En 1950, Octavio Paz defendió en el festival de Cannes el filme Los olvidados, de Luis Buñuel. El método era manual y de alto riesgo pues la obra del cineasta había recogido en México una dosis exagerada de ataques. Con el fundamento de que la película nos denigraba como país, la crítica se solidarizó en un destazamiento unánime que terminó con la obra metida en varias latas que fueron almacenadas en algún rincón siniestro.
Ya desde el rodaje, el personal había puesto sus objeciones; una peluquera renunció porque consideraba que una madre mexicana no era capaz de rechazar a su hijo, como sucede en la cinta. Buñuel, en sus memorias, dice al respecto: ``Unos días antes yo había leído en un periódico que una madre mexicana había tirado a su hijo pequeño por la portezuela del tren''. Y un técnico, al borde de la ira, le preguntó entre una escena y otra: ``¿por qué no hace usted una verdadera película mexicana, en lugar de una miserable como ésta?''.
El método de Paz era de alto riesgo porque se echaba encima a los detractores de Los olvidados, incluidos el técnico furibundo y la peluquera airada; y era manual porque consistía en entregar de mano en mano un volante que traía de un lado su visión personal de la obra y del otro un poema de Jacques Prévert. Las cosas en México cambiaron radicalmente para la película cuando obtuvo, en Cannes, el premio al mejor director.
Buñuel escribió sobre ese texto de Paz, que puede consultarse por cierto, en Las peras del olmo: ``todo cambió después del festival de Cannes, donde el poeta Octavio Paz --hombre de quien André Breton me habló por primera vez y a quien admiro desde hace mucho-- distribuía personalmente a la puerta de la sala un artículo que había escrito, el mejor, sin duda, que he leído, un artículo bellísimo''.
Alberto Ruy Sánchez relata en el texto, ``Jorge Negrete canta a Octavio Paz'', un curioso acercamiento del poeta al cine mexicano. En 1943, para sacar a flote el barco de su economía personal que se iba a pique, Paz se vio obligado a trabajar en cualquier cosa. Laboró, según escribe Elena Poniatowska en Las palabras del árbol, de contador de billetes en el Banco Central de México y de escritor de canciones para el cine. Ruy Sánchez revela que esta película tenía el título de El rebelde o romance de antaño.
La letra de la canción que le escribió Paz al charro cantor tiene este título, de una frialdad más bien técnica: Una canción de 1943. En la segunda estrofa dice: ``Nunca mis labios te nombran, tu nombre son los latidos, y sus sílabas la sangre de mi corazón partido''. Esa sangre en sílabas que marcaba el tiempo de la canción, apareció muchos años después en el libro Arbol adentro: ``Latir del tiempo que en mi sien repite la misma terca sílaba de sangre''. Paz, según los estudiosos de sus actividades, nunca vio El rebelde o romance de antaño, cosa bastante explicable cuando se lee el final de la letra que cuenta con las dimensiones de un auténtico resbalón: ``ayer cantaba palabras, pero las palabras son nubes que el viento se lleva, hoy canta mi corazón''.
Desde este cruce de caminos entre la música y el cine, podemos analizar cómodamente a Octavio Paz frente a la música; porque para llegar a la música de Paz, basta con leerlo.
A Carlos Monsiváis, según cuenta él mismo en una entrevista que concedió a la estación Radioactivo 98.5, nunca le tocó la suerte de conocer el flanco musical del Nobel mexicano. Cuenta que como fondo de alguna de sus conversaciones a veces había un disco de música hindú y también dice que en sus muchos años de conversar, la única canción de la que le oyó un comentario fue aquella de ``soy soldado de levita de esos de cancillería...''
En una de las entrevistas que Poniatowska publicó en su libro Las palabras de árbol, Paz reveló que le gustaban Webern y John Cage; este último era su amigo. En el mismo libro, Elena le pregunta a quemarropa si le gustan Bob Dylan, los Beatles y los Rolling Stones. El poeta responde que sí le gustan, pero que no piensa que tengan tamaño suficiente para ser modelos. Modelos poéticos, claro, que es el único acto de modelaje que puede hacer Dylan, que tiene la figura decididamente chorreada.
Poniatowska contraataca: ``Entonces, ¿no crees que es un grito poético, por ejemplo, aullar: Help, I need somebody, just now anybody?''. Paz, muy serio, responde: ``No me parece un gran grito poético. Me parece una explosión de salud y de inseguridad al mismo tiempo; de inseguridad porque necesitan, de salud porque se atreven a decirlo''.
Braulio Peralta, autor del libro El poeta en su tierra, que incluye una cantidad considerable de entrevistas con Paz, agrega tres incisos insólitos a la lista de los gustos musicales de éste y los revela en una entrevista que concedió a Radioactivo: The Police, U2 y David Bowie.