Una fecha que causa gozo generalizado es sin duda el 16 de septiembre, en que se conmemora el inicio del movimiento que --con sangre y muchas lágrimas-- hizo de México un país independiente. Es interesante conocer que fue en Oaxaca, en 1813, en donde por vez primera se recordó el histórico incidente, no obstante que aún estaba la lucha en plena efervescencia y no se veían muy buenos augurios para los independentistas. De manera oficial el festejo se institucionalizó en 1823, bajo la presidencia de Guadalupe Victoria, quien aprovechó el patético traslado de las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, que se conservaban en el Panteón de San Sebastián, en Guanajuato, tras haber estado por varios años colgando en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas.
Ya en la ciudad de México, junto con los restos de Morelos, Matamoros, Mina y Moreno, fueron depositados en una cripta del altar de Los Reyes, en la Catedral Metropolitana. A partir del año siguiente el 16 de septiembre se declaró fiesta nacional, siendo la costumbre realizar un desfile militar; años mas tarde se instituyó la ceremonia de ``el grito'', que da el Presidente y todas las autoridades del país en sus respectivos territorios.
En esa primera conmemoración oficial, el presidente Victoria anunció a los esclavos su emancipación. Esto trae a la memoria que en 1770 doña Josefina Yermo de Yermo, a quien podemos considerar la primera emancipadora, otorgó la libertad a los esclavos de su hacienda en Guanajuato. También recordamos que la única ocasión en que el inicio de la Independencia ha dejado de conmemorarse fue en 1847, cuando la nación estaba invadida por las tropas estadunidenses. Aunque también casi dos décadas después, cuando don Benito Juárez andaba ``a salto de mata'' por el país, evocó la significativa fecha en una sencilla ceremonia que llevó a cabo en humilde pueblo en la zona más desértica de Durango.
Una vez pasado ese tristísimo episodio la fiesta septembrina se reanudó; los viejos cronistas nos hablan de los preparativos para el gran evento, que no han variado mayor cosa, entonces igual que ahora, se adornaba la ciudad y desde el día 14 comenzaban a colocarse en el Zócalo y sus alrededores los puestos de buñuelos, pambazos, tamales y antojitos de todas clases, que se acompañaban de atoles y champurrados. No faltaban las cornetas, silbatos, matracas, banderas y todos mencionan con júbilo los fuegos artificiales.
En el porfiriato, previo al desfile, el anciano presidente paseaba por las principales calles de la ciudad en su elegante lando, tirado por soberbios caballos alazanes, que guiaba un cochero de aspecto inglés, encaramado en lo alto del pescante, precedido por la guardia presidencial portando empenachados cascos, albos pantalones ajustados y botas federicas.
Quitando esta parte tragicómica lo demás continúa prácticamente igual, con la ventaja de que ahora todas las delegaciones igualmente celebran su ``grito'', con toda la parafernalia gastronómica, sonora y los fuegos artificiales, así es que nadie se tiene que quedar sin festejar esta fecha nacional que une a todos los mexicanos... y por cierto, a ver si pone su bandera en la casa y si todavía conserva algún vehículo ¡también!
Además de ``el grito'' y el desfile, los días previos el Instituto de Cultura del Gobierno del Distrito Federal ha organizado diversos eventos que suenan sabrosísimos en las más bonitas plazas y calles del Centro Histórico; como complemento, varios de los mejores restaurantes que se especializan en comida mexicana tienen platillos especiales: Bolívar 12, en esa calle y número, con un agradable patio y muy buen servicio; Los Girasoles, en la Plaza Manuel Tolsá, una de las mas bellas del mundo; Mercaderes, en 5 de Mayo 57, ubicado en un edificio cargado por hermosos atlantes de piedra y para presupuestos más modestos el Antequera, en Filomeno Mata 18-A, con la mejor comida oaxaqueña.