Alejandro Brito
Jonathan Mann, el humanista radical

En la numerosa lista de enfermedades y epidemias padecidas por la humanidad, ninguna ha convocado tantas voluntades y tantas voces solidarias como el combate a la pandemia del sida. Y al interior de esta lucha, pocas voces han tenido la resonancia de las palabras de Jonathan Mann, una de las personalidades más vigorosas e importantes en el combate mundial contra el sida, quien murió el pasado 3 de septiembre en el accidente aéreo de Swissair, en su trayecto Nueva York-Ginebra.

El doctor Jonathan Mann se comprometió en este campo desde los primeros años de la pandemia. En 1984 fundó y dirigió el Proyecto Sida en Zaire, uno de los países más afectados, donde logró involucrar a instituciones de salud de Estados Unidos y de Europa. Fue de los primeros en insistir en la necesidad de una respuesta global y unificada a la pandemia. Percibía en las respuestas aisladas e inconexas más un peligro que un aporte. Esta clarividencia y su enérgica disposición lo llevan pronto a fundar, en 1986, el Programa Global sobre Sida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que dirigió hasta 1990. Desde entonces se convirtió en ``la personalidad más significativa a nivel mundial'' en el control de la pandemia (según lo definió el doctor Jaime Sepúlveda Amor en el homenaje que se le rindió en México en 1992). Funcionario atípico, le dio otra dimensión a la lucha contra el sida. Su preocupación central fue vincular el diseño y la puesta en práctica de las políticas de salud con el respeto a la dignidad y los derechos humanos. La opinión es unánime: su estilo revolucionó a esa institución. Quería que la OMS y otras instituciones internacionales dejaran de funcionar como un club de países. Su aspiración era desarrollar una verdadera conciencia global de los problemas. ``Necesitamos crear --declaró al suplemento Letra S en una entrevista en 1996-- instituciones capaces de capturar la energía y atender las preocupaciones de la gente''. Confiaba más en la experiencia y la imaginación de las personas que en la infraestructura científica y el frío cálculo de la tecnología. Resulta difícil resumir sus logros, su actividad fue intensa, pero durante su gestión se estableció el Día Mundial del Sida y la ONU aprobó la resolución número 42, que recomienda a los gobiernos impulsar la prevención por encima de la discriminación de las personas afectadas.

Su defensa de los derechos humanos iba mucho más allá de la retórica bien intencionada. Para él, estos derechos representaban el marco superior insustituible para orientarnos en la búsqueda de respuestas concretas al sida y otros problemas de salud: ``Los derechos humanos ofrecen algo que antes nunca tuvimos: un marco conceptual coherente que describa los predeterminantes sociales para la salud, un vocabulario que nos permitiría comparar a un niño de la calle en Brasil con una trabajadora sexual en México o con los usuarios de drogas en Estados Unidos, a ver el factor común y algunos de los consensos en torno a la dirección del cambio social necesario para remediar la situación.'' (Letra S, Núm. 5, diciembre de 1996). Su apuesta era terminar con ``la colección de esfuerzos aislados'' para crear un verdadero movimiento de salud pública a nivel global.

El entusiasmo y el optimismo que lo caracterizaban no le impedían ser muy agudo y crítico a la hora de realizar el diagnóstico de la situación prevaleciente en el mundo del sida, como lo hizo en la Conferencia Mundial de Sida en Vancouver, donde su voz sonó fuerte: ``El sistema de investigación biomédica sigue su camino con muy poca atención hacia las necesidades sociales imperiosas; los funcionarios hablan sin miedo al cuestionamiento radical o a la obligación de rendir cuentas; y cualquiera de nosotros puede sentirse hoy autorizado a marchar por su propio camino... nos hemos convertido en las muchas tribus del sida.''

El doctor Mann era de esas personalidades excepcionales que con su agudeza de pensamiento y acción hacen adelantar a una causa, que de otro modo tomaría mayor tiempo. Si había alguien que sabía transmitir la energía, el entusiasmo y el coraje para seguir en una causa dominada muchas veces por la desesperanza, ese alguien era Jonathan Mann, el humanista radical por excelencia.