Victoriano Garza Almanza
Frontera sin ciencia
Las poblaciones fronterizas del norte de México fueron, al principio, lugares aislados que por decenas de años sobrevivieron al desierto a instancias de la agricultura y el comercio transfronterizo; al paso del tiempo, fueron utilizadas como punto de reunión y cruce de braceros; finalmente, de 1966 en delante se convirtieron en terreno de ensayo y éxito de la industria maquiladora.
En 1906, un grupo de visionarios fundó en Ciudad Juárez, Chi-huahua, una de las primeras y más importantes escuelas de agronomía de América Latina: la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar, que por extrañas sinrazones fue cerrada y transformada en parque público en 1993. En los años 60 y 70, respectivamente, la tenacidad de sus ciudadanos logró instituir el Tecnológico de Ciudad Juárez y la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Sin embargo, en el escenario fronterizo de comercio e industria, de trabajo y oferta de atractivos artículos de consumo, la educación superior se convirtió en un escalafón para acceder a un mejor nivel de vida.
Hay que resaltar que hoy en día la necesidad de empleo no es prioridad en los habitantes de Ciudad Juárez; de hecho, en las recientes elecciones sólo 3 por ciento de los votantes encuestados manifestaron que la creación de fuentes de trabajo debería ser prioritaria en el programa del próximo gobierno municipal. Es tanta la oferta laboral local, que el trabajo es lugar común de los estudiantes universitarios durante los primeros semestres de la carrera, de modo tal que, al terminar sus estudios, se integran natural y completamente a la industria maquiladora.
La gran mayoría de los jóvenes universitarios de la región son hijos o nietos de migrantes que llegaron a la ciudad para cruzar y que -literalmente- los atrapó la oportunidad de trabajo. Cubrir necesidades materiales fue la primera lección aprendida y enseñada a sus hijos. En ese contexto, y en un ámbito de insuficiente cultura científica en la formación académica, el estudiante adquiere la visión/meta de una vida como profesionista exitoso: algo mucho más claro, seguro y mediato de lo que podría entender que es la vida como científico, si es que alguna vez cruzó esa idea por su mente.
Sin duda alguna, desde la perspectiva del desarrollo regional la educación superior ha respondido con creces la emergencia de la industria maquiladora que, directa e indirectamente, genera más de 300 mil empleos en Ciudad Juárez y que mantiene una constante demanda de personal calificado. ¿Pero qué sucedió con el desarrollo científico? Sencillamente no ocurrió como hubiera sido deseable. La investigación, principalmente en las llamadas ciencias duras, ha sido escasa.
Al cruzar la línea internacional hacia el norte encontramos que, a partir de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC), las universidades de las ciudades vecinas, como la de El Paso, Texas, han encontrado en los asuntos fronterizos un filón para el desarrollo científico y académico, y son favorecidas y apoyadas por agencias, fundaciones, sistemas universitarios y gobiernos. Para rematar, buscan flacas alianzas hacia el sur del Bravo para justificar sus solicitudes de fondos para proyectos binacionales y tener franco el cruce para muestrear o explorar de este lado. Basta mirar el directorio de proyectos binacionales del SCERP (Southwest Center for Environmental Research and Policy) o del Border XXI para encontrar que las universidades estadunidenses mantienen absoluto liderazgo y control sobre los proyectos científicos.
Tal vez ya sea hora de que las megauniversidades mexicanas y las agencias gubernamentales pertinentes tomen nota de esa situación y apoyen a las pequeñas universidades -sobre todo las situadas en zonas vulnerables como la frontera- en vez de evaluar, a las instituciones y sus investigadores, con el mismo rasero que aplican a la UNAM o al IPN/Cinvestav, medida inequitativa que las deja en desventaja cuando se trata de distribución de recursos y con poco incentivo para la investigación.
El estudio por el conocimiento y la dedicación a la ciencia es un modelo de vida poco conocido por el estudiante universitario fronterizo. Si antes la ciencia reñía con la religión, hoy en la frontera es la antítesis en la búsqueda de una mejor calidad de vida.
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