Los propósitos de publicidad y lucro de unas señoras manipuladoras aconsejadas por abogados piraña y respaldadas por políticos sin escrúpulos expusieron al presidente de Estados Unidos al ludibrio. Y él mismo, al declarar que los suyos habían sido actos impropios respecto a la consagrada actriz Monica Lewinski, contribuyó a destacarse como una figura patética.
El show y el fundamentalismo acudieron para encontrarse en un escenario lamentable pero glamurizado por los medios de comunicación.
La beatería se ha apoderado de la política estadunidense y pronto su poder de contagio infectará a otros países.
Las acusadoras de Clinton tienen tanto de despreciable como la vida institucional de Estados Unidos tiene de hipócrita. Poco ha faltado para que al hombre de Arkansas le sea impuesta la letra escarlata. Y esto lo han permitido, so pretexto del respeto a la ley y la moral, los partidos políticos, los órganos de gobierno, los medios de comunicación y las organizaciones sociales, cívicas y religiosas de ese país.
Es cierto, a Richard Nixon lo despidieron de la Oficina Oval de la Casa Blanca a raíz del Watergate. Pero ¿enjuiciaron tan severamente, como han enjuiciado a Clinton por sus ligues, a predecesores suyos de la estofa de Harry Truman o Lindon B. Johnson, que acompañan en la lista a Hitler, Stalin y otros genocidas padecidos por la humanidad del siglo XX? ¿Exigieron llevar ante los tribunales a Ronald Reagan por violar el derecho internacional invadiendo, como en los buenos tiempos bárbaros, a Granada y Panamá? ¿Intentaron hacer otro tanto con el ex actor por haber iniciado una política neoliberal que concentró criminalmente la riqueza y empobreció a vastos sectores de la población? ¿Se movilizaron para hacer algo en contra de George Bush por haber reactivado la maquinaria de guerra en Irán y con ello justificar su ausencia de imaginación política? Y aun ahora con el propio Bill Clinton, ¿será tan puntillosa la institucionalidad estadunidense ante los ataques lanzados bajo su responsabilidad contra blancos civiles en Afganistán y Sudán como lo ha sido por andar de picaflor con la probable agravante de cometer tales atrocidades sólo para desviar la atención puesta en el escándalo sexual en que se ha visto envuelto el presidente?
La moral estadunidense, educada en la guerra, puede justificar con la mano en la Biblia los peores actos en contra de la vida; pero condena, con espíritu medieval, cualquier intento de brincarse las trancas del cuerpo. Los rasgos más promiscuos, pornográficos y de degradación humana se hallan expuestos en calles y escaparates comerciales de Estados Unidos. La precocidad de la actividad sexual es cada vez mayor y forma parte de la cotidianeidad de sus habitantes. Los actos de comercio prometen, en su publicidad, actos sexuales. Los contenidos del cine y la televisión podrían ser medidos por jadeos-minuto y coitos-hora. La infidelidad y el divorcio casi se han convertido en parte orgánica de la vida en pareja. Pero a ésta se la sigue juzgando con patrones arcaicos e intolerantes.
Si Estados Unidos no fuera la sociedad más poderosa que ha existido en la historia de la humanidad, sus paradigmas no serían producto de exportación y los demás países poco tendríamos que preocuparnos por el clima farisaico del que vienen impregnados.
Los mexicanos, en nuestro caso, requerimos ejercer una minuciosa vigilancia para no reproducir lo que en Estados Unidos se manifiesta como una tendencia hipócritamente funeraria. Aquí, desde fines de 1995, el gobierno federal mantiene un estado de guerra contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y sus bases sociales. Pero sus funcionarios pretenden, con cucu-rrucu-cúes permanentes, pasar por convencidos partidarios del diálogo y la paz para resolver un conflicto social del cual no se hacen cargo. De otra manera no tendrían por estrategia privilegiada --y en los hechos la única-- la de la intervención militar. Al cerrar el cerco y decidir dar el golpe mortal al EZLN, nos pueden inventar cualquier cosa (incluso un affaire sexual) para que nos vayamos con la finta, mientras en Chiapas operan la matanza.
El ejemplo de Clinton no es para ser omitido.