José Blanco
Cry or smile
El fariseísmo de algunos espacios de la política estadunidense ha llegado a límites extremos con el caso Clinton-Lewinsky. Ciertamente Clinton ha exhibido una sorprendente debilidad de carácter, pero nada más.
Sólo una taimada hipocresía puede presentar como lascivia escandalosa los muy personales gustos de Clinton por las formas de contacto sexual con una mujer absolutamente responsable y consciente de sus actos; si es que no fue un plan frente a la debilidad de púber iniciático del Presidente. Acaso un día los propios estadunidenses vean este capítulo como un ridículo nacional. Comenzando por la defensa del propio Presidente: que el sexo oral no es sexo.
Aparte de tan gringos adefesios, queda la relación con su mujer, asunto que debiera ser de dos, ni de tres ni de más, pero que en Estados Unidos es fingida mojigatería colectiva. Sin remedio, este estado de cosas es determinante del poder de Hillary sobre su marido; ha podido condicionar su acceso al poder, cuando ha sido necesario lo ha sostenido e igualmente podría empujarlo outside. Pero no sería la primera vez que Hillary salva al marido de su probable destitución. Ahora mismo una lágrima o una sonrisa suyas, públicas (acompañadas de palabras ad hoc), serían decisivas en la suerte del mandatario. Pero, si se acepta que Hillary goza el poder en tan amplia medida como el Presidente, veremos sonrisas y no llanto.
Además de Hillary está la ciudadanía, el Congreso y Kenneth Starr. Este último ha dedicado muchos, muchos años de su vida, sin tregua, a perseguir a Clinton. ¿Alguien puede explicar la conducta de Starr? ¿Se trata sólo de un obseso enfermo de persecución?
A través de este obcecado republicano alguien ha gastado, sólo en el último tramo, 40 millones de dólares para inculpar a Clinton. ¿Sólo para demostrar su concupiscencia? Francamente el sospechoso tufo partidista de este asunto lanza sus pestilentes emanaciones hasta la Patagonia.
Un despido de Clinton permitiría un empate histórico entre los partidos igualando el marcador abierto por el republicano Richard Nixon en el asunto Watergate. Para un sector de los republicanos, además, ello fortalecería a su partido, tanto en las próximas elecciones de representantes al Congreso, como en los comicios para la presidencia. Al parecer otro sector republicano advierte la posibilidad de riesgos mayores y puede inclinarse por debilitar al Presidente condicionando el probable lanzamiento de Al Gore. Por esta misma vía puede intentar transitar el sector de los demócratas conservadores, para eliminar a Gore y apoyar a uno de los suyos.
Sin embargo, a estas alturas los tiempos políticos pueden favorecer a Clinton y su renovada gana de pelear la permanencia. El próximo mes de octubre llega a término el periodo de los miembros actuales de la Cámara de Representantes. No cuentan, por tanto, con el tiempo para madurar el impeachment, menos aún para llevarlo a término. Conforme se acerque el fin de septiembre, la prisa de un gran número de republicanos y demócratas crecerá velozmente, dada la inaplazable necesidad de todos ellos de desplegar sus campañas políticas por la reelección; en noviembre son los comicios. La nueva Legislatura se instalará hacia fines de enero y durante febrero ocurrirá el largo proceso de negociación por la integración de las comisiones. En marzo los representantes podrían revivir el proceso contra Clinton, pero para entonces o bien el asunto habrá bajado su temperatura significativamente en la opinión pública o bien el Presidente y su mujer habrán ganado suficiente tiempo en el intento de desacreditar el Informe Starr.
La lujuria de Clinton es politiquería barata. La ciudadanía lo intuye: al tiempo que reprueba el affaire con la Lewinsky, un 60 por ciento lo aprueba como gobernante. Clinton luchará por quedarse; puede también, más adelante, abdicar en favor de Gore antes de debilitarse en exceso; pero si lo hace, Starr y los republicanos intentarán mostrar la eventual renuncia como triunfo propio. ``Nunca se miente más que después de una cacería, durante una guerra y antes de las elecciones'', dijo Otto-Leopold Bismarck el siglo pasado.