Una vida en la línea
Delfina Cuero
Me llamo Delfina Cuero. Mi padre y mi madre abandonaron Mission Valley, [hoy parte de la ciudad de San Diego], cuando llegaron al valle muchos chinos y americanos y les dijeron que se tenían que salir, así me lo dijeron. Ni ellos ni sus ancestros poseyeron la tierra en la que vivían. Había muchos pueblos kumiai en los valles de El Cajón y Lakeside, mi padre y mi madre iban de un pueblo al siguiente, y luego a otro y así, después de tener que dejar su tierra. Vivían cerca de cualquier lugar en el que encontraran trabajo o comida que recolectar. Primero estuvieron en El Cajón y luego en Jamacha, que fue donde yo nací.
Mi padre trabajaba en los ranchos. Nosotros casi siempre acampábamos lo más cerca que podíamos, nunca vivimos en una casa, sino en algún lugar apartado, en algún pequeño cañón. Mi padre siempre escogía un lugar en el que no nos pegara el viento. Entonces había agua en muchos lugares que ahora están secos.
Los indios siempre han tenido que ir de aquí para allá a cazar y recoger suficiente comida, así que conocíamos muchos lugares. Nos íbamos cada vez más lejos de San Diego donde nadie nos corriera. Mis abuelos cruzaron la línea primero. En aquellos tiempos no sabíamos que había una línea, lo que sabíamos es que nadie nos sacaba de Ha-a [Los Sauces, una pequeña población kumiai en las montañas, treinta kilómetros al sur de Tecate]. La gente de Ha-a nos dio un lugar para quedarnos. Cuando llegué ya estaba maciza, pero todavía no era una mujer.
Sabíamos que había gente viviendo en lo que le llaman reservaciones. Pero nunca nos dijeron que podíamos ir a esos lugares. En aquellos días, cuando estabas en un grupo, te pegabas a él. No te podías ir con otro. La mayor parte de la gente que conocíamos se fue al sur [Baja California] buscando cacería y comida y encontraron un lugar de donde nadie les decía que se movieran, y se quedaron ahí. Muchos de los indios que vivían en Ha-a cuando llegamos hablaban el mismo kumiai que nosotros.
Teníamos que buscar comida durante toda el día para conseguir suficiente y caminábamos muy lejos. Comíamos muchos tipos de cactus, de mariscos y de conejo. Mi abuelo aconsejaba a los jóvenes que comieran ojo de conejo para hacerse buenos cazadores. En Cuyamaca y en La Rumorosa eran los lugares en los en los que recolectábamos bellotas. Los hombres pescaban y cazaban, las mujeres juntábamos plantas y todos recogíamos las bellotas. Comíamos muchas cosas que se ven feo, pero son buena carne, como xilkeatat [pulpo], kixul [cangrejo], kitas [camarón]. Cuando no teníamos sal cortábamos el pescado en rebanadas muy delgadas y lo secábamos al sol. Teníamos que comer cualquier cosa que encontrábamos. Pasamos hambre muchas veces. Eramos pobres. Yo todavía, siempre que puedo como comida de indios.
Mi abuela me contó qué les hacían a las niñas cuando estaban por hacerse mujeres. Yo soy vieja, pero ya no se hacían cuando me hice mujer. Mi abuela me dijo que abrían un hoyo en la tierra y lo llenaban con arena caliente y metían a la niña ahí adentro. Le tatuaban toda su boca y su barbilla. Cantaban canciones sobre la comida, para ver si resistía el hambre. No la dejaban comer. Bailaban alrededor del hoyo. Parece que ahí la tenían por una semana, no estoy segura. No querían que las mujeres se arrugaran o encanecieran jóvenes, sino que tuvieran buena salud y buenos bebés. Esto las ayudaba. Yo lo hubiera hecho si me lo hubieran pedido. Creo en ello pero nadie me lo pidió. No me enfermo mucho pero estoy arrugada y he encanecido.
Hace mucho tiempo, las abuelas enseñaban las cosas de la vida en el tiempo de la ceremonia de iniciación de las muchachas. Nadie hablaba de estas cosas así nada más. Toda estaba en las canciones y en los mitos de la ceremonia. Todo lo que una muchacha debería saber para ser una buena esposa, cómo tener a sus bebés y cómo cuidarlos, se aprendía en la ceremonia. Les decían sobre comidas y hierbas y cómo ayudar a nuestras madres y abuelas todo el tiempo.
Aunque soy vieja, ya habían dejado de hacer las ceremonias cuando me hice mujer, así que no aprendí estas cosas hasta después. Algunas mujeres tuvieron los mismos problemas que tuve cuando me casé. Nadie me dijo nada. Sabía que algo me pasaba pero no sabía qué era. En esos tiempos la comida era difícil de conseguir y tenía que ir lejos a conseguir suficientes verduras. Mi esposo salía varios días seguidos para traer comida.
Un día salí muy lejos de Ha-a a buscar comida, me dio un dolor terrible. Intenté regresar a casa pero me tenía que detener cuando el dolor era demasiado. Entonces vino el bebé. No supe qué hacer. Por fin mi tío, preocupado porque no llegaba, salió a buscarme. Mi abuela no se había dado cuenta que ya estaba el momento tan cerca, y me dejó ir lejos. Me cargaron de regreso pero perdí el bebé. Mi abuela me cuidó y me recuperé. Después me enseñé todas las cosas de cómo hacerlo y cómo cuidar a los bebés. Después de eso tuve yo sola todos mis bebés.
Delfina nació cerca de 1900 en la parte del semidesierto de California cruzada por los freeways de San Diego. Como muchos indígenas de su generación, emigró a una vasta y despoblada parte de las montañas de Baja California en México.
Ahí todavía era posible vivir sin ser echado y sostenerse, siguiendo las tradiciones de una vida seminómada. Se podía recolectar una inmensa gama de productos del desierto y las bellotas con las que hacían el ``atol'', la bebida central en la vida comunitaria kumiai.
Florence Shipek, la antropóloga que puso por publicó el relato de Delfina, (The Autobiography of Delfina Cuero. A Diegueño Indian as told to Florence Shipek, Dawson's Book Shop, Los Angeles, 1968) vio en su historia un ejemplo de las consecuencias de la destrucción de la autosuficiencia de los indios y su aculturación.
El énfasis de los europeos estaba en salvar las almas de los indios cambiándoles su religión y prohibiéndoles ceremonias ``paganas''.
Los europeos no se daban cuenta de que estaban destruyendo, mucho más que una ``religión'' en el estrecho sentido europeo, sino un sistema ético, moral y educativo inmerso en la ceremonias.
Además de la amistad de estas dos mujeres, una de las razones de que Delfina colaborara con Florence Shipek fue demostrar que nació en Estados Unidos, lo que le permitió gestionar su libre paso por la ``línea'' y buscar varios de sus hijos desperdigados por las Californias.(EB)