente.