La Jornada Semanal, 13 de septiembre de 1998



Armando Alanís

Entrevista con Rodrigo Fresán

Viajero de Internet y huésped dilecto de todas las Babelias, Rodrigo Fresán es autor de dos de las novelas más imaginativas del postboom: Esperanto e Historia argentina que próximamente verá la luz en México vía Tusquets. Aquí Fresán conversa sobre algunos temas centrales de la literatura finisecular: la multiplicidad, la dispersión y el agujero negro de la literatura de su generación.

En el filo del mundo

¿Por qué escogiste ese título para tu novela: Esperanto?

-Tenía la frase: ``Nadie me entiende -dijo Esperanto'', que me parecía una especie de contrasentido: la idea de un hombre estigmatizado por su apellido, que sufriera su apellido. Además, me interesaban mucho, en la literatura norteamericana, esos libros que tienen el nombre del protagonista en la cubierta y que generalmente son historias de hombres en caída, del perdedor épico o del fracasado luminoso, como Herzog, de Saul Bellow. También me interesaba un personaje obsesionado con la foto de James Dean. Tal vez por influencia de Salinger, tengo una tendencia a los freaks queribles, muy amables, a los psicópatas amorosos.

-Uno de los personajes, Woodstock Baby, está escribiendo una primera novela que es una mezcla de El extranjero, La conjura de los necios y El sueño de los héroes.

-Es Esperanto. El libro tiene un poco la cosa escatológica de La conjura de los necios. La Montaña García tiene ciertas reminiscencias de Ignatius Reilly; está también obsesionado por sus secreciones corporales. Esperanto es un hombre adormecido por su pasado, congelado, completamente inactivo, buscando algún motivo, algo que lo haga volver a la vida; y la estructura circular de la novela, eso de regresar al principio y que sea un lapso de días muy determinado donde se van aclarando una cantidad de cosas es también como un homenaje a El sueño de los héroes.

-¿Cómo te sitúas en relación con las catedrales de la narrativa argentina: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Sábato?

-Yo viví mucho tiempo en Venezuela por razones políticas y desarrollé una especie de negación inconsciente de lo argentino. Era un lugar de donde nos íbamos, de donde nos habían echado, donde casi nos mataban a todos. Mis cuentos primerizos transcurrían en Nueva York o en bibliotecas inglesas con cadáveres, lords. Cuando leí El sueño de los héroes vi que era una manera de escribir sobre lo argentino sin caer en el lugar común del tango y la mesa de café. Hay un cuento en Historia argentina que se llama ``La formación científica'', donde me burlo de todos los clichés de la argentinidad. Hay una diferencia con Borges muy clara. Borges es como las pirámides de Egipto: tú te paras frente a la pirámide y no puedes entender cómo la hicieron; está ahí, disfrútala y no pierdas el tiempo en el proceso intelectual. Bioy, en cambio, es un escritor mucho más didáctico, lo siento más próximo y tengo cierta amistad con él.

-Háblame de los escritores de tu generación.

-Esa especie de hueco, de agujero negro del Proceso generó que no hubiera un recambio natural. A los escritores de mi generación les costó un poco arrancar, les cuesta mucho publicar. Yo tengo suerte porque tengo cierto nombre y cierto volumen de ventas asegurado.

-Se advierte en tu novela un deseo de explorar nuevas fórmulas narrativas.

-No tengo un pensamiento muy fértil o consecuente en cuanto a la parte estética, académica, de lo que hago. Se me ocurre una historia -se me ocurren demasiadas historias-, me da ciertas pautas y simplemente me dejo llevar en ese sentido.

-Escribes sobre jóvenes que rápidamente se hacen viejos; las canciones que escuchaban pasan de moda y ellos ya están como fuera de contexto.

-Es un libro que cierra una etapa mía. No me interesaba escribir una novela épica o mitificadora del rock, que es lo que se hace generalmente. Quería escribir una novela en la que apenas uno de sus rasgos fuera el desencanto por el rock. Una novela de cierta brecha generacional. Siempre se habla de la brecha generacional entre la gente de mi edad -tengo 34- y los de 40, 50 y 60 años. Me parece que ahora con la gente de 25 hay una brecha aparentemente más difícil de ver, pero muchísimo más dura. Existe una gran incomunicación.

-En Esperanto hay continuas referencias a la historia reciente de tu país.

-Soy bastante extranjero en mi país. Historia argentina es como una imposición para mí mismo, a partir de poner por escrito un episodio que me había ocurrido: me secuestró la Triple A cuando tenía diez años y me canjeó por mi madre. Todo salió bien finalmente, pero recuerdo que mientras me llevaban, lo único que pensaba todo el tiempo era: ``No sería un buen cuento.'' En Argentina uno muchas veces siente la necesidad de decir: ``Esto sería un buen cuento.'' Por ejemplo, Menem

es un gran personaje de ficción. Si tú lees una novela que se llama Menem con todas las sutilezas y la cantidad de anécdotas que hay, dices que ese personaje no existe, es completamente inverosímil. Argentina está llena de personajes reales inverosímiles. Borges, por ejemplo. Es un escritor ciego, europeizado, que habla sobre laberintos: está mucho más cercano a la ficción y al personaje que a la persona. Cortázar es un escritor que medía más de dos metros y que no envejecía por un problema hormonal. Le salió la barba a los sesenta años... En Argentina a la gente secuestrada y asesinada por un gobierno dictatorial le dicen desaparecida, no asesinada ni secuestrada. Esa es una de las razones por las cuales no es un país productor de realismo mágico en literatura. Buenos Aires es una ciudad europea, en el filo del mundo, y uno está todo el tiempo compitiendo contra la realidad. La desmesura pasa por otro lado, hay una raigambre mucho más europea y una estética más viejomundista, pero igualmente irrealista y mágica.

-¿Qué estás escribiendo ahora?

-Ya está mi nuevo libro, que estoy corrigiendo y retocando. Preparo una versión corregida y aumentada de Historia argentina que la va a sacar Tusquets el año que viene. El problema-privilegio que tengo es que ya sé cuáles son mis próximos siete libros. Tengo siete libretas en mi casa: sé de qué se tratan, cómo empiezan, cómo terminan. Estoy tomando notas, opto por una finalmente, voy metiendo, como si fueran canastas de basquetbol.

-¿No tienes problemas de imaginación, entonces?

-No, nunca tuve bloqueo de escritor. A mí me cuesta mucho sentarme a escribir. Soy una persona muy inquieta, que camina mucho, que le gusta leer y andar con amigos. Pero cuando me siento y prendo la computadora, sale.


Rodrigo Fresán

Historia antigua

Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a ese mundo del espacio donde los situamos para mayor facilidad.
Marcel Proust,
A la recherche du temps perdu;
Du cotè de chez Swann

Hace años que el hombre se casó y hace años que el hombre es infeliz en su matrimonio. El hombre vive en Buenos Aires y pasa el tiempo, o intenta que el tiempo pase, pensando en el Imperio Azteca. El hombre está obsesionado por el Imperio Azteca desde que su maestra, hace tanto, tanto tiempo, le explicó todo sobre el tema. El hombre llega a la conclusión de que es más fácil salvar al Imperio Azteca que salvar su matrimonio, y entonces decide salvar al Imperio Azteca. El hombre se sienta en su sillón favorito frente a una ventana desde donde puede ver la jaula de los leones en el zoológico de enfrente, se queda dormido y se despierta en medio de una jungla, en la península de Yucatán. El hombre ha retrocedido en el tiempo y no tarda en encontrarse con un azteca que le señala el camino a Tenochtitlán después de caer de rodillas. El hombre descubre que habla azteca bastante bien y que su barba rubia lo hace parecido a Quetzalcóatl, el dios que los aztecas vienen esperando desde hace siglos. El hombre descubre que ha llegado a México diez años antes que Cortés. Entonces se le ocurre la manera de salvar al Imperio Azteca. El hombre se hace amigo de Moctezuma, le enseña español, le hace memorizar la genealogía real española y le explica que, cuando llegue Cortés, diga que es católico y que se han abolido los sacrificios humanos públicos. Moctezuma se muestra de acuerdo. Cuando Cortés desembarca en las playas de México, el emperador de los aztecas le pregunta en perfecto español cómo anda la Reina y elogia la galanura de los caballos manchegos que el conquistador ha traído del otro lado del océano. Cortés se enfurece, quema sus naves y destruye el Imperio Azteca. El hombre comprende que no se puede cambiar el pasado, vuelve a su época, se divorcia y el resto es historia, historia antigua.