Carlos Bonfil
Segundo Tour de cine francés

El segundo Tour de Cine Francés comenzó el pasado 4 de septiembre en la ciudad de México y concluirá el 4 de febrero en Zacatecas, luego de un recorrido por 33 ciudades del país. Se programan siete cintas de la reciente producción francesa, desde el cine más comercial (Los profesionales, de Patrice Leconte) hasta una propuesta de corte experimental, La mujer prohibida, de Philippe Harel. El ciclo, que comenzó en la Cineteca Nacional, continúa esta semana en los Cinepolis Interlomas y Satélite, y la semana próxima en el cine Francia y en Cinepolis Miramontes. Estas precisiones se vuelven necesarias por la promoción insuficiente que tienen estas actividades.

La mujer prohibida (La femme défendue, Harel, 1997) explora el tema de la pareja en una suerte de actualización de La piel suave (Truffaut, 1964), pero filmada en su totalidad con el procedimiento de la cámara subjetiva, como en Todo el día, toda la noche (Guy, Lindsay-Hogg, 1997), sólo que aquí es la joven (Isabelle Carré) la que es continuamente observada por un hombre adúltero (el propio cineasta). Sugerente ensayo sobre la mirada, la cinta de Harel es también, por encima de su preciocismo formal, una interesante reflexión sobre los mecanismos de poder y los contrastes de edad y condición social, que contaminan y pervierten la complicidad amorosa, de manera mucho más definitiva que las propias infracciones al orden moral del matrimonio. Otra cinta que estudia, con sutileza todavía más elaborada, la distancia generacional en una relación afectiva es El placer de estar contigo (Nelly et Monsieur Arnaud, 1995), del veterano Claude Sautet. Allí, un hombre de setenta años (Michel Serrault, magistral) contrata a una joven recién divorciada, Nelly (Emanuelle Béart, La bella latosa, de Rivette), para dictarle sus memorias, e incluirla, de cierta manera, en un último capítulo posible. Relato crepuscular del desencuentro o de la imposibilidad amorosa, donde ninguna relación desmiente al escepticismo melan- cólico de un cineasta cercano a Buñuel y a La Rochefoucauld.

Ese mismo escepticismo habita no sólo a un ser humano, sino a todo un barrio parisiense, en que la formidable Y Chloé perdió a su gato (Chacun cherche son chat, 1996), de Cédric Klapisch, una joven maquillista (Garance Clavel) pierde a su gato negro (Gris-gris), y los vecinos y las ancianas solitarias del barrio de La Bastilla emprenden su búsqueda. La búsqueda es metáfora transparente de la solicitación amorosa, con una protagonista tímida que vive con un compañero homosexual sentimentalmente inestable, la anciana amnésica que nunca puede regresar sola a casa, o el árabe enamorado incapaz de entender las complicaciones de la pasión o el trámite ineludible de la seducción. Chloé busca el amor en un barrio en vías de demolición-remodelación. Melancolía de un París antiguo abierto a la modernización y al pragmatismo, melancolía también de una vieja forma de enamorarse y sostener heroicamente el optimismo. Cerca de Eric Rohmer, pero más cerca aún de la comedia poética y popular de René Clair (Bajo los techos de París, 30). Una cinta empecinadamente romántica y jubilosa.

En Mi hombre (Mon homme, 1996), de Bertrand Blier (Les valseuses, Vestido de fiesta), una joven prostituta (Anouk Grinberg) rescata a un vagabundo harapiento (Gerard Lanvin), lo promueve a la calidad de padrote y se enamora de él con la voluntad de someterse fantasiosamente a todos sus caprichos. Mi hombre, comedia satírica, con lenguaje altisonante y provocador, con fanfarronería misógina y vistosa incorrección política, con golpes de pecho de macho arrepentido y formidables retratos femeninos (Grinberg, Bruni-Tedeschi, Sabine Azéma), es una melancólica canción de los amores proletarios, como un eco de Fréhel o Edith Piaf en el París actual de la crisis económica y el desempleo.

A estos relatos de desencuentros amorosos en un medio urbano, se opone el inteligente retrato de la vida rural francesa en ¿Nevará en Navidad?, de Sandrine Veysset, exhibida ya en el Foro de la Cineteca. Nuevamente, la descripción de un yugo patriarcal deriva en la redefinición moral del personaje femenino central, aquí la madre de siete ``bastardos''. Con menor fortuna, Sueño gitano, del argelino Tony Gatliff, señala el encuentro iniciático de un joven parisiense con una comunidad gitana en Rumania, país que recorre en busca de una cantante, para él legendaria, Nora Luca. La exaltación del folclor local, con su descripción naturalista de las supersticiones y costumbres gitanas en una propuesta muy en deuda con el cine de Kusturica, termina banalizando los mismos temas que sugiere, en particular los conflictos de identidad cultural y étnica. Pero en materia de banalidad, nada más ocioso y complaciente que la comedieta Los profesionales (Une chance sur deux, 1998), del muy sobrevalorado multiusos de cine francés ``de calidad'', Patrice Leconte (La maté porque era mía, El marido de la peluquera), un mero pretexto para reunir de nuevo a Alain Delon y Jean Paul Belmondo (Borsalino, 1970), en una trama insustancial, con espías rusos y una ``encantadora'' disputa-confrontación de dos Rambo sexagenarios para conquistar la preferencia de la joven Alice (Vanessa Paradis), la hija que uno de los dos (el chiste es descubrir cuál) abandonó veinte años atrás. El paso de la frescura humorística de Cédric Klapisch o Bertrand Blier a la ramplonería rentable de Patrice Leconte es el mismo que va del gusto de un gourmet a la satisfacción de la glotonería.