La Jornada Semanal, 13 de septiembre de 1998
Lentamente el tranvía 62 cruza las calles mudas
del
invierno. Madrid es gris y pálido y los sarmientos
retorcidos nada
reclaman a los gorriones aterrados.
En el cierzo la pobreza es tan
contumaz como las
heridas inmediatas de la guerra. La voz se
crispó
en el miedo de la mañana y la ciudad disimula
en las
habitaciones congeladas un reclamo de
niños a la perdida luz. ¿Seré
yo acaso quien mira
a las ancianas oscuras que surgen en las
esquinas?
¿Puedo ser yo quien sube por las escaleras
vacilantes
y leprosas? ¿Puedo ser yo quien en desvencijados
cafés
escucho poetas perdidos, miro la caspa en sus
hombros,
desafino con su retórica? ¿Puedo ser yo
quien lee la caricatura del
soneto en poetas
oficiales pulcros y acerados al pedir
ayuda
para su despiadada estética a Garcilaso? ¿Seré yo
quien en
restaurantes miserables encuentro
tempranamente la evidencia de que
el desamparo no
es ni siquiera la soledad? Hay un momento en
que
la solidez del frío quiere anular la persistencia
del
paisaje, borrar vidas y edificios, asumir en el
hastío un punto
cero: mientras el tranvía 62
transita ya los raíles de ese límite
que no es
olvido ni presente. ¿Qué habrá quedado de mí
en
aquellos días largos y vacilantes? ¿En aquellos
hostales
empolvados donde las putas lloraban
por sus pueblos natales? El
agua de los grifos
se ensaña con los dedos, hace más acre el
vermú
casero, más agreste la barba de los jubilados, más
difícil
la palabra que se busca entre las
esquinas ateridas por donde cruzo
mirándome a
mí mismo en esta larga estela de melancolía.
La noche nos estrecha más que el día
pues no separa al cuerpo de su
sombra.
Con una luz oscura nos deslumbra,
la noche nos envuelve
en lejanías.
Abismo sideral o selva umbría,
desde invisible
acecho nos vislumbra.
Insistente nos llama, sí, nos nombra.
Para
nosotros es como un vigía
que penetrara celosía entramada
para
venirnos a ofrecer su nada.
Como una madre que la vida
cobra,
antes de ser nosotros nos quería.
A lucha desigual nos
desafía,
pues nuestra oscuridad tiene de sobra.
La casa que me habita y que me lee
Con las mudas vocales del
cuerpo
Pesa el tiempo en todo lo que resta y con sus dos
Vientos
asiente
Puede ser también la medianoche una visión -Tú-
Pequeña
invención mía
Como con un poco de amor acompaña el tiempo
Su
blanco papel sílaba a sílaba hasta que
Pronuncie todo
Su nombre
masculino la pasión
Descubriendo una adivinación de la
oscuridad. Un
Repentino escotillón de los fantasmas
Que era y
que seré tu madre.
Con las insignias del viento duermes solo
Verde la vida un ángel
gorgona
Arriba suspendido se volvió tu rostro. Un
Poco de
algodón blanco como guijarro
En el lugar de la voz o del amor
y
Las montañas de los ancestros serpenteando
Qué pequeña es la
tierra de Dios e incalculable
El cielo del hombre -digo
Abriendo
una puerta azul y de la escalera
Del patio te levantas niñito de
siete años.
Versiones de Francisco Torres Córdova en colaboración con la autora