A medida que la inestabilidad monetaria y financiera internacional se extiende, las preguntas sobre el umbral de resistencia de la economía estadunidense se multiplican. El mismo Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, dijo el viernes pasado en la Universidad de California, con su estilo sentencioso y lapidario: ``no es creíble que Estados Unidos siga siendo un oasis de prosperidad en un mundo que está sufriendo grandes tensiones''. ¿Por qué vías las sacudidas financieras de los llamados países emergentes pueden ``contagiar'' a la primera potencia económica del mundo? Además de los canales comerciales (hasta ahora de efecto limitado) la turbulencia externa se está manifestando en las oscilaciones del mercado cambiario, cuyas consecuencias van a empezar a ser resentidas por las familias estadunidenses y a proyectarse sobre el nivel general de la producción y el empleo.
Entre las fuerzas motrices del excepcional ciclo de expansión económica que ha gozado Estados Unidos en la presente década está la bonanza del mercado bursátil. Una de las marcas características de esta bonanza es la participación creciente de las familias en el mercado de valores. Datos de la Reserva Federal indican que cerca de la mitad de todas las unidades familiares poseen actualmente alguna inversión directa o indirecta en valores bursátiles. A finales de los años ochenta, las acciones representaban una cuarta parte de los activos financieros en posesión de las familias; hoy ascienden ya al 50 por ciento de esos activos. Se estima que el valor acumulado de las inversiones bursátiles de las familias alcanzó en julio del presente año un máximo histórico de alrededor de 8 mil 500 billones de dólares. Esta enorme suma es equivalente al valor del PNB de Estados Unidos en 1997.
Las ganancias realizadas en la Bolsa durante estos años por las unidades familiares, sobre todo a partir de 1994, son un factor fundamental del sentimiento de prosperidad que, como en ningún otro momento desde los años sesenta, se difundió en la sociedad estadunidense durante la presente década. El llamado ``efecto riqueza'' --o vinculación entre el valor de los activos financieros y la conducta de los agentes económicos-- operó hasta ahora de manera positiva. Pero ¿qué ocurre cuando, como ha sucedido durante los últimos dos meses a consecuencia de la inestabilidad financiera internacional, el mercado accionario pierde impulso y acumula ajustes a la baja? En principio, y de acuerdo con las cifras ya citadas, por cada punto porcentual que pierde el índice bursátil, se ``destruyen'' cerca de 85 mil millones de dólares del patrimonio financiero de las familias. Para ponderar la importancia de esta cifra baste decir que equivale a casi una tercera parte del valor del PIB de México.
A pesar de la espectacular alza del martes pasado --la mayor subida en puntos en una sola jornada en la historia de Wall Street-- el mercado accionario estadunidense lleva acumulada una pérdida de 14 por ciento desde el 17 de julio del presente año, cuando el índice Dow Jones registró su máximo histórico (9 mil 337.97 puntos). Para las unidades familiares esto significa una pérdida acumulada que ya asciende, en poco menos de dos meses, a 1.2 billones de dólares, ¡unas cuatro veces el valor de nuestro PIB anual!
Una pérdida patrimonial tan considerable sugiere que las unidades familiares estadunidenses deberán ajustar su gasto en los meses por venir, a menos, claro, que el mercado bursátil retome el frenesí alcista de los últimos tiempos, es decir, si sigue inflándose la ``burbuja'' especulativa denunciada en varias ocasiones por Alan Greenspan. Las nuevas realidades financieras y demográficas de Estados Unidos --el número sin precedentes de familias con ahorros en instrumentos bursátiles y la proximidad del retiro de la mayor ola generacional en la historia, los baby boomers-- hacen prever en los meses por venir el desarrollo de una serie de reacciones defensivas y precautorias de las familias (cancelación de proyectos de gasto, reducción de consumo, salidas del mercado bursátil) cuyos efectos en el nivel de actividad económica y el empleo son por ahora incalculables. De lo que no cabe duda, es que ello no contribuirá a estabilizar los mercados ni a preservar el vigor económico de este ya muy prolongado ciclo de expansión.