La Jornada sábado 12 de septiembre de 1998

Jorge Turner
Allende y la Revolución Cubana

El ``compañero presidente'' chileno, Salvador Allende, estuvo siempre tan identificado con la Revolución Cubana que recibió dos regalos muy significativos de Ernesto Guevara y Fidel Castro. Del Che recibió de obsequio un libro, Guerra de guerrillas, con la siguiente dedicatoria:

``A Salvador Allende que, por otros medios, busca lo mismo''. Y Fidel Castro le regaló una arma automática con la leyenda. ``A mi compañero de armas'', metralleta que empuñó antes de caer asesinado en su residencia heroica de La Moneda.

Desde el triunfo de la Revolución Cubana, Allende estuvo visitando Cuba. También le tocó recibir en la frontera boliviana-chilena, siendo presidente del Senado, a los sobrevivientes de la guerrilla del Che y acompañarlos hasta Tahití para que salvaran la vida y pudieran retornar a su patria.

Allende asistió asímismo a la Conferencia Tricontinental --La Habana, 1966-- que se propuso nada menos que la unificación de las fuerzas revolucionarias, anticolonialistas y antimperialistas de tres continentes: Asia, Africa y América Latina. La conferencia no logró un consenso porque se entrometieron las pugnas chino-soviéticas y, en el ámbito latinoamericano, hubo una marcada polarización entre los partidarios de la continentalización de la guerrilla y la de los que defendían la posibilidad de llegar al poder mediante formas de lucha no militares.

En esta tensa reunión, cuando lo conocí y traté, Allende se movió con bastante desenfado, mostrando su simpatía por la guerrilla y seguro del respeto del camino electoral que él había escogido para Chile. Al concluir el cónclave llegó el momento del regreso de los delegados a sus países de origen, utilizando de preferencia la larga vía de Praga. A mí me ubicaron en un avión de Cubana de Aviación, compartiendo asientos con Salvador Allende. El viaje fue prolongado y llegó el cansancio y la noche. Me dispuse a dormir y se lo comuniqué a Allende. El hizo lo mismo. En la madrugada abrí los ojos y para mi sorpresa Salvador Allende no se encontraba en el asiento adjunto. Dormía sentado en el piso y con los brazos cruzados. ``Don Salvador, ¿qué hace ahí?'', le pregunté con desconcierto. ``Nada, caballerito --me repuso sonriente--, lo que pasa es que usted, cuando duerme, mueve los brazos como aspas y estaba invadiendo mi territorio, así que me eché al suelo, pero ahora me tocan a mí los asientos y a usted el piso''. Así hicimos.

En un viaje tan largo luego tuvimos oportunidad de conversar bastante. Lo que recuerdo vivamente, pasado el tiempo, fue su admiración por la Revolución Cubana, su convicción de las luchas ásperas que le esperaban en Chile y, sobre todo, su afirmación de que antes que los caminos políticos escogidos era necesaria una gran voluntad interior de trabajar y morir por los ideales sustentados.

Salvador Allende llegó a la presidencia en 1970, habiendo logrado una primera mayoría relativa, con 36.5 por ciento de los votos, teniendo en contra al Poder Legislativo y al Poder Judicial, y con un ejército de pronóstico reservado. Y, encima, organizaciones que lo apoyaban mantuvieron divergencias con él, lo cual hizo imposible una nítida conducción única del proceso revolucionario. Sin embargo, a pesar de las dificultades, marchó rápido. En sus mil días de gobierno restableció relaciones con Cuba, aprobó el medio litro de leche diario para cada niño chileno, se profundizó la reforma agraria, se estatizó la banca, y el carbón, el salitre, el hierro, el acero y el cobre fueron chilenos. Su activación permitió que en los primeros tiempos de su ejercicio el apoyo popular a su favor rebasara con mucho las cifras que habían arrojado las elecciones. Pero, al mismo tiempo, se destapo la escalada sediciosa, patrocinada por Richard Nixon y su ideólogo Henry Kissinger, hasta concluir con el golpe militar de septiembre de 1973, hace ya 25 años.

Ahora que la democracia chilena trata de abrirse paso con muchas dificultades es obvia la recomendación de volver, además del ejemplo imborrable de Allende, a la meditación sobre sus ``primeras 50 medidas'' y al Programa de la Unidad Popular. El mundo ha cambiado, es cierto, pero no a favor de la justicia social, y las masas irredentas de Chile y América Latina se encuentran hoy en peor situación que ayer. En consecuencia, la construcción de alternativas de justicia deben nutrirse por igual de las nuevas ideas del presente como de las ideas profundas del pasado, encarnadas de modo muy singular por Salvador Allende. Estas son mis evocaciones sencillas al cumplirse 25 años del golpe en Chile, incluyendo el relato de mi conversación con Allende en aquel viaje aéreo, cuando el hombre acurrucado se levantó de repente en su descomunal estatura humanitaria, augurando cuál iba a ser su conducta ética del futuro.