Néstor de Buen
La gracia olvidada de perder el tiempo

Las perspectivas personales para el martes pasado eran verdaderamente alarmantes. Una cita en el doctorado en CU para una sesión de tutoría a las 8 de la mañana. Enseguida otra en el despacho, en Polanco, a las 10 con un cliente desconocido. Seguía otra más a las 11:30 en Bancomext, exactamente en el sur del Períferico, con otra más a las 13:15 en el Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América (IEESA), en Donceles, para ultimar los detalles del undécimo Encuentro Iberoamericano de Derecho del Trabajo. Para concluir, una comida que pude ubicar en el Perro Andaluz, a las 15:15, con Marisol López de la Villa.

Llegué puntual a la División de Estudios de Posgrado. Pero la cita era a las 8.30. No había desayunado por las prisas y no me daba tiempo para hacerlo. Pero sí para darme una vuelta, caminando, por ese espectáculo que a veces olvidamos, de CU. Lo hice y redescubrí la gracia de caminar sin rumbo.

La sesión de tutoría la concluyó, mejor dicho, me despedí, a las 9:30. Iniciamos el camino con un embotellamiento ominoso en el encuentro con el Periférico. Poco a poco aflojó el tránsito de sur a norte, pero de norte a sur el espectáculo de la lentitud era cada vez más notable. Pensé en mi regreso a Bancomext. Llegué 15 minutos tarde a la cita, pero avisé del retraso. La despaché con prontitud y reiniciamos el camino al sur Silvestre -mi chofer- y yo. Con una hora por los por si acaso. Pero ¡oh sorpresa! El camino estaba despejado. Media hora antes del compromiso Silvestre estacionaba y yo me dirigí a un café contiguo a resolver el problema del desayuno frustrado.

Fue una cita corta, amable -como siempre- con Gabriel Leyva. Y ahora sí con tiempo de sobra me dirigí al viejo centro. La opción de pasar antes al despacho me pareció una fantasía. Tomamos la calzada de Tlalpan, que milagrosamente estaba libre como los pájaros. Decidí visitar -tenía tiempo de sobra- la biblioteca del SNTE, donde se efectuará el Undécimo Encuentro Iberoamericano de Derecho, a partir del 12 de octubre en esta bella capital -antes en Oaxaca, Guanajuato y Mazatlán. Y casi llegando me habló por el celular René Fujiwwara, el muy eficaz colaborador de Elba Esther Gordillo. Le dije por donde andaba y que llegaría puntual a la cita.

Entré a la biblioteca, enorme y bello el espacio que muchos años ocupó el Convento de Santo Domingo, hasta el terremoto de 1985. De repente apareció una hermosa muchacha que me preguntó si yo era yo. Le dije, obviamente, que sí. Y por encargo de René, mi linda acompañante, directora de la biblioteca, me mostró todos sus rincones con libreros abundantes, libros aún escasos, oficinas, cubículos, salones pequeños, medianos y grandes. Y fue recuperar la gracia de hacer turismo con la mejor compañía.

Con tiempo de sobra regresé a la Plaza de Santo Domingo. Aproveché para bolearme los zapatos y ver el ensueño de la arquitectura colonial y el paso tranquilo de la gente. Disfruté ese pedazo de nuestra ciudad que en mis remotos tiempos de estudiante en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, en San Ildefonso y Argentina, recorría día a día. EnsueñosÉ

Llegué al IEESA con tiempo de sobra. Enfrente hay varias librerías de viejo. Entré a una de ellas, inmensa. Recorrí estantes. Levanté libros interesantísimos. Hice una compra de varios tesoros con 54 pesos: La sucesión presidencial, de Madero; ¿Qué es una Constitución, de Lassalle; Una revolución en España, sorprendente por el título, de Marx; La guerra de los tres años, de Emilio Rabasa, y un libro revolucionario de La Pasionaria y Santiago Carrillo (con Carlos Riba) España: democracia o fascismo, publicado en París en 1975.

Tuve mi junta, grata y eficaz. Y me dirigí al famoso Perro Andaluz a donde llegué con tiempo de sobra. Un vodka tonic, la lectura de Lassalle y la vista de esa calle fascinante de Copenhague. Marisol se incorporó puntual. Charlamos de todo: sus padres, sus hermanos, España, ella misma y sus éxitos laborales. Y de repente apareció un torbellino: guapa, grata, cariñosa y que dijo leer estas cosas que escribo. Nada menos que Ana Lipkau, hoy encargada del Perro Andaluz, como por muchos años lo fue Fernando, su inolvidable padre. Me emocionó su cariño.

Envié un mensaje a mi chofer para que no fuera por mí. Y bajo el control manejante de Marisol llegué a mi despacho antes que nunca, relajado, encantado de la vida de haber perdido: ganado, tan maravillosamente el tiempo.