Guatemala: La herida abierta
Marco Vinicio Mejía
Se ha tratado de evitar la clasificación de racista para la sociedad guatemalteca al definirse las categorías de ``indígena'' y ``ladino'' por sus rasgos culturales (individuales e ``integrados''), excluyéndose las relaciones entre los distintos niveles de la realidad social e ignorándose la coexistencia de minorías étnicas como los garífunas de la Costa Atlántica, los chinos y los culíes. Popularmente, se han empleado en forma indistinta los conceptos de raza y etnia. La raza se refiere a las características somáticas, mientras la etnia tiene que ver con la cultura.
Se ha puesto de moda un antirracismo sentimental y dogmático, con el cual se niega que las razas existen, mediante lucubraciones ideológicas sin base biológica. Es evidente que los factores biológicos definen las razas. Si bien los rasgos escogidos para caracterizar las razas tienen cierto grado de ``selección ideológica'', esos factores existen.
Con ese antirracismo que niega la existencia de las razas, se cae en una especie de racismo, aún no discutido. No hay diferentes racismos, sino diversas formas en que éste se manifiesta. Negar la existencia de las diferencias físicas externas entre los seres humanos es evadir el problema, cayendo en una nueva y sutil trampa de la cultura occidental, asediada por la culpa. Esa culpa ha adquirido en este siglo la forma de un discurso bifurcado en lo antropológico y en la histeria ecológica, y se exalta la primitividad y el naturalismo. De ahí que, como advierte el venezolano Gustavo Martín, la antropología representa una especie de ``mala conciencia'' del Occidente ante los horrores de la ocupación original, mientras la ecología es la otra ``mala conciencia'' del mundo industrializado, que se sintió viejo por la destrucción de lo recursos naturales.
Se ha dicho, equivocadamente, que en Guatemala no existe discriminación racial, sino cultural. En realidad, se dan las dos.
La discriminación racial contra los indígenas, se manifiesta en actitudes como la incomprensión, el paternalismo, los prejuicios desfavorables, la repugnancia física, el miedo y la desconfianza, el desprecio, la hostilidad, el odio y la discriminación en el empleo y la vivienda, la segregación física de ciertos lugares o tiempos, los obstáculos al casamiento mixto, las provocaciones, las burlas, la explotación, la violencia. Todo se puede resumir en las palabras que empleamos en el lenguaje diario. ``Indio'' es sinónimo de necio, bruto, tonto, animal (idea de inferioridad) y, en su caso extremo, da una idea de insulto soez. Cuando el no indígena atribuye al indio las acciones violentas o irracionales que él mismo realiza, recurre a la expresión ``salírsele el indio'' (``se le salió lo indio'' o ``se me salió lo indio'') como una aparente justificación de que todos sus defectos se encuentran en sus raíces indias, por lo que califica como ``indio'' todo lo ``malo'' que hace y dice. Por otro lado, se acostumbra calificar de ``indio'' a la persona considerada débil, incapaz, pobre.
Con la segregación cultural racista se busca mantener la cultura de los pueblos indígenas, no porque ese sea el deseo de los propios indígenas, sino por los dictados de una sutil explotación. Se pretende conservar lo que Darcy Ribeiro llama los ``pueblos testimonio'' y así proveer de información a ciertos antropólogos. También para constituirlos en lugares de atracción turística o bien, como zona de mercado cautivo para aprovechar determinados productos (textiles, artesanías) para el comercio. A veces, por motivos religiosos o humanitarismo, se decide en forma paternalista lo que mejor le conviene a un pueblo indígena, sin dar la oportunidad para que los pobladores sean los verdaderos artífices de su desarrollo.
La discriminación cultural se expresa en el folklorismo, en la idealización. Si bien se estimulan manifestaciones culturales, no se lucha con igual ahínco por crear sistemas locales de autogestión y exigir que el Estado cumpla con dotar a las distintas comunidades de los servicios esenciales. Luis Cardoza y Aragón lo visualiza de la siguiente manera:
Nos maravillan los trajes indígenas y se olvida a quien visten. El traje, lo exterior colorido. Si nos lo ponemos somos una falsificación, un ente supletorio. Sospecho que nos engañamos al no percibir que mucho de lo tradicional, de usos y costumbres, es una cultura de la desdicha y la explotación; carencias y miserias seculares que impiden una cultura popular que no emerja del arrinconamiento, de la discriminación, de la esclavitud. (El río, novelas de caballería, página 754)
Son muy pocos los estudios realizados sobre la condición jurídica del indígena guatemalteco. Rolando López Godínez (1972) aportó evidencias importantes acerca de la situación de los indígenas condenados a penas de cárcel, presentándose el siguiente panorama:
-Casi ninguno de los prisioneros podía explicar o explicarse cuál era el delito o los delitos que habían cometido.
-La mayoría no consideraba malo el hecho por el cual se les enjuició o condenó.
-La minoría que reconoció su culpabilidad, no aceptó como justa la pena impuesta.
-La gran mayoría se consideraba inocente y rechazaba por injusta, la pena aplicada.
-En ningún caso, se preocuparon los jueces por conocer las circunstancias específicas en que los hechos ocurrieron. Los juzgadores y empleados menores de los juzgados vieron con manifiesto menosprecio a los acusados ``indios''.
-Casi ninguno de los encausados hablaba español, lo que no bastó para que se siguieran los juicios en el idioma oficial y sin el auxilio de intérpretes.
Desde la irrupción de los españoles en lo que ahora es Guatemala, transcurrieron 461 años para traducir la ley a los idiomas mayas. En 1985 se impulsó la divulgación de la Constitución en las cuatro lenguas mayoritarias, lo que tuvo vigor durante el primer año de vigencia de ese cuerpo legal. La actual Ley de Educación Nacional (1991) sí dispone ese tipo de traducción y la de su Reglamento.
Además de la inexistencia casi absoluta de versiones legales en los idiomas vernáculos, durante mucho tiempo se aplicó rigurosamente el principio que reza: ``contra la observancia de la ley no puede alegarse uso, costumbre o práctica en contrario'' que, si bien ya no se encuentra expresamente en la actual Ley del Organismo Judicial, bien podría permitir el reconocimiento del derecho consuetudinario maya, al admitir la costumbre como fuente de derecho. También, la falta de escolaridad entre los pueblos indígenas, ha contribuido a que éstos no tengan acceso a las informaciones legales procedentes de las autoridades no indígenas.
La frontera legal es la más infranqueable para el indígena guatemalteco, después del lindero económico. No se trata de algo premeditado por parte de las autoridades judiciales, aunque el que fuera presidente del Organismo Judicial, Edmundo Vásquez Martínez, haya intentado establecer juzgados en zonas indígenas pero con recursos de traducción, acción aislada, insuficiente y descontinuada.
La realidad jurídica de los pueblos indígenas ha sido obviada por las universidades, de cuyas facultades de Derecho proviene la totalidad de jueces y magistrados que han jurado velar por ``el mantenimiento de la justicia y la recta aplicación de la ley''.
En Guatemala, los indígenas han visto amenazadas sus culturas de diferentes formas. Una de ellas ha sido el etnocidio estadístico, otra de las formas del racismo. El etnocidio es una política deliberada, generalmente por parte del Estado, para impedir que un grupo étnico pueda disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura y su propia lengua, o sea se trata de destruir su identidad cultural.
Los indígenas han estado sujetos a una subenumeración sistemática en los censos, que no ha sido una negligencia de los responsables de realizarlos sino política intencional para desintegrar la población indígena. El Estado en Guatemala ha buscado durante siglos asimilar --en forma violenta-- o integrar --en forma pacífica--, a los pueblos indígenas. La idea de que en Guatemala todos somos guatemaltecos porque sólo hay una cultura nacional, ha permitido afirmar que no hay diferencias importantes de tipo cultural y las únicas que pudieran darse, como la lengua o la indumentaria, fueron utilizadas como indicadores en los censos. La importancia de los censos no estriba sólo en conocer cuántos somos sino en establecer quiénes somos.
Las condiciones de marginación social y económica en que se encuentran los indígenas y sus rasgos culturales distintivos, ha provocado que su conducta demográfica sea muy diferente a la del resto de la población. No se puede cuantificar con precisión el tamaño de la población indígena y se desconocen variables básicas de ésta, como las tasas de natalidad, mortalidad y migración.
Los criterios objetivos y subjetivos para definir a la población indígena son un derecho vedado a los propios indígenas, quienes son los únicos que podrían definirse a sí mismos. Se trata entonces, de establecer tres dimensiones: cuáles son los criterios definitorios, quiénes habrán de utilizarlos y con qué derecho.