La comunidad internacional dedicó el año pasado a crear conciencia sobre uno de los patrimonios naturales más bellos del planeta: los arrecifes coralinos. Precisamente México ocupa el segundo lugar en el mundo por poseerlos en abundancia, especialmente en el Caribe. Mas cuando la celebración estaba por concluir y en actos oficiales y académicos se había expresado la urgencia de proteger tan frágiles ecosistemas, una mala noticia ensombreció el ambiente: el crucero Lee Ward, con cientos de pasajeros a bordo, destruyó el 17 de diciembre más de 400 metros del arrecife Los Cuevones, ubicado en la Bahía de Mujeres, cerca de Cancún. El capitán del barco, que ostenta bandera panameña y es propiedad de una empresa noruega con sede en Miami, negó toda responsabilidad en el accidente. Dijo que cuando transitaba por dicha bahía se topó con algo que no pudo identificar. Atribuyó lo ocurrido a que en la carta de navegación 923, expedida por la Secretaría de Marina, no se precisa que en esa zona existan arrecifes, falla que corroboró la capitanía del puerto de Cancún, Quintana Roo.
Sin embargo, resultó raro que una embarcación del tamaño y la sofisticación del Lee Ward, no detectara con sus modernos radares cuerpos ``extraños'' y la profunidad del mar. Luego de varios estudios, la Procuraduría Federal del Medio Ambiente demostró que había habido la comisión de un delito y fijó una multa de 300 mil pesos. Recientemente, un grupo de especialistas calculó el valor monetario de los daños en más de un millón de pesos que la firma noruega aceptó pagar.
Las malas noticias sobre los corales siguieron: diez días después del percance anterior, los fuertes vientos y la impericia del capitán del yate Mr. Boss, propiedad de un empresario yucateco, ocasionaron el hundimiento de la nave y la destrucción de corales en el arrecife Los Chitales, ubicado a casi dos kilómetros del lugar donde la embarcación noruega causó destrozos. La empresa que intentó rescatar los restos de Mister Boss afectó también corales al utilizar cadenas para arrastrarlo. La multa y la reparación del daño están por determinarse.
Y apenas unos días después, el 1 de enero, una embarcación de lujo canadiense, la Turquoise, dañó con sus anclas el arrecife Paso del cedral, en el Parque Marino de Cozumel. Tendrán que pagar cerca de un millón de pesos por el deterioro ocasionado. Finalmente, el 7 de abril encalló en Banco Chinchorro, al sur de Quintana Roo, el remolcador Emily con 37 mil litros de diesel a bordo. Otra unidad intentó rescatarlo sin éxito. Se temía lo peor en caso de que el diesel se derramara y afectara un extenso banco coralino, rico también en biodiversidad de caracoles y langostas. Para fortuna, esto no ocurrió y la empresa propietaria del barco erogó casi tres millones de pesos por multa, daños y trasiego del combustible que llevaba el Emily. Este quedará en el sitio donde naufragó pues por la configuración de la zona, moverlo perjudicaría a los arrecifes coralinos.
Como se desprende de estos casos conocidos, las buenas intenciones de autoridades, científicos y grupos ambientalistas con frecuencia son rebasadas por la realidad. Precisamente con motivo de esos accidentes, la maestra Julia Carabias señaló que el turismo es la base de la economía de Quintana Roo, pero también puede convertirse en el principal agente de destrucción de los arrecifes, un atractivo para quienes visitan esa entidad. Es el caso de las numerosas embarcaciones que llevan turistas a visitar las áreas coralinas; o construyeron plataformas en ellas, como Orozco Polaris y Aquaworld, negocios que han gozado por años de la protección del Instituto Nacional de Ecología, pese a deteriorar áreas naturales marinas. Aunque un poco tarde, la Profepa las está obligando a reparar los desajustes ambientales causados y a retirar las plataformas.
Pero más que actuar fuera de tiempo, cuando el daño está hecho (a veces con la tolerancia y el apoyo de ciertos funcionarios) lo conveniente es prevenir posibles daños, regular estrictamente el funcionamiento de las empresas turísticas y fijar normas claras sobre la capacidad de las áreas coralinas para recibir visitantes. Y esto se logra con voluntad política, aplicación estricta de la ley, coordinación entre las instancias gubernamentales y quienes luchan por conservar los recursos. No solamente en el caso de los corales sino de otros importantes ecosistemas marinos y costeros, víctimas de descuidos o de la voracidad de algunos negociantes e influyentes de la industria sin chimeneas.