Luis González Souza
Un pacto de renacimiento

¿Qué otros desastres esperaremos para comenzar a actuar? Aunque, a decir verdad, no todos han caído en la parálisis inducida por la modernización neoliberal de México, ora a golpes ora a fumadas de opio. Ahí están ejemplos como la insurrección electoral del cardenismo en 1988 y la insurrección de la dignidad encabezada por el EZLN desde 1994.

Pero, con todo y esas luchas, aún predomina la tendencia a hacer de México una cascada de desastres. Los más recientes -Fobaproa, devaluación del peso, un Informe presidencial patético- han movido a los principales partidos de oposición (PRD y PAN) a buscar un pacto de gobernabilidad que permita alcanzar la orilla del 2000 sin sobresaltos mortales. Pero no menos cierto es que los desastres de nuestro país son más numerosos. Y tienen raíces ya tan profundas, que obligan a pensar en todo un renacimiento de México. Por lo tanto, el reto va mucho más allá de la gobernabilidad y de la sucesión presidencial en el 2000.

Sin duda es preciso comenzar con algo, y esto del pacto de gobernabilidad no suena mal. De nada serviría un nuevo y hermoso proyecto para una nación destrozada, ya del todo ingobernable. Pero si dicho pacto se agota en el asunto de la gobernabilidad a secas, aparte de efímero podría resultar contraproducente. Recurramos a la popular figura del doctor. Supongamos (¿o verifiquemos?) que México, gracias a tanta medicina neoliberal, ha entrado en estado de coma. Entonces estaríamos de acuerdo en la urgencia de operarlo. Pero hay de operaciones a operaciones. Sólo perderíamos un tiempo valiosísimo para evitar la muerte del paciente, si al terminar su operación dejamos adentro las tijeras (la semilla de una gobernabilidad fascistoide, por ejemplo), o si en plena operación no nos atrevemos a extirpar los tumores malignos: desigualdad, racismo, desnacionalización, autoritarismo, corrupción, desfalcos y opresiones de mil tipos contra la sociedad.

Por el contrario, si nos armamos de valor y honestidad, tal vez concluiríamos que al México de la modernización neoliberal ya sólo lo salva una operación de caballo. Y habría que atenderlo de inmediato, sí, pero no en busca de cualquier gobernabilidad. Para empezar, tendría que ser una gobernabilidad democrática, porque de gobernabilidad autoritaria (estabilidad-a-cualquier-precio) está infestado el lado oscuro de nuestra historia y, más concreto, el régimen priísta-posrevolucionario.

Y en seguida, tal gobernabilidad tendría que guiarse no por una democracia cosmética, sino efectiva. Es decir, una democracia basada en la participación de todos, en condiciones jurídicas de igualdad y bajo tendencias socioeconómicas hacia la igualación. Una democracia nutrida del voto cotidiano de la sociedad (no sólo en temporadas electorales), al menos en lo tocante a las decisiones vitales para la nación. Una democracia donde ese voto sea respetado, so pena de destituir a quien no lo respete. En fin, una democracia que incluya a todos en la (re)edificación de México, comenzando por los marginados de siempre, nuestros pueblos indios.

Con toda legitimidad y sin reversa, ellos han dicho: ``Nunca más un México sin nosotros''. Del mismo modo, todos los mexicanos -indios y no indios- tenemos derecho a decir: nunca más un México en agonía. Hoy no sólo se trata de curar a México de los maltrechos neoliberales, sino de evitar que ningún otro grupúsculo vuelva a colocarlo al filo del matadero. No sólo se trata de curarlo por encimita, sino de permitirle que vuelva a existir como nación pujante.

Por eso el pacto del que hoy se habla tanto debería orientarse hacia una gobernabilidad en verdad democrática. Antes que nada, esto implica solucionar creativamente el conflicto en Chiapas. Implica extirpar el cáncer más maligno y lavar el pecado original de nuestra historia: la exclusión de nuestros pueblos indios, ni más ni menos que los primeros mexicanos. Implica, pues, un pacto de renacimiento como nación con proyecto propio y con futuro.

Todavía hay tiempo pero ya no mucho. Ni siquiera es seguro que salgamos vivos de la pesadilla neoliberal. Pero hay que intentarlo pese a las resistencias, cada vez más sangrientas, de nuestros conservadores modernos. Si cuaja un pacto de renacimiento, éste pasará a los libros de historia como la época de la nación renacida, equivalente a la República restaurada en el siglo XIX. Si no cuaja, tal vez México ya ni aparecerá en la historia del siglo XXI.