Durante los últimos días parece que Rusia ha vuelto a amenazar al capitalismo, esta vez por medio de los impactos que han tenido sus dificultades económicas sobre los mercados de valores del mundo, incluyendo a las mayores potencias económicas. Estos acontecimientos vuelven a confirmar la disociación extrema que se da entre las esferas real y financiera de la economía. Rusia es, desde la perspectiva mundial, una economía marginal por su tamaño, a la vez que muy cerrada a los intercambios con el exterior. Por ello, es lógico concluir que las turbulencias que la afectan tengan un efecto despreciable sobre el resto del mundo. De la misma manera, las economías de Asia, con excepción de Japón, son de pequeña importancia a escala mundial, por lo que también podría esperarse que las dificultades que enfrentan se circunscriban a sus límites territoriales. Sin embargo, a partir de mediados del año pasado, la crisis asiática y, desde hace unos días, la rusa, han desestabilizado incluso las bolsas de valores de las verdaderas potencias económicas. Esto se explica porque en el contexto del movimiento irrestricto de capitales entre los países y con comunicaciones instantáneas, en breves momentos los valores y las monedas pueden experimentar fluctuaciones muy violentas. Aunque las manifestaciones más claras de este fenómeno se dan en las denominadas economías emergentes, debe recordarse que incluso las grandes potencias económicas no son inmunes a estas turbulencias. A comienzos de los noventa la libra esterlina sufrió un ataque especulativo que hizo inevitable sus devaluación.
Estas turbulencias financieras generan la impresión que la economía mundial está enfrentando graves dificultades en el campo real. Sin embargo, Estados Unidos ha experimentado un crecimiento continuo durante los últimos años, lo que ha reducido drásticamente el desempleo. Durante los últimos meses, la preocupación de la Reserva Federal se había concentrado en el eventual sobrecalentamiento de la economía, que estaría presionando los salarios hacia el alza, lo que daría lugar al surgimiento de presiones inflacionarias. Además, durante el último año y medio el dólar se ha apreciado significativamente, impulsando las importaciones de Estados Unidos y, con ello, a las economías que le venden a aquel país. Tampoco la Unión Europea estaba pasando por una situación grave. La economía, aunque a un ritmo modesto, estaba creciendo, y no obstante que el desempleo sigue siendo elevado, al menos no se estaba agravando. La única potencia económica enferma actualmente es la de Japón, y dado el peso que tiene a nivel mundial, afecta en forma importante al resto de los países. Los gobiernos japoneses de los últimos años han aplicado cuantiosos programas de estímulos fiscales para estimular el nivel de actividad económica, pero ninguno ha dado los resultados esperados. Aparte del tradicional elevado coeficiente de ahorro de la población japonesa, que deriva en que los mayores ingresos disponibles como resultado de las reducciones de impuestos no estimulen el consumo, la incertidumbre que enfrentan tanto empresarios como consumidores, determina que no se proyecten nuevas inversiones, a la vez que los segundos no están dispuestos a endeudarse para consumir.
Lo particularmente preocupante de los fenómenos que se dan en el campo financiero, es que pueden repercutir sobre el campo verdaderamente relevante de la economía, que es la esfera real, precipitando al mundo a una recesión. De aquí la relevancia de que, al parecer, a fines del presente mes la Reserva Federal tomará la decisión de reducir la tasa de interés en Estado Unidos, lo que puede contribuir a sostener su crecimiento, estimulando al resto del mundo, a la vez que desalentará la fuga de capitales desde las economías emergentes. Por otra parte, en este nuevo contexto se hace aún más urgente lograr que la economía japonesa comience a crecer, lo que requerirá de una actitud más enérgica del nuevo gobierno. Sin embargo, lo que es aún más relevante es la redefinición de nuevas reglas para el sistema financiero mundial que limiten drásticamente la posibilidad de que movimientos abruptos de enormes masas de capitales estén en condiciones de desestabilizar al mundo. Ello no se logrará sin que este nuevo acuerdo limite seriamente la movilidad de que el capital especulativo goza en la actualidad.